





Décadas atrás, cuando a los economistas nos pedían que diésemos ejemplos de países que hubiesen progresado con políticas pro mercado y con fuerte integración al mundo, teníamos a mano 2 ejemplos concretos. Por un lado, el milagro alemán luego de la Segunda Guerra Mundial gracias a las políticas implementadas por Ludwig Erhard. El otro caso era el de Japón de post guerra. Ambos países apuntaron sus economías al comercio exterior, además de adoptar políticas pro mercado.


Pero con el correr de los años, los economistas tenemos muchos ejemplos para mostrar de economías que salieron del atraso y lograron crecer al punto tal que nos han superado.
Tomemos el ejemplo de los españoles luego de la muerte de Franco en 1975. Adolfo Suárez, apoyado por el rey Juan Carlos, inició un proceso de reforma política e integración al mundo que ni Felipe González, que venía del socialismo más virulento, se animó a modificar el rumbo y continuó con la integración económica cuando llegó al gobierno.
Obviamente hoy España está más complicada con Sánchez, pero aún con este gobierno español que tiene muchos ingredientes kirchneristas, todavía no cayó a los niveles económicos que cayó Argentina.
Tomando los datos de Angus Maddison, en la década del 40, Argentina tenía un ingreso per capita que superaba al de España en un 113% y en 2022 España tenía un ingreso per capita que era el 86% mayor al de Argentina. Es a partir de mediados de la década del 70 que España nos pasa en la evolución del ingreso per capita.
Chile, con sus profundas reformas pro mercado, con un sistema de jubilaciones privados, dos temas que hoy la oposición en Argentina tiene pánico de hablar y defender, nos pasó como alambrado caído. Entre 1900 y 2022 su PBI per capita aumentó el 572% y el nuestro el 299%.
Pero recuerdo que allá por los 70, los 80 y los 90, solía hablarse con cierto sarcasmo de las economías de Taiwán, Corea e incluso de Hong Kong.
De Taiwán se decía con ironía que importábamos paragüitas. En esos años nuestro PBI per cápita era un 188% mayor que el de Taiwán.
En 2022 el PBI de Taiwán fue un 191% mayor al nuestro.
Hong Kong, que se la miraba como una isla miserable en que la gente vivía en la pobreza, tenía un PBI per capita que era la mitad del nuestro. En 2022 el PBI de Hong Kong superaba al de Argentina en un 164%.
Nuestros ignorantes políticos decían que importábamos porquerías de Taiwán y Corea y que los habitantes de Hong Kong se morían de hambre. Hablaban del dumping social, es decir que exportaban barato porque tenían a sus trabajadores en condiciones de explotación. Por eso había que frenar las importaciones y cerrarnos al mundo. “Les dan una tasa de arroz y los hacen trabajar sin descanso”, decían los proteccionistas.
Pero si nos vamos del sudeste asiático y volvemos a Europa, podemos ver el caso de Irlanda que nos recontra pasó y los ejemplos siguen.
Hasta fines de los 70 y principios de los 80, Irlanda era un país pobre que producía papa y la gente emigraba. Un día sus políticos tuvieron que decidir si se incorporaban a la UE o seguían aislados del mundo. Optaron por unirse a la UE, pero, para eso, tenían que hacer reformas estructurales.
Bajar el gasto público, hacer una reforma laboral, reducir impuestos, desregular la economía, etc. En 2022 Irlanda tenía un PBI per capita que triplicaba al nuestro.
En todos los casos, los países que nos superaron son países que vieron al mundo como una gran oportunidad para vender sus productos y crecer gracias a las elevadas tasas de inversión que se requiere cuando una empresa produce en gran escala. Eso lleva a generar más puestos de trabajo, mayor productividad y, obviamente, mejores ingresos reales.
Nosotros, abrazando el populismo corrupto, despreciamos integrarnos al mundo y en vez de darle mejores puestos de trabajo a la gente y con mayor remuneración, desarrollamos la industria del subsidio.
El populismo creó legiones de personas viviendo sin trabajar y a costa de lo que otros producen. Como eso tiene un costo, llevaron los impuestos hasta niveles asfixiantes destruyendo aún más la generación de riqueza. Eso sí, lo políticamente correcto consiste en decir que la gente tiene derecho a vivir sin trabajar y a costa del trabajo ajeno.
Con los datos anteriores y los que pueden verse en el cuadro, no hace falta inventar nada nuevo para salir adelante. Solo copiar lo que hicieron los países que nos pasaron como postes. Disciplina fiscal, disciplina monetaria, respeto por los derechos de propiedad e integración al mundo.
Es más, ni siquiera tenemos que copiar a los otros países. Podemos copiarnos a nosotros mismos revisando nuestra historia, cuando la generación del 80 hizo de este desierto un país próspero que apuntaba a ser uno de los más ricos del planeta. ¿Cómo? Integrándonos al mundo, recibiendo inversiones y sin planes sociales. Los inmigrantes no venían en busca de un plan social, venían a trabajar.
Argentina se construyó con la cultura del trabajo y se destruyó con la cultura de la dádiva que otorga el puntero político.
En definitiva, el secreto de la prosperidad es tan sencillo como decir que la gente tiene que trabajar, que nadie tiene derecho a vivir a costa del trabajo ajeno y el estado no tiene que entorpecer a los que trabajan.
Mucho misterio no hay para descubrir cómo hacemos para salir de esta larga y deprimente decadencia. Poder salir, se puede. Pero hay que meterse en la cabeza que para progresar hay que trabajar y no vivir del empleo público y los planes sociales.
Las grandes olas de inmigrantes que vinieron a la Argentina a fines del siglo XIX y principios del XX venían a trabajar. Así construyeron su casa, criaron y educaron a sus hijos y lograron progresar.
El germen que destruyó la economía argentina fue el de creer que porque tenemos la pampa húmeda y petróleo ya éramos un país rico y solo había que redistribuir el ingreso.
Falso, esos son recursos naturales. Para que esos recursos naturales se transformen en riqueza alguien tiene que invertir y trabajar para que la pampa produzca soja, trigo, maíz, sorgo, etc. y el ganado engorde.
Lo que necesita Argentina no es que el Estado se ocupe de redistribuir la riqueza que no es riqueza. Argentina necesita que el Estado le quite el pie de la cabeza a los que quieren producir y progresar en base a su capacidad de innovación.
CON INFORMACION DE MDZOL.COM




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