El vaciamiento de Sergio Massa

POLÍTICA Dardo Gasparré*
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Siempre fue una preocupación profunda la resistencia antidemocrática y la rebelión que debería enfrentar cualquier sucesor del actual gobierno que no fuera de su mismo signo. Las miles de toneladas de piedras, las acciones sindicales o seudosindicales con las que amenaza Pablo Moyano, el neopatotero de la CGT, y de muchos de los militantes rentados peronistas, que, sin duda considerando que tienen un derecho divino de propiedad sobre el gobierno y consecuentemente sobre el Estado, anuncian casi con empecinamiento infantil que no permitirán que nadie les quite sus derechos, o sea sus privilegios millonarios que costea toda la sociedad. La democracia y el mandato de los votantes es algo que ese partido sólo recuerda cuando le conviene. 

Nada nuevo en un movimiento que ha hecho exactamente lo mismo con distintos formatos a lo largo del tiempo, negando los resultados democráticos, primero con su golpe de estado-pecado original, luego con su gobierno de ataque a la oposición, luego  amparándose en el hecho de que su númen estaba proscripto, y finalmente enfrentándose a su propio líder, como hizo la guerrilla, pasando por la feroz oposición de Ubaldini a Alfonsín, y por todas las acciones inspiradas secretamente por Duhalde para deslegitimar a los gobiernos sucesivos, inclusive al de Menem, representada por matones del estilo de Herminio Iglesias, o Guillermo Moreno, patovicas de entrecasa que sin embargo amedrentan a las sociedades. No menor es el corro de amantes en cargos públicos que insultan, amenazan, llenan de puestos de alto nivel la administración del estado, (un mecanismo de futura resistencia, como ocurrió en 2015) además de su costo insoportable. Hebe de Bonafini (QEPD), en su estilo de baja estofa, obró también como un ariete contra la democracia (y contra la sociedad) cuantas veces se lo propuso, y estimuló el odio y la destrucción, el desprecio por la ciudadanía y la intolerancia, convergiendo, lateralmente, de paso, con la estafa de los ministerios, secretarías, observatorios de reivindicaciones de todo tipo, de los que se benefició escandalosamente. 

Todo ese combo sirvió para que el peronismo en sus diferentes ropajes convenciera al sistema político y a muchos desprevenidos de que sin él no era posible asegurar la gobernabilidad, concepto que aún impera y que encierra una desembozada extorsión a los partidos opositores, (o al menos del vasto número de sus miembros, a lo que se podría denominar palomas) pero también una estafa a sus propios adeptos. Como se está apreciando cruelmente en la actualidad. De lo que no puede hacer gala el movimiento del General, es de tener el mínimo respeto por la democracia y mucho menos por la verdad. 

La hipnosis
La disociación de personalidad de Cristina Fernández, tanto política como íntima, mostró que la gobernabilidad de los mandatos justicialistas se basa solamente en la hipnosis que produce en sus seguidores, que niegan cualquier evidencia, aun la que los somete, y en el reparto de cargos, sueldos y privilegios fastuosos, poder, boato, gobernaciones, intendencias, multiplanes de todo tipo vía organizaciones dolosas mafiosas, coimas a sus votantes, todas aberraciones sinónimos de populismo. Ese comportamiento, agravado y perfeccionado desde 2019, más una anomia de fondo, ya preavisaba el desastroso y casi insoluble intríngulis que recibiría quienquiera sucediese a este gobierno.

Pero las necesidades electorales y de impunidad de su jefa, su convicción de que sus seguidores son una masa sin cerebración que sólo obedece órdenes y estímulos alimenticios, la seguridad de contar con organizaciones sindicales y de todo tipo obedientes a la corrupción y dispuestas a contener los reclamos de las bases por la razón o por la fuerza, la intención de autodesaparecerse de la responsabilidad como un mago enmascarado envuelto en humo, hicieron que surgiese en el centro de la escena Sergio Massa, siempre dispuesto a obtener alguna ventaja, a seguir quién sabe qué plan maquiavélico, entendiendo maquiavélico por canallesco.

