Una fiesta popular histórica celebrada de espaldas a la política

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Cuando el lateral derecho de la Selección Gonzalo Montiel aseguró la tercera Copa del Mundo de la Argentina con un penal, el presidente Alberto Fernández tenía un escenario único ante sí: la posibilidad de recibir a los campeones, como lo hizo Ricardo Alfonsín en 1986 luego de la conquista futbolera de México. Este martes, una vez que el equipo ya estaba en suelo argentino, la escena estaba completa: el sol radiante, el cielo impoluto y millones de personas en las calles porteñas. El jefe de Estado tenía la mesa completa, pero le fallaron los invitados.

El colapso que las cinco millones de personas generaron, que hizo imposible que el micro se moviera por tierra como estaba pensado, hubiera sido un problema solo salvable por aire, como finalmente terminó la vuelta olímpica albiceleste, pero la decisión de evitar la Casa Rosada estaba tomada con anterioridad. Por si quedaba algún tipo de dudas, el presidente de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA), Claudio Tapia, salió con los tapones de punta en horas de la tarde, cuando criticó el accionar de los gobiernos de la Ciudad, la provincia de Buenos Aires y la Nación con la única excepción del encargado de la seguridad bonaerense, Sergio Berni, a quien le agradeció por su trabajo. "No nos dejan llegar a saludar a toda la gente que estaba en el Obelisco", criticó. “Se hizo imposible seguir por tierra ante la explosión de alegría popular”, se excusó la portavoz de la Casa Rosada, Gabriela Cerruti, para intentar maquillar un desplante mundial que no le permitió al Presidente conseguir la foto que tuvo Alfonsín -también, Carlos Menem y CFK con los subcampeones del 90 y 2014-. “Una pena”, dijo Tapia en su cuenta de Twitter. Lo mismo debió haber pensado el jefe de Estado. 

Dos balcones de la Casa Rosada estaban decorados con banderas argentinas. Cerca de la calle Balcarce, dos torres de sonido con pantallas gigantes esperaban un acto que no se realizó. Del otro lado, del frente del Cabildo colgaba una bandera gigante que decía “Gracias Campeones”. Sobre el Banco Central, decenas de jóvenes saltaban sobre sus ventanas cerradas al ritmo de bombos improvisados que le ponían música a una espera que se hizo eterna. A falta de información oficial y del colapso que la multitud generaba en el recorrido que las distintas autoridades de seguridad habían diagramado, la hinchada se movilizaba como hormigas de un lado a otro detrás de un líder impensado que decía tener información sobre cuál era el mejor lugar para ver de cerca a Lionel Andrés Messi. Algunas personas iban para el Bajo, otras para Constitución y algunas para la autopista 25 de mayo con distintos caminos, pero un mismo destino: ver a los campeones del mundo.

A pesar de que los jugadores no se mostraron con la política, la dirigencia, tanto la oficialista como la opositora, hizo distintas jugadas para no perder la oportunidad de aprovechar una fiesta masiva y popular. En la intersección de la Avenida San Juan con la 9 de Julio, la cartelería pública se intercalaba entre el Gobierno de la Ciudad y el de la Nación. “Argentina campeón del mundo. "¡Gracias Selección!”, decía una propaganda amarilla del jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta. “!Vamos Argentina!”, rezaba otra firmada por Argentina Presidencia. Incluso el amigo del Presidente y empresario de publicidad Enrique Albistur puso cartelería en la calle. “En equipo somos mejores. ¡Vamos Argentina!”, decían los afiches que montó firmados por Equipos de Difusión, su marca insignia. 

 En el barrio de Constitución, el calor era agobiante. La marea humana hacía de la Avenida San Juan un mar de canciones contra Inglaterra, recuerdos al astro del fútbol Diego Armando Maradona, burlas contra Chile, Brasil y Francia. Cinco camiones de la Policía de la Ciudad que conformaron una de las pocas imágenes que las instituciones del Estado lograron establecer en la algarabía popular abandonaron la escena. Sobre la altura y sin previo aviso, una multitud corrió por la Autopista 25 de Mayo hasta copar la calle. “!Ahí vienen!”, gritó la gente. Se prendieron bengalas azules y blancas y un camión de las Fuerzas de Seguridad que no logró escapar fue utilizado como escape para conseguir aire por un puñado de jóvenes. Una nena de menos de 15 años se desmayó y la madre insultó a Berni. 

Con la Copa del Mundo, Messi consiguió lo que no logra ninguna figura política actual en el país. El triunfo de la Selección cerró, por lo menos por un rato, la grieta; logró olvidar momentáneamente la crisis económica y la inflación galopante; consiguió que miles de jóvenes llorasen de emoción mientras lo esperaban indefinidamente para verlo pasar; le dio trabajo a cientos de tatuadores que ya dan turnos recién para fines de enero y le sacó una sonrisa a un camionero que pasó por Avenida Colón que fue aclamado por la multitud que se reía para matar el tiempo. El mérito fue todo del plantel y el cuerpo técnico y los agradecimientos también serán para ellos y no para la política, que no pudo sacarle rédito a la movilización más grande de la historia argentina. 

 La intención de hacer una fiesta popular más cercana a la hinchada, el temor de los jugadores a mezclarse con el Gobierno -acaso permeables al mal humor social que aleja a ese pueblo futbolero de la política- y los resquemores que perduran entre Tapia y el Presidente por la oposición que el mandatario le montó al dirigente en la interna de la AFA fueron más fuertes y, entonces, salió derrotada la tradición democrática de darles a los grandes logros deportivos un marco institucional trascendente de los colores partidarios.

Fuente: letrap.com.ar

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