Cristina Fernández de Kirchner: el candidato es mi proyecto

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La idea de que Cristina Fernández de Kirchner anunciara este jueves su candidatura presidencial no era realista. Primero, porque ya había dicho dos veces –y ella no suele volver de esas cosas– que su nombre no estaría en las boletas electorales de este año, lo que ha expuesto el amoroso clamor de sus incondicionales como una desnudez política algo vergonzante. Segundo, porque el cronograma para la presentación de las listas dejaba todavía tiempo para las definiciones. Tercero, porque haberlo hecho hubiera provocado una reacción todavía más hostil del mercado cambiario que Sergio Massa se esfuerza por controlar. Cuarto, porque, sencillamente, la vicepresidenta parece entender que su tiempo electoral ya pasó, por más que no se disponga a cuidar a sus nietos.

Si sus participaciones más recientes habían mostrado una repercusión menguante, esta vez en el Teatro Argentino de La Plata movilizó mucha militancia ilusionada, captó niveles de rating televisivo propios de sus tantas veces denostadas cadenas nacionales y motivó reacciones opositoras transversales, algo indicativo de que la vicepresidenta no es el espantajo que sus detractores gustan describir.
En la "clase magistral" que brindó para presentar a la Escuela Justicialista Néstor Kirchner, Cristina Kirchner dio, una vez más, todas las señales posibles de que no va a ser candidata. “Presidenta no", "yo ya viví" y "ya di lo que tenía para dar" fueron las frases que dibujaron muecas de desencanto en la militancia presente y televisiva. ¿Será una negativa final? No necesariamente, pero…


Con todo, si "cristinismo" y "futuro" son rectas que se tocan en el infinito, dejó algo acaso tal vez más relevante que una postulación: lineamientos y voluntad de erigir una nueva doctrina peronista en un país que ya no es ni será el de 1945, el de 1973, el de 1989 y ni siquiera el de 2003.
Idea mata boleta y CFK sintetiza como nadie un pensamiento capaz de poner en blanco sobre negro qué cosas se discuten en la Argentina. Si el ideario liberal –el de verdad, eh– es claro y el libertario es la aplicación –también prístina– de una aventura darwinista brutal, hiperinflacionaria, empobrecedora y predemocrática, el peronismo necesita con urgencia un aggiornamento que lo saque de las fotos sepia.
Ese camino señaló Cristina: el candidato es el proyecto. Lo hizo, como le es habitual, con luces y con sombras.

Los aciertos
Entre las luces hay que contar principalmente la prioridad que le da al problema del dólar en la Argentina.

Segundo, la invitación a pensar qué hacer con recursos tantas veces presentados como la nueva panacea, como el gas no convencional y el litio. Sobre el hidrocarburo advirtió que una caída imponderable de los precios internacionales podría serrucharle las patas al boom; sobre el mineral clave para las baterías de última generación, sugirió alguna suerte de nacionalización "a la chilena", algo al parecer nucleado en torno a una suerte de YPF que involucre al Estado nacional, las provincias dueñas del recurso y el sector privado. Hoy, cabe recordar, el litio se exporta en crudo y mediante el pago de apenas 3% de regalías a las provincias productoras. Es, por el momento, un nuevo desperdicio imperdonable en el país de las oportunidades perdidas.

En tercer lugar, central en opinión de quien escribe, puso el dedo en la llaga fiscal: evasión y elusión impositiva; tasas máximas de Ganancias absurdamente bajas en términos internacionales y que los más ricos ni se acercan a honrar; y subsidios y regímenes promocionales para empresas que no tienen sentido en el marco de la pelea por poner en caja un rojo presupuestario al parecer indomable.

Por algún fenómeno inexplicable, especialistas con demasiado sesgo y otros/otras con mejores intenciones aunque poco reflexivos no reparan: dado el nivel de necesidad que hay en nuestra sociedad y el gasto asistencial que impone, si no pagan impuestos todos los que deben hacerlo y en la medida en que deben hacerlo, la ecuación fiscal argentina no tiene solución.

