La misa y la procesión

OPINIÓN Mónica Gutiérrez*
UI7RIGAAP5ECHDVMIYNT7Z2GWQ

El impacto generado por el atentado contra Cristina Kirchner se diluyó con la rapidez con la que se disuelven en boca los copos de algodón de azúcar.

El dispositivo de oportunismo político que desplegó el aparato comunicacional del oficialismo profundizó de manera exponencial el clima de desconfianza y descreimiento en el que grueso de la sociedad intenta sobrevivir.

 
Lejos de abrir un espacio para el encuentro y los consensos, la articulación del discurso divisivo que bajó desde el Gobierno sólo reavivó sospechas y suspicacias.

De discutir la autoría y móvil del crimen se pasó a poner en duda su existencia misma. Ya no basta con ver para creer.

La impactante imágen de un arma gatillada en la cabeza de Cristina Fernández de Kirchner pasó de ser una escena de extremo dramatismo a un cuadro de comedia de enredos.

En cuestión de horas el intento de asesinato perpetrado por un grupo de marginales borderline mutó en el imaginario de la mayoría a un armado burdo a cargo de mano de obra tan inepta como barata.

 
La encuesta de Trespuntozero conocida esta semana, da cuenta de que más de la mitad de los consultados entiende que se trató de un hecho montado para distraer y cohesionar en torno a la victimización de CFK.

Los ejecutores del fallido atentado pasaron a ser percibidos por la mayoría como actores de reparto de una trama ridícula y atropellada. Es poco probable que alguna evidencia cierta que arroje la investigación judicial logre sacar a millones de argentinos de ese convencimiento.

Una bala que no salió. Un cuerpo de custodia que no logró registrar la agresión ni reaccionó en consecuencia. Una víctima que declaró no haberse enterado, hicieron el resto.

 
El embrollo en torno a pruebas y evidencias volvió a enfrentarnos a una dificultad. La verdad de los hechos es de difícil acceso en la Argentina de este tiempo.

Los dichos del senador José Mayans sumaron un aporte invalorable a la sospecha general. Explícito hasta la impudicia, se manifestó dispuesto a canjear paz social contra el levantamiento del juicio a CFK. Es probable que en el Instituto Patria lo prefieran callado.

Más sensata estuvo la cúpula cegetista que logró abortar la trasnochada idea de hacer un paro general y marchar en dulce montón a la Suprema Corte. Otro delirio.

La atribución de la responsabilidad de la violencia armada a periodistas, fiscales y oposición también se estrelló esta vez contra el hartazgo social. Ya aburren.

Demasiada memoria de largas cadenas televisivas, acaloradas diatribas, escarches e intimidaciones han convertido a buena parte de los argentinos en impermeables a la fatigante cantinela K. Ya nadie cree en nada. La confianza social está agotada. Se ha perdido el respeto a la palabra oficial.

Es hora de que los fogoneros de la grieta busquen otro libretista. Ya no convencen. Se les escapan los hilos.

La introducción de las categorías del amor y del odio en el análisis del escenario político es también un discurso que atrasa. Un recurso vintage más propio de conductores autoritarios o mesiánicos que de los liderazgos que demanda este tiempo.

 
Una violencia asordinada anida en las contradicciones, en el doble discurso, en el “cómo te digo una cosa te digo otra”, en el pragmatismo de la narrativa practicado hasta la exasperación. Hay una negación del entendimiento del otro cuando un día se expresa un argumento y al día siguiente se reivindica otro. La gente se cansó.

La experiencia de un presidente que autodestruye su autoridad diciendo una cosa a la mañana y otra a la tarde no parece haber alcanzado. Insisten con el doble estándar.

Ahora quien decide ir de la misa a la procesión como si nada es Eduardo “Wado” de Pedro.

Tras atribuir la autoría intelectual del magnicidio que no fue “a las tres toneladas de editoriales en diarios, televisión y radios dándole lugar a los discursos violentos que sembraron un clima de odio” da un paso al frente para llamar al diálogo.

