Alimentos: finalmente, se acabó el cuento de la inflación importada

ECONOMÍA Alcadio Oña
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La inflación es, por donde se la mire, un monstruo descontrolado, veloz y e indomable para esta versión del kirchnerismo. El Gobierno no se había repuesto del 7% que el miércoles marcó el costo de vida de agosto cuando, trascartón, le saltaron un 8,2% en el índice de precios mayoristas y 8,9% en los materiales de construcción. 

El 7% levantó al 56,4% la inflación acumulada en los primeros ocho meses de 2022, lo cual es igual a decir 24 puntos porcentuales por encima del registro anotado en el mismo período de 2021 y 37 sobre el 18,9% de 2020. Si se prefiere: así como está, la cifra triplica redondamente a la de hace apenas tres años.

Ahora, el turno del índice mayorista. Dada la correlación que hay con el minorista, el 8,2% ya pinta a mala señal sobre cómo viene el costo de vida de septiembre. Es en sí mismo el número más alto desde septiembre de 2019, o sea, de los últimos 35 meses y marca 73,9% contra agosto de 2021.

Finalmente, el 8,9% en los materiales de construcción pone al acumulado de los primeros ocho meses en 56,3% y 20 puntos por arriba de 2021. Luego, desde que arrancó la nueva era K eso que hoy se asocia a invertir en ladrillos y antes a la casa propia se encareció nada menos que un 300%.

Falta decir que agosto contra agosto el costo de los materiales subió 76,8% para, de inmediato, llegar a la conclusión de que hay que ponerles fichas al 70 o a alguna variante del 70. Es que junto a ese 76,8% de la construcción, tenemos 78,5% anual en el costo de vida y 73,9% en los precios mayoristas.

Para ir relojeando el horizonte, los tres van camino de coronar a fin de año un 90% largo o directamente el 100%. Con muy leves diferencias, el resultado duplicará así a las marcas compartidas en 2021.

Vale dejar claro, por si hace falta, que la trepada interminable de los precios es cualquier cosa menos un juego y también que el ejercicio de vincularla con la inflación importada, para relativizar o sacarse de encima algunas de las cosas que pasan acá, ya no da para más. En principio, porque la curva de la FAO que fogoneaba el trajinado argumento del oficialismo se dio vuelta, y se dio vuelta hace varios meses.

Es lo que cuenta, justamente, el índice de precios promedio de los alimentos elaborado por esa organización de las Naciones Unidos. Acumuló en agosto cinco meses de bajas consecutivas y aun cuando todavía resulta más alto que el de hace un año, cae 14% contra marzo, muchísimo para los estándares internacionales.

Se trata de una estadística compuesta por subíndices que miden cotizaciones que tienen, en su interior, productos básicos que abundan en las góndolas de la Argentina. Van desde manteca, queso y leche; de carnes de vaca, cerdo y pollo hasta aceite de girasol y de soja, derivados del trigo y del maíz y azúcar.

Reflejo de mejoras en la producción, de estoqueos y caídas de la demanda, entre otros cambios, los números de la FAO de agosto revelan que el precio del azúcar ha retrocedido al nivel más bajo desde julio de 2021. También, que la carne vale menos que en mayo y los lácteos que en marzo y, además, que el costo de los aceites es el menor en más de un año.

Obviamente, nada ni parecido a eso ocurre en la Argentina. Ocurre todo lo contrario y en dimensiones sólo asimilables a las que pueden encontrarse en Zimbabwe, Sudán, Líbano, Siria y Venezuela, esto es, las que existen en los países que lideran el ranking inflacionario mundial.

El último indicador del INDEC dice que el costo de los alimentos aumentó 58,8% entre enero y agosto, un período igual al que utilizan en Naciones Unidos y por lo tanto comparable con ése. Señala 44% para la carne y 60 o 60 y pico en lácteos, azúcar, aceites, pan y cereales.

