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Jaime Duran Barba insiste en que seis meses antes de las elecciones aparecerá un candidato sorpresa que modificará el mapa electoral 2023, que hoy pensamos como definitivo. Javier Milei fue ese candidato sorpresa en 2021 y tendrá mucha incidencia el año próximo, pero ya no será una sorpresa. ¿Queda algún cisne negro por emerger o la definición electoral será entre los pre candidatos que hoy conocemos?

El miércoles pasado Martín Llaryora, intendente de la ciudad de Córdoba y candidato a gobernador por el peronismo local, dijo oficialmente en Radio Perfil que a quien él pretende suceder, Juan “el Gringo” Schiaretti, esta vez sí será candidato a presidente por una tercera vía. El “esta vez” se refiere a 2019, cuando la decisión de Schiaretti de no hacer ninguna apuesta nacional y abroquelarse en su estrategia provincial hizo explotar en varios fragmentos aquella “ancha avenida del medio” que integraban, además de Schiaretti, Sergio Massa (cooptado por el Frente de Todos) y Miguel Ángel Pichetto (cooptado por Juntos por el Cambio), dejando a Roberto Lavagna y a Juan Manuel Urtubey huérfanos y raquíticos electoralmente en un centro jibarizado.

En aquel 2019, Schiaretti podía ser reelecto gobernado de Córdoba por un período más, lo que en 2023 la Constitución le impide, y por eso hoy su delfín, Llaryora, es quien tendrá que competirle al popular Luis Juez, cabeza de fórmula de JxC en Córdoba, que puede no ser especialmente querido por una parte del círculo rojo, pero después de 24 años de administraciones sucesivas del tándem De la Sota-Schiaretti gobernando la provincia hay quienes están dispuestos a votar por Juez, aun aborreciendo su estética campechana, con el fin de producir alguna alternancia. Juez ya había perdido por poco la gobernación cuando el peronismo cordobés estaba mucho más fuerte que hoy.

Para hacerle fuerza a Juntos por el Cambio en Córdoba, donde ya en el pasado Macri obtuvo más votos que en ningún otro territorio, el peronismo local precisaría el empujón de un candidato presidencial propio que traccione votos en la provincia, como fue en 2015 De la Sota en la fórmula presidencial junto a Massa. Por eso, más que el propio Schiaretti, quienes promueven su candidatura nacional son los candidatos del peronismo local, comenzando comprensiblemente por el propio Llaryora más todos los intendentes y legisladores a ser electos. 

El oficialismo cordobés se vio afectado por la tragedia de la muerte de bebés en una maternidad provincial y ahora el caso del diputado oficialista Oscar González, presidente provisional de la Legislatura, quien cruzando una doble raya amarilla en una curva en el Camino de Altas Cumbres chocó a otro auto, lo que produjo la muerte de su conductora y graves heridas a los restantes ocupantes. Para colmo, el auto de alta gama que conducía el legislador era del Estado, decomisado por algún delito, que el gobierno entrega a los funcionarios para su uso, lo que desató otra controversia. 

No es lo mismo que las elecciones provinciales fueran simultáneas con la votación nacional que desdobladas, como viene sucediendo, anticipadamente, probablemente en mayo o junio. Pero aun desdobladas, que un cordobés participe de la contienda nacional impulsa la visibilidad en los medios nacionales que tiene ese partido. Es el caso de Juez, quien con su estilo cuartetero y humorístico conquistó a las audiencias porteñas apareciendo en los medios nacionales todo el tiempo, a diferencia de los candidatos del peronismo provincial, que casi nunca aparecen en los medios porteños y que son también los más resistidos en Córdoba.

Los analistas políticos están divididos. Una parte sospecha que Schiaretti deja correr su posible candidatura presidencial no para que así termine siendo realmente, sino para posicionarse como candidato a vicepresidente, por ejemplo de Horacio Rodríguez Larreta, mientras otra parte cree que esta vez sí el Gringo apostará todas sus credenciales acumuladas como padre del exitoso modelo de gestión pública cordobés en una tercera coalición que, como mínimo, aglutine al socialismo de Santa Fe, al peronismo bonaerense antikirchnerista –como Randazzo– y a algunos otros del interior como Urtubey en Salta. 

Hasta ahí se podría construir una tercera coalición y cuarta fuerza electoral, porque Milei amenaza tener un caudal de votos igual o mayor al del Frente Renovador de Massa-De la Sota en 2015, cuando salió tercero, a pocos votos de Macri y este detrás de Scioli en primera vuelta. Por entonces esos votos cordobeses y bonaerenses anti K permitieron que en el ballottage Cambiemos terminara siendo el ganador.

Pero lo que sería verdaderamente un cisne negro que modificaría por completo el mapa político actual sería la consumación de aquel comentado asado en la casa de Urtubey en Buenos Aires, donde no solo estaba el peronismo cordobés con Schiaretti, los socialistas de Santa Fe y el peronismo disidente bonaerense, sino –fundamentalmente– el radicalismo, representado formalmente por el presidente y el vicepresidente del partido, Gerardo Morales y el chaqueño Ángel Rozas. El verdadero cisne negro consistiría en la división de Juntos por el Cambio, con sus dos socios principales, el PRO y la UCR, cada uno por su parte creando una nueva coalición: el PRO con Milei y la UCR con el peronismo no K más los socialistas, que ya fueron sus aliados en el pasado.

Parece difícil que Juntos por el Cambio pudiera dividirse, como se insinuó cuando el ala dura del PRO quería sumar a Milei y para el radicalismo hubiera sido su límite; la concurrencia de Morales a aquel asado con Schiaretti y demás representantes del centro progresista fue un mensaje al PRO: “Miren que podemos construir otra coalición poderosa”.

Tampoco este Milei empoderado de hoy tendría la misma predisposición que antes de las elecciones del año pasado. Pero quedan todavía quienes sueñan con que Macri “se lleve el PRO a su casa” y sea él candidato presidencial en las PASO compitiendo en el mismo espacio con Milei. El líder libertario varias veces dijo que estaría dispuesto a competir por su candidatura presidencial con Macri si el PRO deshiciera su alianza con los radicales. Parece muy difícil que así termine siendo pero todo dependerá de cuál sea el escenario económico y el consiguiente humor social en marzo próximo.

Dividir más del 90% del electorado (siempre queda testimonialmente el trotskismo de la izquierda) en dos, en tres o en cuatro, esa es la cuestión. Prácticamente en dos fue en 2019 y en tres fue en 2015: ¿será en cuatro en 2023?

Por Jorge Fontevecchia para Perfil

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