Un resultado que promete una mejor relación bilateral

POLÍTICA Claudio Jacquelin
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Entre las muchas dicotomías que impone la polarización política argentina, la elección de Brasil permite encontrar un acuerdo tácito entre una mayoría de dirigentes de distintas fuerzas políticas. Relanzar la relación bilateral es una necesidad que oficia como imperativo categórico. Y el triunfo de Lula facilitaría el alcance de tal prioridad. 

Esa es la más importante coincidencia que atraviesa en estas horas a las dos coaliciones mayoritarias, al margen de los muchos matices que existen y de expresiones minoritarias extremas que discrepan de esa conclusión. Ahí está lo importante, aunque no lo urgente.

Ese punto de encuentro tiene por disparador factores concretos, tangibles, como los intereses nacionales, las extremas necesidades económico-comerciales y los proyectos de desarrollo de la Argentina. Pero las coincidencias se diluyen cuando se incluyen variables más estridentes y más visibles, como las afinidades ideológicas, los vínculos personales, los alineamientos políticos, las especulaciones electorales de cada uno y las narrativas de ocasión que igualan situaciones disímiles, al traspolarlas sin contexto.

Esa última será la imagen destinada a imponerse ahora: el triunfo de Lula, más que ningún otro, por el volumen simbólico del presidente electo y por el peso dominante de Brasil, refuerza la imagen del regreso de la ola de los gobiernos populares (o populistas) de izquierda, que signó el comienzo del siglo XXI en la región. Puede ser una conclusión apresurada y dar lugar a festejos, lamentos o prevenciones destinados a revisarse. Tanto por la nueva conformación del propio mapa político brasileño, más polarizado que nunca, como por las realidades y perspectivas que atraviesan y desafían a cada uno de los países del continente.

En lo inmediato, el kirchnerismo festeja (en Brasil y en la Argentina) como propia la elección triunfante de Lula, sin importar la estrecha diferencia con la que se impuso sobre Jair Bolsonaro. La victoria es para el oficialismo tan importante como la derrota del actual presidente brasileño, convertido en un enemigo, a pesar del efecto negativo que esa confrontación tuviera para los intereses comerciales argentinos. La campaña de Bolsonaro en la que llamaba a votar contra el candidato del PT para evitar que Brasil se convirtiera en la Argentina actual y sus recurrentes ridiculizaciones de la situación del país y su relación con los dirigentes argentinos ubicados en las antípodas del oficialismo alimentan hoy la sensación de revancha del oficialismo.

En términos kirchneristas se trata del regreso del “líder de la izquierda latinoamericana”, después de haber sido víctima de una persecución política, mediática y judicial (el lawfare), que lo llevó a la cárcel. Un espejo en el que a Cristina Kirchner y sus seguidores les gusta y buscan reflejarse, proyectarse y con el que pretenden tomarse revancha por anticipado. Pero son simetrías imperfectas y forzadas. Las realidades de uno y otro país no funcionan de forma sincrónica.

Lula no es Cristina

Demasiadas distancias median entre los pasados, los presentes y los futuros de unos y otros. Así como Brasil no es la Argentina, Lula no es Cristina, ni el PT es el kirchnerismo. Historias, realidades, posibilidades, oportunidades, condicionamientos y formas de ejercer el poder separan a unos de otros. Muchas diferencias que el ruido y el humo de la militancia y la propaganda suelen difuminar, aunque sirvan para construir escenarios. Además, el contexto nacional e internacional en el que asumirá Lula su tercer mandato no se parece en nada al existente en sus primeras presidencias. Alberto Fernández y Cristina Kirchner pueden dar fe.

Quien seguramente más motivos tiene para celebrar el triunfo de Lula en el plano personal es Alberto Fernández, aunque no necesariamente pueda beneficiarse de este regreso a la presidencia del viejo líder sindical para su gestión actual y proyección electoral. La relación entre ambos excede el plano político. Como le gusta subrayar (y más en estas horas) al entorno presidencial, fue Fernández el único político argentino que visitó al ahora presidente electo brasileño en la cárcel.

Además, Fernández antes de ser presidente participó de varias gestiones internacionales por Lula, entre ellas se cuentan los dos viajes al Vaticano en los que le pidió al papa Bergoglio su intercesión por su situación judicial y su libertad. Una razón más que atendible para esperar algún gesto de gratitud de quien el Presidente considera su amigo. Pero es mejor ser cauteloso, el tiempo, las contingencias que impone el poder y los desafíos de gobernar pueden generar limitaciones.

Fernández seguramente recordará por estas horas que en la primera de esas gestiones en Roma, el 26 de enero de 2018, también abogó por la situación de Cristina Kirchner. Fue el primer gesto concreto para sellar la muy reciente reconciliación que ambos acababan de firmar en diciembre de 2017 y que concluyó con el premio de la candidatura que lo llevó a la presidencia. Pero ni la gratitud de Cristina ni la concordia entre ambos resistieron al paso del tiempo. Antecedentes.