Cuesta entender que agenda de conversación puede presentar el joven Ministro después de señalar con tanta precisión y certeza dónde el oficialismo ubica el el eje del mal.

De Pedro primero pega y después acaricia. De los atriles dorados del Hotel Alvear en dulce trato con la crema del empresariado a la monserga camporista en la cuenta de Twitter.

El Ministro del Interior repite el estilo albertista de querer estar bien con Dios y con el diablo. Ya debería saber que esa matriz de comportamiento está agotada.

 
Para “reencausar la convivencia democrática” como se pretende hace falta partir del respeto absoluto de las instituciones y los derechos consagrados en la Constitución Nacional. Algo que no aparece garantizado cuando se convertido a jueces, fiscales y periodistas en un blanco móvil.

Puede que con tanto barullo logren meter algo de cizaña en la oposición. Muchos creen ver en tan devoto llamado a la oración un artilugio para sumar división en la coalición opositora.

Siempre queda algún rezagado con buena vibra dispuesto a tomarse en serio la convocatoria a concurrir, pero no hay chance alguna de revertir el trabajo de los fiscales, ni el empeño de los periodistas, ni de echar atrás la tarea de los jueces. No hay disposición para arrugar. No estaría funcionando. Tarde para lágrimas.

El globo de ensayo del “discurso del odio” se pinchó en el aire. Duró menos que los copos de nieve que cayeron en la Recoleta.

Remontar el barrilete de la beligerancia demanda mucho más que palabras bonitas y llamados a la oración. Se les hizo tarde.

“No vamos a rezar a favor de nadie”, dijo Leonardo Botto. El intendente de Luján ofreció una curiosa justificación a su convocatoria a la denominada “Misa por La Paz y la fraternidad de los argentinos”.

La paz bien vale una misa. Pero al sacramento de la comunión hay que llegar confesados y hasta aquí nadie se desdice ni arrepiente de nada. La política no es solo una cuestión de fe.

Puede que la intervención de la divinidad haya frenado la corredera de la Bersa que cargó el diablo y no pudo descargar un diletante, pero es absolutamente improbable que con cadenas de oración y comunión diaria se logre frenar la estampida inflacionaria, bajar los índices de pobreza y aumentar las reservas del central. No todo tiene que ver con todo.

Desde la Coalición Cívica, Maximiliano Ferraro expresó sus recelos que son los de muchos. El espacio natural para poner en escena un diálogo es el Congreso y advierte acerca de que se quiera negociar impunidad.

 
La preocupación de Ferraro es verosímil. Desde hace meses ronda en la cabeza afiebrada de algunos dirigentes la implementación de una suerte de amnistía cruzada sobre causas pendientes de CFK y sus hijos, Mauricio Macri y sus familiares.

La fantasía de llegar a un acuerdo pacificador por la vía de la impunidad a cambio de que tanto Mauricio Macri como Cristina Kirchner abandonen la vida política viene siendo tema de conversaciones por lo bajo en la trastienda del círculo rojo.

Los hechos de las últimas semanas, desde la lectura de la acusación de la Fiscalía que encabeza Diego Luciani hasta aquí, Cristina Fernández de Kirchner logró alinear al peronismo tras de sí. La falta de un nuevo liderazgo alternativo consolida este seguidismo y el convencimiento de que solo con ella no alcanza y sin ella es imposible.

En el PRO pasa algo parecido, la dificultad de definir un liderazgo, e incluso de arribar a proyecto que los exprese a todos también complica la unidad. En ese espacio también se sostiene que con Mauricio no se llega y sin él es imposible.

A este statu quo se suma una sociedad que no cree ni en lo que ve, que sospecha de todos, que no se deja penetrar por el odio ni por el amor, que solo espera alguna vez confiar en alguien que se despoje de egos e intereses personales y sea capaz de liberar los sueños y energías de lo que creen que pese a todo hay por delante un país en condiciones de recuperar el tiempo perdido.

 

 

* Para www.infobae.com

Últimas noticias
Te puede interesar
Lo más visto