En ese sentido, mientras ese debate fundamental es silenciado, la tribuna norte brama contra "la presión impositiva insostenible" y la sur –que se percibe progresista, pero se parte de conservadora– se conforma con corear que "el déficit no es inflacionario". ¿Por qué será que esta gente siempre elige debatir de visitante?

Persistir en el error
El problema es que, colgada del paraavalancha, la propia CFK lidera la segunda barra, lo que hace retroceder el debate económico a un estado precientífico. Alguien debería pedirle que deje de insistir con tablas de países que tienen más déficit fiscal que Argentina, pero menos inflación. Si no es Estados Unidos –el dueño de la HP que imprime los dólares–, se trata de otras naciones que gozan de amplísimo acceso a los mercados voluntarios para financiar déficits transitorios o cuasipermanentes, pero no explosivos en el largo plazo. Argentina es un defaulteador serial, un paria financiero, un Estado que se apresta a renegociar la deuda renegociada en 2020 y que a su vez había sido renegociada en 2010, en 2005 y antes… Cristina está equivocada y nadie se lo hace notar.

Ella dice que la causa de la inflación es el carácter bimonetario de la economía, pero no dice –y eso es raro– que el empecinamiento de la argentinidad en comprar billetes verdes nace, justamente, de una inflación que ha destruido el peso como reserva de valor. Así, la inflación sería efecto, sí, pero antes sería la causa. Por otro lado, ¿cuál piensa CFK que es el vehículo por el que la gente se dolariza? Los pesos, claro, los que llegan a los bolsillos y las billeteras para cubrir el bache fiscal.

No es revolucionario negar el carácter inflacionario –entre otros factores, porque acá no hay ningún ortodoxo– del déficit fiscal; la audacia sería plantear en serio quiénes deben pagar impuestos y en qué medida. Esa pelea sí que daría gusto librar.

El primer blanco: Milei
La "clase" de CFK giró en torno a dos ejes: la propuesta de dolarización y el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).

El primero le sirvió para historizar didácticamente el desastre que le provocó al país el primer conato dolarizador: la convertibilidad cavallista de los años 1990. Un desastre que fue, como describió bien, hijo de la confiscación de ahorros del plan Bonex y que terminó en otra, la del corralito-corralón.

Así, advirtió sobre la brutal destrucción de riqueza que supondría dolarizar, aunque evitó mencionar como uno de los mecanismos de esa licuación la hiperinflación que desataría entrar al nuevo régimen a paridades que, según consultoras, treparían a los 10.000 pesos o más. Milei desea que disfrutes tu salario medido en dimes.

La traducción política de esa parte de la disertación fue un embate prolongado contra Javier Milei, a quien no nombró, pero señaló hasta capilarmente y frente a quien, enojada, terminó por olvidar que al comienzo había invitado a la audiencia a no adjetivar. "Mamarracho" y "caradura", lo destrató. Él, en tanto, debe haber sonreído por su centralidad reforzada.

Fue curioso que hablara tanto del minarquista y tan poco de las referencias de Juntos por el Cambio, sobre las que se limitó a recordar el paso de Horacio Rodríguez Larreta por el PAMI vaciado de los 90, el recorte del 13% de las jubilaciones y salarios públicos decidido y defendido por Patricia Bullrich en la Alianza y la "genialidad" de Ricardo López Murphy como efímero ministro de Economía, que aplicó el sofisticado saber adquirido en su posgrado de la Chicago University para serrucharles los fondos a las universidades nacionales.

A Milei lo sacudió parejo. ¿Por qué? ¿Lo lleva al centro del ring para subirle el precio y limar el voto de Juntos por el Cambio? ¿Confronta con él porque teme que un agravamiento de la situación financiera, económica y social lo ponga más de moda y haga peligrar el ingreso de Todos al ballotage? ¿Lo cita porque cree sinceramente que es una amenaza para la democracia y la paz social?

¿Un mix de todo?

