Sin Cristina Fernández de Kirchner no hay peronismo

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Sin Cristina Fernández de Kirchner no se puede (ganar elecciones), pero con ella no alcanza (para ganar elecciones). El teorema que expuso Alberto Fernández en 2018 parece seguir vigente, aunque sea incomprobable sin la ayuda de las urnas: la sospecha, seguramente alimentada por encuestas, debe tener algo o bastante que ver con el renunciamiento electoral de la vicepresidenta. Lo que no admite discusión es que hoy, en este tiempo histórico, en la segunda década de este siglo y en lo que va de la tercera, sin Cristina no hay peronismo. Si en la calle el peronismo nació, creció y se consolidó como movimiento de masas -si en la calle se legitima como tal-, la movilización de este 25 de mayo, nutrida de la épica patriótica revolucionaria que tanto ceba a su dirigencia y a su militancia, vuelve a cancelar la discusión que siempre alguien se anima a proponer. No hay caso: sin Cristina no hay peronismo.

Se acumulan episodios de la historia reciente que convalidan esa afirmación. Cada vez que discutieron su liderazgo, como ahora se atreven a hacer figuras menores del Frente de Todos que no podrían llenar por sí mismas el patio de sus casas, Cristina revienta la calle. Lo hizo en sus mejores momentos y, también, en sus épocas de declive.
Lo hizo el 9 de diciembre de 2015, cuando llenó la plaza horas antes de abandonar la Casa Rosada.

Lo hizo el 13 de abril de 2016, bajo la lluvia como este jueves, cuando inició su peregrinaje por los tribunales de Comodoro Py y puso la piedra fundamental de Unidad Ciudadana, la criatura con la que se presentaría a las legislativas de 2017 para demostrarles, a quienes pretendían jubilarla, que los votos seguían siendo de ella, aunque no alcanzaban.


Lo hizo el 16 de octubre de ese año, cuando colmó el estadio de Racing para el cierre de esa campaña.
No hay, en el peronismo, nadie que pueda discutir de igual a igual con Cristina. No es un desmérito. Figuras como ella; personalidades de su relevancia histórica, su carisma y su capacidad para encender pasiones ardientes -amores incondicionales, acríticos, y odios que alimentan hasta impulsos asesinos- no responden a los patrones ordinarios de la política. ¿Quién más podría reventar la Plaza al final de un gobierno tan decepcionante?

La ecuación maldita
El problema para el peronismo se presenta cuando con ella no alcanza. Entonces, la fortaleza única de Cristina se convierte en una cruz. Sin Cristina no hay peronismo, pero con Cristina el peronismo no consigue generar las opciones que le permitan seguir empujando la rueda de su historia. Una rueda cuadrada.

Ahora bien: si Cristina es tan poderosa, justo es decir que es ella la que no consigue -no ha conseguido hasta ahora- construir un peronismo que la supere.

En 2015 bendijo a Daniel Scioli, pero lo ató al proyecto. Lo redujo a un candidato sin rostro. Ella lo sabe porque lo decía Perón: los proyectos no ganan elecciones.

En 2019, cuando sin ella no se podía pero con ella no alcanzaba, sacó de su galera un conejo muy parecido. Puso a Alberto Fernández al frente, pero tomó la prevención de no correrse del todo. Al Presidente que supo conseguir se lo comió el personaje y ella enfureció. “Le hicieron la vida imposible”, diría Aníbal Fernández. ¿Quién paga la cuenta del gobierno fallido? ¿Qué hubiera pasado si el muleto no renegaba de su condición? ¿La inflación habría escalado hasta el estratosférico 108,8% interanual que arrojó la medición de abril? ¿La pobreza habría saltado al escalofriante 39,2% del último trimestre de 2022, un número vergonzante para un gobierno peronista? Imposible saberlo.

En este 25 de mayo, con ella otra vez imprescindible pero no suficiente; con ella indiscutible pero discutida, Cristina volvió a reventar la Plaza y, como contó Gabriela Pepe, armó artesanalmente, su voz en el teléfono, el escenario VIP del peronismo que viene, el que ella imagina. Nadie resiste un llamado de La Jefa. Las señales que emitió esa tarima monumentalista como el peronismo -Wado de Pedro y Sergio Massa juntos a la par y etcéteras- son insumos irresistibles para el país de exégetas de CFK.

No hay caso: sin Cristina no hay peronismo. Queda por verse si la Gran Conductora aprendió y esta vez consigue administrar con éxito la ecuación maldita. Por ahora, el candidato vuelve a ser el proyecto -un programa de gobierno, en su versión 2023-. Mal indicio para el oficialismo: los proyectos no ganan elecciones.

Con informacion de Letra P, sobre una nota de Juan Rezzano.

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