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El fútbol es terreno de supersticiones. Mandan las cábalas. El autor de esta nota escribe desde ahí: es hincha de Estudiantes, bilardista devoto, acrítico, aunque no hace falta llegar hasta Bilardo para entender esa pasión por el esoterismo futbolero. Sabella, un cerebral de la táctica y la estrategia, era un fanático de las “costumbres”, el eufemismo de algún negador.

La política sabe bien de estas cosas: con el fútbol no se jode; a la cancha, mejor ni acercarse y, menos, si en el verde césped se juegan las ilusiones de un pueblo entero. Las brujas no existen, pero que las hay, las hay. O no, pero, en todo caso, ¿qué sentido tiene, para un hombre o una mujer con ambición de poder, jugar con el fuego de creencias populares que condenan a la hoguera, sin juicio justo, a quien cargue con la sospecha imperecederamente estigmatizante de impartir desgracias?

Mauricio Macri es un hombre del fútbol: sabe todo eso y, encima, ya viene cargando alguna mochila que le ha colgado la inconciencia colectiva, pero nada de eso le importa. Contra todas las recomendaciones -acaso aprovechando el respeto reverencial del resto de la dirigencia a esos protocolos de prevención, que lo convierten en el único valiente en un desierto libre de competencia-, el expresidente decidió explotar su condición/excusa de titular de la Fundación FIFA y llevó su (no) campaña presidencial a Qatar.

El líder del PRO viene mal. Mufado, valdría decir.

El martes, asistió al estadio Lusail de Doha para el debut argentino y el conjunto nacional sufrió una derrota histórica frente a Arabia Saudita, un verdugo inaceptable para el gobierno de la razón.

Antes, había derrapado al caracterizar a Alemania como “una raza superior”: este miércoles, la selección germana, potencia futbolística global, hizo la Gran Scaloneta y aportó el segundo resultado insólito del Mundial al caer contra el humilde Japón. Creer o reventar: como Argentina, Alemania se fue al entretiempo ganando 1 a 0, en el complemento se lo dieron vuelta y terminó perdiendo 2 a 1.

Letra P preguntó en el entorno del expresidente si Macri pensaba, en virtud del incidente árabe, alterar su agenda y resignarse a ver en el hotel la segunda presentación del equipo de Messi. Nada de eso: el ingeniero va y va, como su Boca querido. Más: este miércoles desafió al universo y se despachó con pronósticos optimistas de cara a lo que viene, como gusta decir a la prensa que cubre deportes. "Los dos partidos que nos quedan son muy ganables", evaluó.

¿Un imprudente? ¿Un agnóstico? ¿O se sabe blindado, un antimufa, como sugiere su historia?

Macri es un hombre de fortuna, pero también de buena fortuna, si es que eso existe, porque de la existencia de la suerte no hay evidencia científica si no, en cada caso, una colección de hechos enlazados arbitrariamente, como en este: el hombre arrancó con el pie derecho naciendo en cuna de oro y después, tocado por algún tipo de misterioso influjo divino, a pesar de su escaso apego al esfuerzo y a su nula formación política, fue encadenando triunfos que lo llevaron -a él, al habitué de las revistas del corazón en los años dorados de los veranos eternos en Punta del Este- hasta el mismísimo despacho presidencial de la Casa Rosada.

 Cuatro años después, pese a la tragedia económica y social que supo concebir su gobierno, en otra carambola cósmica, dejó el poder recostado en el colchón mullido de un 41% de votos que le permite, bendecido ahora por un gobierno del Frente de Todos que no debe caer en la tentación de explicar su fracaso en la mala fortuna de la pandemia y la guerra y que puso otra vez en valor las acciones de Cristina, su villana favorita, soñar con su segundo tiempo.

La democracia argentina registra un antecedente célebre de un presidente exitoso en términos electorales -él, personalmente, nunca perdió una elección- que llevó en la frente el estigma del yeta, el fierro, el piedra. Como a Macri, a ese jefe de Estado, que había sorprendido al establishment con su viaje impensado desde La Rioja hasta Buenos Aires con su look patilludo de caudillo decimonónico, nada de eso le importaba: Menem -Méndez, le decían- no solo no se privaba de ir a la cancha, él jugaba con la Selección.

 En El Anticristo, el alemán Nietszche -una mente superior, diría el ingeniero- dice que lo bueno, lo que enaltece al hombre, es la voluntad de poder. Que a Macri, El Antimufa, no le vengan con brujerías. Él, se nota, se siente más allá de ese cuento del bien y del mal y, además, quiere recuperar el poder.

Fuente: letrap.com.ar

 

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