¿Nace el peronismo aceleracionista?

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El viejo René Orsi decía que Perón tenía sangre india. Con esto nos quería explicar que su inteligencia sutil y compleja le venía de aquella herencia mestiza. ¿Existió un Perón multicultural y multiétnico anticipado? Como si fuera parte de esos videos de Instagram que nos muestran una persona con celular en la década del 50, el General se adelantó en el tiempo no pocas veces.

Fue el primer presidente ecologista, por ejemplo; presupuso el continentalismo y claramente, tenía algo de brujo. Si no, es difícil explicar que fundara el movimiento político, quizás el único, que ha perdurado fuera del contexto de origen. ¿Acaso no hay quienes sostienen que tenemos el primer papa peronista de la historia de la Iglesia? Tal vez la explicación sea menos misteriosa.

El peronismo nació en la década del 40 del siglo XX, como tantos otros movimientos, lo que algunos conocen como “los gloriosos treinta”. Aupado en las políticas keynesianas vigentes en casi todo el mundo occidental, tuvo en la Argentina los rasgos particulares de su fundador. Un general visionario, instruido, audaz e inteligente; una compañera histriónica y apasionada con una muerte trágica y un conjunto de trabajadores, las masas de entonces, que vivieron, en aquellos diez primeros años, las mieles de la distribución de la riqueza más significativa del siglo. ¿Eso alcanzaba para perdurar 70 años después?


Quizás lo que falta mencionar aquí es que el peronismo es también una ambición de poder y una plasticidad de métodos. Así tuvimos un peronismo keynesiano, un peronismo guevarista, un peronismo gramsciano, un peronismo socialdemócrata, un peronismo neoliberal y, finalmente, el último, el peronismo laclausiano. ¿Habremos de tener un próximo peronismo “aceleracionista”?
El peronismo de plataformas
El viernes, luego del debate presidencial en Estados Unidos, The New York Times le pidió a Joe Biden que deje la campaña. Un editorialista dijo, entre otras cosas, que está viejo. Sin embargo, lo que más me llamó la atención es que en ningún momento los candidatos mencionaran la palabra Inteligencia Artificial, una tecnología que cambiará definitivamente la forma en que pensamos, vivimos, producimos, consumimos, viajamos y, finalmente, existimos. ¿Acaso el peronismo no tendrá también ahora que asumir este cambio tecnológico? Como menciona Pablo Manolo Rodríguez, asistimos a una nueva forma de poder: la “Gubernamentalidad algorítmica”. Esta forma nueva de gobierno se sostiene en los DAP: datos, algoritmos y plataformas.
Veamos, si no, lo que sucede con La libertad Avanza. Una fuerza política de apenas un puñado de dirigentes, sin experiencia previa y ni poder institucional alguno, gana las elecciones. No tiene municipios, provincias, sindicatos ni ninguna otra representación institucional. Está formada por lobos solitarios. Un partido de dos personas que se define como parte de una corriente global llamada derecha alternativa o neorreaccionaria.

Su programa está dominado por la intensión de destruir el Estado, en la convicción de que esta estructura, surgida de los preceptos de John Maynard Keynes o Karl Polanyi, no hace otra cosa que retardar las fuerzas productivas que, con la emergencia del capitalismo de tercera generación, están produciendo la cuarta revolución industrial.

Así, la dimensión “platafórmica” de la vida social, en la que los dispositivos de la digitalidad definen de otro modo los contornos de la ciudadanía, las relaciones de identificación partidaria, como los ideales o valores de los grupos, está modificando profundamente los modos de lo político. Si en los años 50 del siglo pasado los medios de comunicación venían a suplir a las viejas instituciones de las democracias burguesas (la familia, la escuela, las religiones), hoy son los medios de comunicación tradicionales los que son superados.

Las plataformas constituyen otro dispositivo comunicacional. Milei, sin partido, sin moverse de Olivos, viajando en estos seis primeros meses de gobierno por el mundo sin nunca haber salido de la ciudad de Buenos Aires, gestiona su contacto, su comunicación política, vía la plataforma X, los canales de YouTube de sus adláteres y con explosivas “performance” en espectáculos políticos de la internacional reaccionaria, como la de Vox en España o las de la derecha alternativa en Estados Unidos.

