Atrapado sin salida

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Corre el año 1963. En Oregon, Estados Unidos, Randle McMurphy se hace el loco: cree que en un hospital psiquiátrico purgará su condena penal en un ambiente más seguro y relajado. Error: su estadía será un infierno. Sesenta años después, en Buenos Aires, Sergio Massa pierde las elecciones presidenciales y decide encerrarse en el silencio y en la ausencia: cree que así, fuera del escrutinio público, su condena política será menos cruel. Error: el hincha de Tigre vive atrapado en una tormenta perfecta que no le ofrece salida.

Este domingo, en su columna semanal, Gabriela Pepe describe cómo el escándalo protagonizado por Alberto Fernández profundizó la crisis de un peronismo que ya estaba perdido en su propio laberinto, que ahora, encima, se ha convertido en un pantano.
 
Cuenta, por ejemplo, que las denuncias contra el expresidente “alteraron los planes de Sergio Massa, que tenía previsto reaparecer este sábado en Sierra de la Ventana, entusiasmado por la baja de Javier Milei en las encuestas”. “El exministro de Economía y excandidato presidencial –agrega- tenía previsto hacer una ‘autocrítica del momento del peronismo’ y plantear un primer análisis del gobierno libertario”, pero “quedó todo desactivado hasta nuevo aviso”.


No solo el plenario quedó stand by: el libro que le escribieron sobre su experiencia en la gestión de la economía es el lanzamiento más postergado de la historia de la industria editorial.
Todos los problemas de Sergio Massa
Massa no sólo recibe las esquirlas del escándalo que terminó de explotar la semana pasada con la denuncia de Fabiola Yañez, que acusó a su expareja de someterla a violencia física y psicológica. Massa está mencionado en el expediente que tramita ante el juzgado federal de Julián Ercolini del que surge el Fabiola-gate: en los chats contenidos en el teléfono bomba de María Cantero, la histórica secretaria de Alberto Fernández, están impresas las huellas de un entramado de negocios aparentemente ilegales organizado para favorecer a brokers de seguros con contratos en el Estado.
El 3 de julio, el autor de esta nota, a partir de la insistencia periodística en contar los cálculos que el massismo y el propio Massa hacían para determinar el momento más oportuno para que el perdedor del ballotage 2023 volviera a asomar la nariz, se preguntó: ¿A quién le importa Sergio Massa? Es decir, ¿alguien lo está esperando?

En ese entonces, los consultores Gustavo Córdoba y Hernán Reyes coincidieron en que no había una platea ansiosa por la reaparición del hincha de Tigre, en tanto una encuesta de Casa 3 arrojaba un dato lapidario: sólo el 8% de las personas consultadas lo consideraba la principal figura de la oposición.

Unas horas después de la publicación de esa nota, el Gobierno lo sacó de prepo de su aislamiento voluntario y no justamente para levantar la cotización de sus acciones, sino, por el contrario, para tirarle encima un camión de tierra: a partir de maniobras financieras del Banco Macro, la entidad financiera de la familia Brito, cercana al expostulante presidencial de Unión por la Patria, la Casa Rosada lo acusó de ser el cerebro de un golpe de mercado. "Sabemos que hay un excandidato que le hace mantenimiento al helicóptero; está trabajando para generar inestabilidad”, abrió fuego el jefe de Gabinete, Guillermo Francos. Después saldría a condenarlo un coro libertario que incluyó al mismísimo presidente de la Nación.

La peor parte
El Alberto-gate impacta sobre todo el peronismo, como describe la edición de este domingo de Letra Pepe y como analiza Adrián D’Amore en un artículo en el que proyecta, con el detalle de las batallas que se vienen en las provincias, un horizonte sombrío en las elecciones legislativas de 2025.

Sin embargo, Massa sufre más que nadie el efecto corrosivo de esa lluvia ácida, por dos razones:

1) Es quien tiene más para perder. El año pasado, las carambolas del Frente de Todos lo convirtieron en un candidato que no hubiese sido posible en un contexto de normalidad (era el ministro de Economía que dejaba la inflación en las nubes) y el espanto que generaba la amenaza Milei terminó premiándolo con un capital político de alto valor (el 44% que reunió en la segunda vuelta), pero tan líquido que en nueve meses casi que se le ha escurrido por completo de las manos.

2) Es, además, el únco dirigente del peronismo que decidió guardarse en un silencio total y en una ausencia apenas interrumpida por una aparición fugaz en la marcha universitaria del 23 de abril en la que negó estar volviendo ("Vine como padre a acompañar a mi hija", se limitó a decir esa vez, consultado por Letra P) y por su participación sin escenario, un mes antes, en el congreso del Frente Renovador que eligió a Diego Giuliano como presidente. Hasta Alberto Fernández se había mantenido activo. Eso convierte a su (no) regreso en un (no) hecho político.

A los 52 años, Sergio Massa parece ser más un referente de la vieja política -su nombre pegado de nuevo al de Cristina Fernández de Kirchner- que de la renovación que había imaginado conducir, más allá de esos coqueteos con el renunciamiento que ensayó cuando dijo que estaba dando los últimos pasos de su carrera política.

No sea cosa que, como le pasó a Randle McMurphy, la prisión que eligió para purgar su condena de perdedor termine siendo una trampa sin salida.

CON INFORMACION DE LETRA P.

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