La fase intervencionista de Javier Milei

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De la pompa del Pacto de Mayo, supuestamente fundante de una Argentina con Estado mínimo, Javier Milei pasó en sólo cinco días a una medida –también presentada como un hito– de cuño opuesto: preso de una emergencia que existe pero no admite, se apalancó en el cepo cambiario y anunció una era de intervención intensa en el mercado de los dólares paralelos. El anarcocapitalista más raro del mundo consumó la "sorpresa" que una alta fuente oficial le había mencionado a este medio.

Sus objetivos son claros –contener la inflación y buscar algún atajo para salir del cepo –, aunque sus efectos sean artificiales y peligrosamente perecederos. Su subproducto menos visible –¿deseado?– es la rehabilitación de la autopista especulativa, la vieja "bicicleta" que permitirá un nuevo ciclo de llegada de dólares financieros, ganancias a interés en pesos y –tipo de cambio pisado mediante–, fuga –un acto propio de "héroes", como dijo el mandatario– y mayor empobrecimiento. Otra vez.
 
Para fundamentar esta presunción hay que explicar el mecanismo.
El enemigo inesperado de Javier Milei
Es curioso que la amenaza principal al Gobierno de ultraderecha no provenga de la sociedad, que aún se divide entre la –digamos– mitad que se arma de paciencia y acompaña, y otra parte que sufre sin encontrar cauces para su descontento. Al contrario: el peligro proviene del Círculo Rojo, en cuyo beneficio se supone que el Presidente hace lo que hace. En particular de su segmento financiero.


Milei aseguró el sábado en una entrevista con La Nación + que "de acá en adelante la base monetaria en Argentina no crece más y esa es una noticia tremendamente contundente". "Cerramos el grifo de la emisión de compra de dólares", explicó.

Luis Toto Caputo salió de inmediato a entregar precisiones en un posteo, esperanzado en que –a diferencia de su conferencia de prensa fallida del viernes 28 del mes pasado– esta vez sí los agentes del mercado financiero tuvieran tiempo para digerir la noticia.

El mecanismo
El tema requiere una explicación sencilla.

En la Argentina encepada hay múltiples tipos de cambio: básicamente, el oficial, el blue, y los paralelos –legales– negociados en bolsa. Estos últimos –el dólar MEP, o Mercado Electrónico de Pagos, y el CCL, o contado con liquidación– son los más importantes del segmento libre.

La disparada de todos los paralelos registrada en las últimas semanas gatilló las alarmas en el Gobierno. Ese proceso, que acercó velozmente la brecha con el oficial a un inquietante 60%, no sólo expresaba una corrida en ciernes y expectativas de una nueva megadevaluación, sino de un rebrote de la inflación.

Por volumen operado, por su aptitud para sacar legalmente dinero del país, por formar el mercado que recibe el 20% de la liquidación de exportaciones, por ser el más libre de los paralelos y por su capacidad para orientar a los demás, el tipo de cambio a atacar era el CCL. A eso se abocarán el Ministerio de Economía y, sobre todo, el Banco Central desde este lunes. El mercado tiene la palabra.

Primero, ¿qué es el "contado con liqui"? Al haber cepo, es un modo de comprar y vender dólares libremente, entre privados, a través de la transacción de títulos públicos o acciones de empresas que se negocian tanto en pesos como en dólares, en Buenos Aires y en Nueva York. Es igual que el MEP, solo que en el primer caso las divisas obtenidas quedan depositadas en el exterior y en el segundo, dentro del país.

Obsesionado con su biblia monetarista, a Milei le empezó a fallar el instrumental ideológico. "Hay una anomalía porque el dólar está subiendo y nosotros estamos comprando dólares y en general ocurre lo contrario", reconoció Milei en la mencionada entrevista. ¿No era que no había condiciones monetarias para que la desinflación se detuviera y para que el dólar paralelo subiera?

Atribulado, el jefe de Estado decidió ir en la misma dirección, pero más rápido.

La obligación, fruto del cepo, es que los exportadores liquiden el 80% de sus dólares en el mercado oficial –el otro 20% va por el CCL, blend que resta esas divisas a las reservas, pero que hace más atractivo el precio–. A su vez, el Banco Central les entrega pesos que se suman a la base monetaria. Para cerrar esa "última canilla de emisión monetaria"–tras la del financiamiento al Tesoro y el pasivo del BCRA–, el Gobierno intervendrá activamente desde este lunes en el CCL.

Números rojos
Juguemos con algunos números.

Si un exportador volcara 100 dólares en el Mercado Único y Libre de Cambios (MULC, el oficial), el Central le entregaría –dadas las cotizaciones vigentes al viernes– 92.150 pesos.

Para retirar esos pesos del mercado –que no haya emisión–, el BCRA ahora intervendrá en el mercado del CCL, cuya paridad era de 1.428,57 pesos. De los 100 dólares recibidos en un inicio, debería destinar 64,5 para –después de comprar bonos en billetes verdes y revenderlos en moneda nacional– recuperar y "chupar" aquellos 92.150 pesos. Al final de la operación, retendría solamente el 35,5% de los dólares recibidos en un primer momento y entregaría el resto en el mercado libre.

Aclaración: el BCRA se quedaría con el 35,5% del 80% de las divisas comerciales que entran por el MULC. Como el 20% restante es parte del blend que deplora el Fondo Monetario Internacional (FMI), de cada 100 dólares exportados, en realidad quedarían en las reservas apenas 28,4. Un poco más de un cuarto del total.

Obvio: estos cálculos son una hipótesis sobre el funcionamiento del esquema en el día uno. Al intervenir en el CCL, esa cotización debería reducirse, haciendo del modelo uno cada vez más costoso en dólares y lesivo para la acumulación de reservas.

