El papel de país bananero nos sale cada vez mejor

POLÍTICA Ricardo Roa
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La inclinación natural, al menos la periodística, es la de buscar la noticia o el lío más importante o ruidoso. Pero puede resultar un desvío peligroso: lo importante no es un ruido determinado sino la suma de ellos. Aunque siempre podrá pasar lo que El Principito advirtió, que lo esencial suele ser invisible a los ojos. 

Lo esencial aquí es la persistencia de una crisis que se extiende en espacio y se extiende en el tiempo. Revisemos, aunque sea parcialmente: incertidumbre económica que mete miedo, grieta política en el mismísimo gobierno, repetición de shows que no engañan ni llevan a ningún lado, y pequeñas miserias casi inexplicables.

Massa prometió mucho y consiguió poco. Peor: ha conseguido mucho de lo contrario que prometió, como estabilidad. La inflación no cede, vuela. Los dólares se van y se van, el Central se queda rascando reservas en el fondo de la olla y reaparece el fantasma de si se llega a las elecciones. Encima, Fernández lima a Massa, como limó a Manzur: si hay algo que le sobra al Presidente es tiempo. Massa, el especialista del off, se queja de los off que manda hacer el presidente. Cristina pierde relevancia y La Cámpora confirma que su fuerte son las cajas.

El 6,6% de febrero perforó el blindaje empresario-mediático que Massa supo construirse. Ahora, ante las quejas, hace decir que son operaciones que salen del propio gobierno. Pero ocurre que ya no se trata solo de la pérdida de dólares y de la inflación, sino de sospechas de amañamientos. Cambian los discursos, no las mañas.

Ferraresi, intendente de Avellaneda y de pronto interventor a tiempo parcial de Edesur, estuvo haciendo campaña pro Massa, asegurando que “Massa asumió un día antes de que nos vayamos en helicóptero”. Raro, porque el helicóptero hubiera sido el propio, y pasajero hubiera sido Fernández y no De la Rúa. Es la misma crisis, pero más crisis. Y así, no un círculo, sino una espiral. Relato ya no mata realidad.

Hay resistencia en buena parte de la política, especialmente en el gobierno, a leer algunos hechos derechos, como la reciente paliza electoral de La Falda. No da para mucho más que dato, pero que es dato, lo es, aunque haya votado la mitad de la gente. Otra vez polarización extrema, como en Río Negro, pero acá con 40 puntos de diferencia. El gobernador Schiaretti no pudo o no se animó a presentar lista.

A las indisfrazables broncas internas del Frente de Todos no las disfrazan los shows. El del juicio político a la Corte se agota; no llama la atención ni siquiera internamente. El lawfare es cada vez más low. Las Abuelas pidieron no mezclar política con derechos humanos, pedido complicado: el kirchnerismo cree que es uno, sino el único, relato que le queda más o menos en pie. Han borrado la memoria para argumentar que recuperan la memoria.

Y este viernes seguirá queriendo adueñarse de esa bandera. Mientras, el foro que asocia al Centro Internacional para la Promoción de Derechos Humanos/Unesco con el gobierno, tropieza dos veces. Una, con el documento del Departamento de Estado que insiste en que en la Argentina manda la corrupción. Nota al pie: también dice que no hay presos políticos. Palo para la campaña por Milagro Sala.

Claro: se trata de un documento del imperio. El gobierno, que sigue asociado a Cuba, Nicaragua y Venezuela, acaba de hacer un papelón en Ecuador para quedar bien con Correa, aupando la huida de una ex ministra, como él, condenada por corrupción. La segunda piedra es indisimulable. Ya ni Maduro, otro experto en relatos, puede ocultar lo que siempre pasa: la corrupción no cede; como las crisis, escala.

Faltan tres mil millones de dólares o muchos más, nunca se sabe ni se sabrá bien, y Tareck El Aissami, mimado por Chávez y ministro de Petróleo salta por los aires. Y superando a Luis Barrionuevo, Diosdado Cabello dice y no se da cuenta que está confesando: “Muchos terminan traicionando a la revolución sólo porque ya han robado lo suficiente”. La Argentina se junta con los peores del barrio, la farsa que se oculta detrás de la defensa de la revolución, la sanata, que es una forma menor del relato.

Cómo será la mishiadura que hasta Mempo Giardinelli, un busca y notorio escritor cristinista, fue a pedir nueve días de alojamiento gratarola a la embajada en Italia. Y el embajador Carlés, que con aval papal una vez fue postulado para la Corte Suprema, lo difunde por las redes.

Pero, menos mal, el calor aflojó, y sirvió para la creativa pero poco eficaz mano de Massa en la solución-relato Edesur para pasarle la factura de los cortes. Intervención administrativa por 180 días para no quedar pegados y más virtual que otra cosa, a cargo de Ferraresi, que es de corriente alterna: fue cristinista, se hizo albertista, volvió a ser cristinista. ¿Ahora toca massista? Bienvenido, otoño. Ojalá llueva. El papel de país bananero nos sale cada vez mejor.

Fuente: Clarin

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