Discursos de odio, una explicación que no sirve para todo

POLÍTICA Ingrid Beck
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Historiador y periodista, Pablo Stefanoni fue pionero en el proceso de traer a la discusión local el fenómeno global de las nuevas derechas y su composición que reúne elementos de nacionalismo, racismo, misoginia y hasta un velo de corrección política que les permite autodenominarse “alternativas”. En el libro ¿La rebeldía se volvió de derecha?, editado a comienzos del año pasado por Siglo XXI, plantea “cómo el antiprogresismo y la anticorrección política están construyendo un nuevo sentido común y por qué la izquierda debería tomarlos en serio”. El análisis de Stefanoni también podía verse como una advertencia de lo que en estos días circula en el debate público sobre discursos de odio, violencia política y riesgos para la democracia. Sobre su lectura del atentado a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y el crecimiento de la ultraderecha en la Argentina, dialogó con Letra P.

-En el prólogo de su libro escribió “en nuestro país la extrema derecha es débil”. ¿Hoy escribiría lo mismo?

-Cuando salió el libro todavía no había expresiones de derecha más radicalizadas. Tomé el caso de los libertarios, pero no había aún una expresión política de eso. Sí había llegado cierto discurso global de las nuevas derechas, no todas extremas, más bien desde el punto de vista de la transgresión. Escribí que esos discursos contra la corrección política, contra el marxismo cultural y que asumían ese tipo de estéticas, estaban llegando, solo que no tenían una expresión política. Cuando los libertarios la empezaron a tener, incomodaron a la derecha convencional, que tenía que dar cuenta de eso para tomar posición. Hoy los libertarios están presionando por derecha al PRO, con el tema de los impuestos, la casta, con una serie de ideas genéricas que van disputándole el espacio. El PRO empieza a mirar eso con cierta preocupación o tratando de integrar parte de ese discurso.

-¿Hubo cierta desestimación por parte de la dirigencia política “progresista” argentina de este fenómeno?

 -Es un fenómeno global. Lo que yo quería enfatizar es que la rebeldía de la derecha no siempre gana elecciones. En Europa le cuesta mucho y no ganan. En Estados Unidos, Donald Trump ganó y después perdió rápido. Jair Bolsonaro va a perder ahora en Brasil después de un solo mandato. Más que unas extremas derechas que son muy exitosas, lo que hay es una especie de disputa de esas derechas como un espacio bastante rizomático, difícil de precisar a veces, porque no son solo partidos o grupos organizados, sino más bien una especie de indignación de derecha.

-¿Cómo se manifiesta?

-Construye un discurso antiprogresista en el cual el pueblo estaría resistiendo todos los males generados por una élite progresista que controla todo: las universidades, los organismos internacionales, los gobiernos, la prensa. Esa derecha tiene muchas expresiones: partidos de extrema derecha pero también grupos medio lúmpenes, como los de Argentina, que tuvieron cierto fogueo con las protestas contra la cuarentena y la vacuna, y que son redes medio informales.

-¿En qué se diferencian de las viejas derechas conservadoras?

-Son derechas que, más que conservar, están tratando de canalizar el malestar que hay hoy por todos lados, por lo menos en occidente. Es un malestar que el progresismo no puede canalizar y se canaliza de manera conspiranoica, con resentimiento, contra la política.

-En la Argentina se combinan el antiprogresismo y el antiperonismo.

-En el caso del atentado contra CFK es bastante paradójico, porque quienes están metidos en esta especie de grupo bizarro de los copos de nieve son de sectores populares. Está presente el antiperonismo, pero es una dinámica un poco distinta del antiperonismo tradicional. Es paradójico, porque por un lado vemos un antiperonismo muy furibundo y cuando le preguntan a Javier Milei quién fue el mejor presidente de la historia elige a Carlos Menem, que fue un presidente peronista.

 -Sin embargo, hay un rechazo marcado a cierta dirigencia política y no a otra.

 -Hay cierto rechazo a los políticos tradicionales, al kirchnerismo, pero también hay una especie de doble rechazo y en parte también una decepción con el macrismo. El ascenso de Milei tiene que ver con esto, aunque efectivamente hay una simpatía en general por la figura de Patricia Bullrich.

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-¿Es suficiente la explicación que atribuye un atentado a los discursos de odio?

-El discurso de odio aplica cuando toma una forma de aniquilación o de discurso público que incluye violencia simbólica. En la política es un poco más complicado hablar de odio porque la polarización política, ¿deriva en odio o no deriva? Después termina en el debate de quién odia más.

-¿Se está expandiendo mucho el término discurso de odio como una explicación?

-Sí. La extrema derecha en Europa está usando la expresión. Por ejemplo, dicen que hay discurso de odio contra la religión católica, contra los heterosexuales. Hay que tener cuidado en no volverlo un término vaciado de contenido. Ahora se puso de moda decir que cualquier radicalización de los discursos públicos es discurso de odio. Eso impide analizar mejor las dinámicas del fenómeno.

-¿Cuál es la perspectiva de futuro si las derechas se apropian de las narrativas del progresismo?

-En sus reuniones, la extrema derecha dice todo el tiempo que la izquierda es la que domina realmente el mundo. Hablan como si estuvieran resistiendo desde las cavernas frente a una hegemonía y una nueva inquisición progresista que generó nuevos totalitarismos. Por otro lado, el discurso de la izquierda es que está derrotada, que no puede ganar y que cuando gana no puede cambiar nada. Hay un juego de espejos. ¿Por qué cada uno cree que el otro es el que realmente tiene el poder? Es un capitalismo que se vuelve un tanto progresista en lo cultural y muy desigualitario en lo social. Eso genera una especie de gran confusión ideológica por todos lados.

 

Fuente: letra p

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