Si bien muchos de los caminos tomados desde 2019 por la viuda de Kirchner vía Alberto Fernández– copia fiel de su concepción económica largamente evidenciada en sus dos mandatos previos, anticipaban una herencia maldita, Massa ha hecho mucho más. No sólo ha terminado de vaciar las cajas de la república, ya diezmadas por La Cámpora, sino que ha hipotecado mucho más el futuro del país, no sólo de los sucesores. El añejado empecinamiento cristinista en controlar y encepar el tipo de cambio, sólo puede conducir y conducía ya a un choque contra el muro casi sin posibilidades de sobrevida. Massa ha acelerado el auto. Al inventar los “pido” por un mes o jubileos para el tipo de cambio, creando el mercado persa para canjear la anticipación de liquidaciones de dólares por la oferta de una tasa mejor –negación misma de toda seriedad y confianza, y también confesión de impotencia e incapacidad– puede creer que satisface tanto a la señora Fernández como a la señora Georgieva. Pero como de inmediato tuvo que venderlos para contener la inevitable demanda que produce un tipo de cambio controlado y un peso raquítico, sacrificó los próximos meses para desaprovechar ese sacrificio en pocas semanas, reventando las divisas en el afán de mantener una cotización en la que nadie cree. 

Entonces duplica la apuesta e inventa lo que ahora se llama Dólar Soja, otro engendro parecido, que también licua las arcas del año próximo, y por el que pacta con sus amigos recaudar 3.000 millones de dólares que deberá rifar nuevamente para mantener su ensoñación de un tipo de cambio “único”
 de 170 pesos, en los que ni él cree, tanto en el concepto de único como en el valor ridículo. El próximo gobierno se encuentra así con un futuro inmediato lleno de deudas incumplidas, de acuerdos de pago de deudas que vencen a partir de 2024, con los créditos del FMI y otras organizaciones exprimidos hasta la inviabilidad, con los mercados de deuda cerrados, y con una tasa de inflación a la que Massa sigue colaborando, más allá de sus declamaciones. Con las importaciones prohibidas, con la provisión de insumos atrasada a niveles de paralización, con la recaudación por exportaciones disminuida por la liquidación adelantada estimulada, con el mercado de futuros que le creará más presión de emisión monetaria, con un esquema impositivo que ahuyenta cualquier aumento del mercado exportador. En muchos casos, el primer ministro ha colaborado en pintar este cuadro, en otros, al haber perdido el tiempo insistiendo en las mismas ideas fracasadas o variantes hipócritas, ha empeorado el diagnóstico por ignorar o tapar los problemas.  O por mentir. 

Nada más que el atolladero del mercado de cambios es suficiente para garantizar el fracaso de cualquier gobierno futuro. Agréguese el problema que viene tolerando y aumentando el imprescindible ministro en el mercado en pesos. No hay modo viable en que se solucione el problema creado por las Leliqs que no sea con algún formato de default de los plazos fijos. Tal vez se pueda hacer durar el estallido hasta las elecciones, con mucha suerte, pero la carrera entre emisión pasada y futura, tarifas, gastos, demanda de dólares, inflación, tasa de interés, no permite pensar otra cosa que una catástrofe. Búsquese las argucias técnicas y dialécticas que se desee. 

La idea recién arrojada de un acuerdo de IGA o intergubernamental con Estados Unidos también tiene mucho de humo. Ningún acuerdo tardaría menos de dos años en poder aplicarse, siempre suponiendo que se tratase de un acuerdo integral, que requiere auditorías y bastantes procedimientos y análisis, y que de todos modos sólo aportaría el nombre de personas con cuentas en EEUU, no de sociedades. Sin embargo, ofrece una buena excusa para legislar un blanqueo urgente, arguyendo que se hace por los requisitos de los bancos norteamericanos para firmar este tipo de acuerdo. Eso le evita a Massa la acusación de que el gobierno ofrece un blanqueo tras otro, algo poco serio que fomenta la evasión. Habrá que ver si no hay muchos prebendarios amigos detrás de esta idea, que solucionaría varios problemas fiscales en ambas jurisdicciones a los patrióticos y aplaudidores empresarios. 

Su idea de licuar la importancia del gasto vía la utilización inflacionaria es, en términos económicos, una grosería, y en términos sociales, un robo, lisa y llanamente, cuando paralelamente se aumentan los ingresos de todo el sistema político y sus funcionarios y acomodados.

Tras su discurso del jueves ante las centrales de las grandes empresas, que han ganado fortunas con este sistema de tipo de cambio controlado barato, inflación descontrolada, permisos, excepciones, proteccionismo y correlativos, Massa se expresó como una suerte de comentarista de la situación, explicando que no hay que hacer lo que se está haciendo, que el país requiere cambios profundos, que no son los que él intenta, o que son los que él no ha hecho. Eso le valió que sus amigos dijeran que su discurso había sido muy bueno, sin explicar en qué parte o por qué. Massa ha pavimentado cuidadosa y pacientemente su camino con dinero y negocios, con lo que no hay que esperar ni reclamos ni críticas empresarias o periodísticas. Así como Cristina Fernández intenta hacer creer a la sociedad de que no tiene nada que ver con el gobierno, Massa parece haber convencido al empresariado amigo de que no tiene nada que ver ni con su propio gobierno ni con Cristina, de quiénes va a defender al alto empresariado. Los protegerá de él mismo, en resumen. 