Tal vez por eso y por puro realismo, en la Casa Rosada celebran desde lo personal y lo político y prefieren ser moderados en cuanto a sus efectos para la relación bilateral durante lo que queda del mandato de Fernández.

“Además de relanzar el Mercosur, en lo más rápido que Lula nos puede ayudar es para acelerar el ingreso al Brics y reencauzar el acuerdo Unión Europea-Mercosur”. Brics es la alianza económica comercial que integran Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica, a la que la Argentina fue invitada a sumarse, pero el gobierno de Bolsonaro se ocupó de dilatarla.

En lo inmediato, en el Gobierno y en buena parte de la oposición confían y esperan que la ley que regula la transición en Brasil funcione plenamente y no ocurran turbulencias hasta la asunción de Lula. Es un motivo de preocupación por acá la estrecha diferencia por la que se impuso Lula sobre Bolsonaro y dada la falta de templanza personal del derrotado. La diferencia es casi idéntica a la que le dio el triunfo a Mauricio Macri por sobre el hoy embajador en Brasilia Daniel Scioli en 2015. Pero el presidente saliente de Brasil no tiene el espíritu deportivo ni la plasticidad ideológica de Scioli.

Diferencias en la oposición

En la oposición mayoritariamente se impone una cautelosa satisfacción por el triunfo del candidato del PT, al margen de su cercanía identitaria e histórica con el kirchnerismo y el refuerzo que implica el reverdecer de la izquierda regional.

La excepción y decepción se da en el extremo derecho de Juntos por el Cambio (con Miguel Pichetto y Joaquín de la Torre, al frente) y en Javier Milei y sus libertarios antisistema, que se jugaron por Bolsonaro, por sus coincidencias ideológicas y por el aliciente que, por reflejo, podría darles la reelección del exmilitar a sus propios proyectos electorales, al margen de lo que otro mandato de Bolsonaro pudiera implicar en términos económicos y vínculos internacionales para la Argentina.

Tanto Pichetto como Milei y De la Torre se habían ilusionado con que la convalidación de la defensa de los valores conservadores y el neoliberalismo económico con el que comulgan generara un clima de opinión o una ola que mojara estas costas y los pudiera llevar a ellos a las playas del poder. O cerca. De todas maneras, potenciarán la muy buena elección, a pesar del fracaso, que hizo su referente Bolsonaro y la consolidación de su partido como una de las dos fuerzas políticas dominantes de Brasil. Pero derrotas son derrotas.

Con menos coincidencias e identificaciones ideológicas (al margen de algunas similitudes estéticas) también se lamentan por cuestiones políticas, pero no por razones de política exterior y conveniencia económica, en el sector de Patricia Bullrich y, con más matices, en la cercanía de Mauricio Macri. “Un triunfo de Bolsonaro hubiera ayudado a equilibrar la inclinación a la izquierda del continente y eso nos hubiera beneficiado para la campaña, aunque no necesariamente en el plano de la relación bilateral o de la inserción internacional”, admiten en el entorno de la lanzada precandidata presidencial de Pro.

En cambio, en el campamento de su rival interno Horacio Rodríguez Larreta consideran que “más allá de coincidencias o diferencias de enrolamientos políticos, para la Argentina es mejor Lula que Bolsonaro. No es igual tener al frente de un continente con vocación imperial, que está acá al lado, como Brasil, y es nuestro principal socio comercial a un pragmático internacionalista que a un tóxico aislacionista”, argumentan.

Desde un plano más conceptual y más énfasis en la realidad política local, el virtual canciller de Rodríguez Larreta, Fernando Straface, sostiene que “Brasil es y debe ser la primera, la segunda y la tercera prioridad de la política exterior argentina, más allá de la disonancia personal que pueda haber entre los presidentes, como la actual entre Bolsonaro y Fernández, que es inadmisible y solo nos perjudicó”.

La expectativa de relanzar el Mercosur, de revitalizar el adormecido proceso del acuerdo UE-Mercosur y de establecer una nueva relación bilateral, que permita potenciar la inserción de la Argentina en el mundo tanto para abrir nuevos mercados como para recibir inversiones extranjeras, genera un punto de coincidencia clave para analizar el triunfo de Lula.

Dos nuevos conceptos que empiezan a dominar el glosario internacional pospandemia, tras la invasión rusa de Ucrania y ante el creciente enfrentamiento (no solo comercial) entre Estados Unidos y China, alientan esa mirada. Se trata de nearshoring y friendshoring, dos neologismos que se utilizan para explicar o promocionar una tendencia a la inversión y el desarrollo en regiones y países cercanos y con coincidencias político-institucionales. Conceptos que vendrían a ser superadores de la globalización y que gana adeptos y promotores entre expertos en temas internacionales, economistas y empresarios.

Ese contexto da una perspectiva renovada para encauzar la relación bilateral con Brasil que para muchos actores tiene más probabilidades de alcanzarse (o intentarse, al menos) con el triunfo de Lula. Si la Argentina hace los deberes. Ni más ni menos. Pero al menos hay algunas coincidencias mayoritarias.

Fuente: La Nacion

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