En el caso de los algoritmos, estos movimientos manifiestan un cuestionamiento profundo a las formalidades del sistema democrático, visto como una casta corporativa. Regulaciones, pactos, acuerdos, normas, derechos... Para ellos, hay que liberar a las sociedades de esas ataduras para que florezca la libertad individual. No es una paradoja que parte de esas fuerzas reaccionarias emergieran después de la pandemia, cuando la extensión de las plataformas cubrió el globo cerrando el proceso de conectividad que se inició en los años 70 del siglo pasado.

Hoy, la red es ubicua. Las huestes libertarias provienen de los márgenes del sistema, historias de vida en el límite de las mediaciones tradicionales (partidos políticos, canales de televisión, sindicatos, colegios profesionales, universidades...) que constituyeron las democracias populares del siglo XX. Outsiders de esas instituciones buscaron la luz en los nuevos dispositivos comunicacionales del mundo digital: Tik Tok, canales de cable, YouTube, X, Instagram... Interactivas, horizontales, reticulares, estas plataformas, estos “engranajes”, formaron un imaginario que refleja un rechazo visceral a los viejos “aparatos ideológicos de Estado”, como dijera Althusser.

Estos medios son inmediatos. Peer to peer, cara a cara, la gente se apropia de una ciudadanía en directo, urgente, “furiosa”. ¿No queríamos acaso una democracia directa? El problema es que las redes disuelven la esfera pública, encapsulaban la información en los silos de eco, alimentándose de fakes y desinformación. En ese contexto digital, las llamadas audiencias (los ciudadanos) parecen escucharse a sí mismas, con poca capacidad o intensión de debatir argumentos, de conformar comunidades, de construir espacios públicos.

La red se volvió, así, un espacio de comunicación política emocional, como dice Mario Riorda, repleto de hate, de fake, de manipulación. Sin referencias históricas (alejados de la transmisión familiar o colectiva de las enseñanzas de la memoria), estos nuevos sujetos políticos (en su mayoría, jóvenes) han asumido un rol particularmente contradictorio. La densidad de la polis se adelgaza y el exitismo está arruinando el ágora.

La otra dimensión clave es la bigdata. Anunciada como biopolítica por Michel Foucault, la modernidad neoliberal contemporánea no vería necesario el disciplinamiento de las conductas, la normalización burguesa, sino que, a partir de una nueva episteme político económica, constituye una modulación diferente en el pasaje de las sociedades disciplinarias a las de control. Salidos de los diferentes encierros modernos, nos constituimos en registros en planillas de Excel, pero no como colectivos de identidades fuertes (trabajadores, clases medias, etc.), sino cifras: cantidad de enfermos (Covid-19), adultos mayores, jóvenes sin estudios o mujeres desempleadas.

Así, en esta sociedad de fragmentos, las políticas públicas comienzan a definirse por su impacto sobre estas “poblaciones”. El problema de esta bigdatización de las políticas públicas es la conformación de una gestión del Estado sin sujetos políticos, sin ciudadanía. Con el tiempo, el statu quo se transforma en crónico, en un paisaje social cristalizado, en una estructura de sentimientos que difícilmente cambia -en todo caso, que las mismas políticas públicas solidifican-, en los que se cuentan damnificados, beneficiarios, clientes y consumidores, pero no ciudadanos.

Una nueva episteme para el peronismo
¿Cómo puede el peronismo reconfigurarse ante esta nueva realidad? Primero, dejando de negarla, nos diría Perón. Segundo, buscando la representación, aquella verdad fundamental que nos lleve a escuchar los intereses y las demandas de los trabajadores, de la gente, de las mayorías. En tercer lugar, rompiendo los prejuicios en busca de soluciones que surjan de estas necesidades.

El peronismo siempre fue una vocación de transformación, un hambre de ciudadanía y participación, nunca un partido conservador. Por eso, no olvidar la semántica del aquel sabio mestizo: para Perón, el peronismo siempre fue primero un movimiento.

CON INFORMACION DE LETRA P.

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