El segundo blanco: el FMI
El acuerdo con el Fondo es irremediablemente inflacionario, dijo, dado que establece una actualización veloz –en línea con la evolución del propio IPC– del dólar oficial y subas de tarifas que impactan sobre los precios. Tiene razón.

Sin embargo, contrario sensu, cabe preguntarse a dónde se iría el nivel de precios si, a falta de otras anclas, Argentina rompiera con el organismo. Sí, a lo más alto del mástil de la carabela.

Con todo, CFK dijo que hay que pagar, acaso consciente de que no hacerlo terminaría de cuajo con los préstamos del BID, la CAF y el Banco Mundial, así como con las inversiones y los swaps de China. Terminaría con todo y que Dios nos ayude.

Para pagar, explicó que hay que poder condiciones. Entre ellas, terminar con las sobretasas y atar los desembolsos de intereses y capital a una fracción del superávit fiscal. El detalle es que no hay nada en los estatutos del FMI que permita eliminar los sobrecargos ni realizar pagos reptantes, lo que llevaría a extender a más de diez años un acuerdo de refinanciación. Esos plazos no existen y no hay forma de que los 190 países del organismo acepten las innovaciones argentinas.

Aunque La Cámpora jamás vaya a entenderlo, lo que sí se puede hacer es lo que hicieron Martín Guzmán y Alberto Fernández, esto es firmar sabiendo que se va a incumplir porque no hay forma de pagar 45.000 millones de dólares en diez años. Entonces sí, cuando se renegocie, aquellos diez años iniciales se transformarán en 15, 20 o los que sean. Siempre con el FMI encima, pero esa es la herencia de Mauricio Macri.

Figurita repetida
Fuera de eso, CFK insistió en su idea de diciembre de 2020, cuando rompió de hecho con Fernández en el estadio Diego Armando Maradona, también en La Plata. En oposición a la receta del Fondo, clamó otra vez por "alinear tipo de cambio, tarifas y salarios"… ¿algo similar al acuerdo de precios y salarios por 90 días que pergeña el Palacio de Hacienda?

Como ella porfía en que el déficit fiscal no es problema, insiste en pisar el dólar, atrasar tarifas y subir salarios, jubilaciones y planes sociales en términos nominales. Sin embargo, no parece consciente de que esas recetas, como dice de sí misma, ya dieron todo lo que tenían para dar.

La vice mostró un gráfico que es indiscutible: el IPC se empinó desde la firma del acuerdo.

Tiene razón al denunciar esos componentes inflacionarios, el problema es que si el dólar oficial ya no alcanza para casi nada y se le inventan todos los días sucedáneos especiales, hay que actualizarlo. Además, si los subsidios prorrico en los servicios públicos desquician las cuentas públicas, hay que subir tarifas. Así, el ajuste de Massa, del Presidente y –aunque no quiera admitirlo– de ella misma –este jueves la tasa de interés subió fuerte– se produce en cuotas. Por eso es que el IPC sube así, de a saltos.

En cambio, el que proponen Larreta, Bullrich y –ni hablar– Milei es un shock, uno en el que la megadevaluación del tipo de cambio oficial vendrá lo más temprano que sea posible y la eliminación de subsidios, antes de ayer. Eso también será inflacionario, muy inflacionario, pero la sociedad pagará el ajuste al contado, como partida por un rayo.

En ese contexto, Cristina mencionó al pasar a "Sergio", quien se encontraba en Uruguay destrabando créditos para que el panperonismo no termine de chocar el país. Lo trató con suavidad, pero no con la calidez que parte de los y las analistas esperaban como señal de que sería “el elegido".

Ocurre que Massa está renegociando el acuerdo con el Fondo, uno que se agotó no porque al ministro de Economía le disguste, sino porque la sequía está rompiendo el país. "Sergio", que se habrá enterado de lo ocurrido en La Plata, ya está avisado de qué tipo de reformulaciones debe traerle a Cristina si quiere ser bendecido por ella.

Con la nueva CFK, nadie tiene la vaca atada. El candidato será el proyecto. El suyo.

FUENTE: LETRAP.COM.AR

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