Tampoco los datos del vecindario acompañan el ya probadamente truculento discurso sobre el impacto de la inflación importada. Ni mínimamente y, de nuevo, a propósito del costo de alimentos y bebidas en los ocho primeros meses del año.

Contra el 58,8% del INDEC, la estadística de Brasil dice 10,4%; la de Uruguay, 9,5%; un 18% la de Chile y la un poco más alejada Colombia marca 9,1%. Estamos hablando entonces de bienes que aquí cuestan de tres a diez veces más que en países de la región formalmente comparables al nuestro.

Una dimensión del problema interior plantea que con costos semejantes a ésos se arma la canasta alimentaria básica que fija el número de indigentes, o sea, aquellas personas o familias cuyos ingresos no cubren necesidades digamos de subsistencia. Ese universo forma parte de uno mayor y más variado que define la línea de pobreza.

En base a datos del segundo semestre de 2021, el INDEC ha calculado en 10,8 millones la cantidad de personas “en situación de pobreza”, incluidos 2,4 millones “en situación de indigencia”.

Vistos los sablazos que pega la inflación salta evidente, ya, que los casi 11 millones que el kirchnerismo llama con razón vulnerables resultarán muchos más cuando, a fines de septiembre, se conozca la estadística actualizada en base a los números del primer semestre de 2022. O sea, esto que estamos viendo, una pérdida de ingresos enorme ahí donde más duele.

Entre esas cosas que se empiezan a ver, la consultora LCG aporta una que le cabe sin esfuerzo a ese mundo dislocado. Informa que la canasta de alimentos se está actualizando, completa, una vez al mes; es decir, los precios corren sin pausa.

Claro que no todos aumentan en la misma proporción, como prueba la estadística de los últimos doce meses. Ahí vemos 116% en prendas de vestir, 100 en prepagas y 85 para automóviles junto al 41% en las tarifas de luz y gas, el 38 en telefonía e Internet y el 43 de aguas minerales y gaseosas.

Detrás de semejantes desajustes anida lo que se llama inflación inercial, entendida como aquella donde los precios rezagados tienden a ponerse a la par de los adelantados. Si se quiere, una carrera en la que muchos corren por las dudas o por temor a quedar atrapado por alguna de las trabas que acostumbra a imponer el Gobierno.

Y ya que estamos en este baile, ¿en que quedaron los famosos Precios Cuidados del Axel Kicillof de la segunda presidencia de Cristina Kirchner? Quedaron reducidos poco menos que a la nada misma, a unos cartelitos perdidos en las góndolas y al 4,45%, ni siquiera al 5%, de los precios que releva el Indec.

Algo parecido ocurrió con los impetuosos militantes-inspectores de La Cámpora y los intendentes oficialistas que salieron a controlar, o a controlar para la platea, a los comerciantes-electores de sus municipios. Finalmente, no existe ajuste fiscal más efectivo que la inflación, solo que también pianta votos como pocas cosas.

De este aquelarre hecho de parches es el saque que el Banco Central acaba de pegarle a las tasas de interés que paga por las Leliq: las levantó al 75%, esto es, 23 puntos porcentuales por encima del 52% de fines de julio. Esas Letras, que el BCRA usa para esterilizar los pesos que emite a pasto, ya montan a impresionantes 6,8 billones de pesos o 5 billones más que a fines del año pasado.

Todo carísimo, todo Estado y todo precio al fin, el 94% de los bonos de la deuda del Tesoro Nacional están indexados a la inflación o al dólar oficial: riesgo cero o más o menos cero a elección del operador. Ahí tenemos 7 billones de pesos que vencen en 2023, el año de las presidenciales.

Final con una recomendación del Tesoro norteamericano al gobierno argentino: “Implementar las reformas para reconstruir la credibilidad, estabilizar los mercados y sentar las bases para el crecimiento sostenido”.

Fue a propósito de la visita de Sergio Massa a EE.UU. y si alguien la juzga amable, que lea las consignas por sus opuestos: por ejemplo, desconfianza por credibilidad o presión cambiaria donde habla de estabilizar los mercados.

Fuente: clarin

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