¿Campos de ira?
Estas hipótesis de trabajo dependen de un hecho: que los exportadores agrícolas liquiden.

La campaña sojera fracasó en gran medida y los valores mencionados para la liquidación de las exportaciones no son netos. A ellos hay que restarles las retenciones, lo que deja en manos de quienes producen y venden al exterior unos 700 pesos por dólar. Así las cosas, que el Gobierno se entregue a un juego en el que obtiene por cada billete verde el doble de pesos que los que les entrega a sus verdaderos dueños bien podría ser percibido como una estafa por el sector privado. Su reacción a estas medidas son un frente a a observar con cuidado.

El Central compró apenas 43 millones de dólares el viernes, 50 millones el jueves, 20 millones el miércoles… Tres empanadas… Así las cosas, el esquema sería más bien una señal política, un mensaje al mercado de que el Gobierno establece condiciones para apurar la liberación del cepo.

El ilusionista
Caputo es hábil en alquimias financieras y por eso conviene volver a algo de lo que se dio cuenta en este medio. La información del periodista Alejandro Bercovich acerca del "ingreso de hot money (…) de bancos grandes como Goldman Sachs, que compró letras en pesos que vencen en los próximos 60 o 90 días".

Intervenir la cotización del CCL –llamado "dólar fuga"– les da a esos amigos una garantía de ganancias con tasas en pesos y de salida posterior a una paridad barata.
Se llama carry trade o "bicicleta" y casi siempre termina bien para los inversores y mal para el país, que queda en cada ciclo especulativo más pobre y vacío de divisas.
Se supone que la intervención oficial en el CCL debería reducir con el correr de las ruedas esa cotización y, de la mano de eso, la de su hermano el dólar MEP y su primo el blue. Se reduciría la brecha con el oficial y la inflación amesetada también podría encontrar un motivo para descender otro escalón.

Si el peso, como cualquier bien, se hace escaso, su precio sube: en este caso la tasa de interés, lo que asegura más ganancia para el carry trade, pero eso supone asimismo un recrudecimiento de la recesión.

Si el Banco Central resigna la acumulación de reservas en aras de la moderación de los tipos de cambio paralelos, ¿de dónde saldrán los dólares para importar y surtir la producción industrial, clave de cualquier conato de reactivación? Sin dólares no hay paraíso.

Ante esto, el Gobierno apuesta al ingreso de dólares por otras vías. Una, el próximo y "pluscuamgeneroso" blanqueo. Dos, el abusivo RIGI. Tres, la temporada de la cosecha fina. Cuatro… ¿el triunfo de Donald Trump en noviembre –más probable tras haber sobrevivido el sábado a un conmocionante atentado–, su asunción en enero y su intercesión para que el FMI entregue dólares para reforzar las reservas y blindar el programa de un estallido cambiario, inflacionario y –¡uf!– más recesivo?

¿Guerra al FMI?
Si el Fondo ya no quería saber nada con la política oficial de pisar el dólar, si reclamaba el fin del blend y si pedía devaluación para, al revés de las seguridades dadas por Caputo, al menos sentarse a negociar un nuevo programa, lo anunciado el sábado cayó en Washington como el huevo frito número 40.

El ministro de Economía dijo que el organismo dio su aval a las medidas "en 48 horas", pero no es eso lo que trasciende allí y, por este camino, la posibilidad de un acuerdo nuevo a cambio de fondos frescos queda aun más lejos.

El Ejecutivo se abraza a una jugada temeraria. Su objetivo es abrir una breve ventana de oportunidad para, por fin, darle al mercado su nuevo fetiche y eliminar el cepo cambiario. Si no hay reservas para defender una determinada paridad cuando eso ocurra, las esperanzas de que no haya salto cambiario brusco dependen de que se realice sin brecha.

Sin embargo, la constatación de que las reservas netas son prácticamente cero, la decisión de renunciar a su acumulación y la audacia de timbear las pocas divisas que lleguen no estimularían precisamente la confianza del mercado en la capacidad de pago de la deuda –lo que se reflejaría con el correr del tiempo en el riesgo país– y en la propia estabilidad del peso.

El futuro es una aventura.

A no ser que…
¿Habrá algo que "no vemos"?

De acuerdo con el último informe de Suramericana Visión, el think tank de Martín Guzmán, "la medida implica una variación aún menor de la base monetaria y por lo tanto una convergencia más rápida a un valor necesario de dólares para dolarizar que le resulte factible al Gobierno".

En ese caso, el cachetazo al FMI –al actual, el de Joe Biden– sería formidable. El organismo, como ya dijo y reiteró, no quiere dolarización, sino apenas la coexistencia de un peso fuerte con un dólar que sirva para grandes transacciones, como en Perú y Uruguay.

Ahora bien, Guzmán habla de una dolarización que incluya una compra de la base de pesos, algo similar a la idea promocionada por Milei en la campaña.

Este servidor suma otra alternativa. Basta para eso con escuchar y tomar en serio al propio mandatario, quien desde hace tiempo habla de una "dolarización endógena", dada por la posibilidad –o la necesidad– de los agentes económicos tenedores de divisas –en cuentas, activos, cajas de seguridad o colchones– de liquidar esas tenencias para mantener sus negocios o, más modestamente, llegar a fin de mes. Sería una dolarización silvestre, ad hoc, a la venezolana. Una inestable.

Dicho proceso se aceleraría con una escasez de pesos, que es exactamente lo que se anuncia.

El laboratorio del profesor Milei arde y 46 millones de conejitos de Indias se preguntan qué será de ellos.

CON INFORMACION DE LETRA P.

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