Como baraja de Lavand
Otro aspecto grave son las tarifas energéticas. Lo que empezó bajo el superministro de Economía como un atisbo de reordenamiento, eliminación de subsidios, avance hacia tarifas reales, un aspecto central tanto para la producción como para el consumidor y para el gasto, se ha paralizado, se ha escondido como una baraja de René Lavand, se ha esfumado. Nadie habla ya de la normalización de tarifas. Un nuevo gobierno, necesitado de exportar, (y de importar), de producir, de ordenar el gasto y los precios relativos, se encontrará con una masiva rebelión en potencia, con el agravante de que, por otra magia, varias de las empresas eléctricas pertenecen ahora a grupos afines a Massa. Nada más que ese tema es capaz de hundir a una economía. A un gobierno. A un país. Su misión ha sido agravar y agrandar el problema y postergarlo. Y entregar el país a nuevos juicios internacionales, que, como es sabido, Argentina se especializa en perder.  Ni siquiera tiene sentido en ponerse a pensar en las imposibilidades que plantea el sistema jubilatorio nacional, o el PAMI. O el sistema de seguridad, o la lucha antidrogas, o el sistema de salud. Todas por estallar y todas de resolución imposible.

Esta suma de hechos, muchos que ya venían ocurriendo, otros que se agravaron, se crearon o se complicaron durante el supeministerio, otros que acumularon su efecto hasta tornarse inmanejables, los costos actuales y futuros de demorar las crisis, esconderlas, disimularlas o suavizarlas, se suman siniestramente. Esa suma siniestra afecta directamente y de modo importante los ingresos futuros del país, lo que empeora la posibilidad de cualquier solución, condena a permanentes enfrentamientos y reclamos, y a aumentar el proceso de confiscación impositiva, otro modo de parchar la realidad por un par de años. Seguramente, a un conflicto político, además de económico, que es casi imposible no termine en cientos de toneladas de piedras, no todas arrojadas  por algún malvado político o por piqueteros o barrabravas pagos. 

Para cualquier juez con un mínimo de experiencia, bastaría este panorama para calificar de vaciamiento lo que se ha hecho con el país. Se ha dilapidado su producción, se ha gastado a cuenta de la producción futura que no se podrá ni siquiera alcanzar porque se han empeñado sus herramientas básicas, su sociedad ha abandonado su vocación de trabajar, se han perdido clientes y capacidad adquisitiva de los mercados. 

Los contrasentidos
Es posible imaginar algunas de las disyuntivas en las que se debatirá el país, y cualquier gobierno, los contrasentidos, los efectos de reducir el reparto de felicidad, o platita, la tarea imposible de resolver el problema del tipo de cambio recontra múltiple, tanto para la compra como para la venta de divisas, sin que vastos sectores prebendarios reclamen y actúen porque se sienten afectados en sus derechos adquiridos y otros reclamen porque se sienten robados. Vaciamiento político, económico. Moral. Massa está cumpliendo la tarea encomendada por Cristina Kirchner. Aunque él no lo asuma, aunque se presente como el elemento morigerador de los caprichos de la Señora. 

Porque cuando se escucha el reclamo popular de que hay que parar la inflación, los subsidios, el cepo, los controles y prohibiciones, los subsidios a las tarifas, los planes, el gasto público alevoso, el nepotismo, y otros reclamos de orden, debe pensarse que el 70% de la población se beneficia del efecto de alguno de esos rubros, o cree que se beneficia. En tales condiciones, no es cierto que la sociedad apoyaría los cambios que se necesitan hacer, mucho menos los que se necesitan después del vaciamiento. 

Con esa perspectiva como telón de fondo, casi como en un sainete, se ha vuelto a plantear la necesidad de la compra de un avión presidencial. Con la anuencia, la aceptación, la justificación o el comentario complaciente de una parte de la sociedad, de los funcionarios y del periodismo en general. El sólo hecho de tolerar esa posibilidad le quita toda credibilidad a cualquier funcionario de cualquier nivel. Aunque la tolerancia sea silenciosa. Empezando por el ministerio de Economía. Siguiendo por el silencio de Cristina, que se opone a todo, menos a esto.  Porque aún los más despistados saben que detrás hay una tramoya. 

El país está vaciado. La sociedad está vaciada. Massa colaboró eficazmente en esa tarea. 

*Para La Prensa

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