El liderazgo de Cristina Fernández de Kirchner

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Tapada en estas horas por el ruido que produjo el senador formoseño José Mayans, se cocina a fuego lento una acechanza más seria sobre el liderazgo de Cristina Fernández de Kirchner. En el ala política de la familia kirchnerista, Axel Kicillof recluta tropas, sin prisa pero sin pausa, para una pelea de largo aliento por el uso pleno del bastón de mariscal que el año pasado ofreció CFK en una subasta que, se sabe, tiene letra chica envenenada.

El intercambio público de diagnósticos psiquiátricos que protagonizaron la expresidenta y el jefe del bloque de Unión por la Patria de la cámara alta encendió alarmas en el cristinismo: como le ocurrió en la mayoría de los años pares desde que dejó la Casa Rosada, en 2015, ahora a La Jefa se le animan.

Se le anima Mayans y se le animan personajes muy menores (de la talla del 0,7% que cosechó en las PASO 2023) como Guillermo Moreno, pero a la expresidenta parece haberle entrado el agua al living: llamativamente, bajó al barro a pelear.
Mayans, un kirchnerista edición limitada tan conservador que se entrega a beboteos casi albertianos con la vicepresidenta negacionista/antiabortista Victoria Villarruel, patrocina a cierto poder territorial pejotista en una disputa sorda por sillas en la paritaria que el peronismo pretende sostener con el Gobierno, como explicó Mauricio Cantando en Letra P, por la composición de la Corte libertaria y otros temas del ámbito tribunalicio en los que a CFK le va la vida o, al menos, la libertad.
Mayans podría ser, en definitiva, el frontman de una rebelión contra el liderazgo de CFK, pero estaría, en tal caso, al frente de una pulseada corta, utilitaria, acaso transitoria. ¿Mayans 2027? Claro que no.
Sin tuits ni gritos, evitando todo lo posible el ruido mediático y operando con guantes de seda para evitar que se caliente la guerra fría que sostiene con Máximo Kirchner, su medio hermano político, Kicillof macera un plan full full de poder que tiene a la Casa Rosada como destino. ¿Se animará a romper el corsé del kirchnerismo para construir, como pretende, un frente transversal que cobije a la representación lo más amplia posible del “campo nacional y popular”? Se lo preguntan muchos sectores y referentes del peronismo que siguen con atención los movimientos del gobernador de Buenos Aires, único héroe en el lío peronista electoral de 2023. Acaso se lo pregunte él mismo en sus charlas con la almohada. Sin embargo, algunas cosas tiene claras:

Kicillof 2027 no es posible sin liderar en serio.
Para liderar en serio, no alcanzan las facultades delegadas.
Alberto II, no.
Axel Kicillof y la canción del poskirchnerismo
Axel Kicillof lanzó el poskirchnerismo: "Hay que componer una canción nueva”, tituló Letra P el 5 de septiembre de 2023, con el peronismo todavía groggy por la piña que se había comido en las PASO del 14 de agosto: la alianza Unión por la Patria había quedado tercera detrás de Javier Milei y de Juntos por el Cambio. "No podemos seguir viviendo" de "Perón, Evita, Néstor y Cristina", había dicho el gobernador/candidato a la reelección frente a una platea ultra K reunida por Juan Grabois, la reserva de kirchnerismo puro de la oferta peronista que lideraba Sergio Massa en la boleta más oficial de UP. ¡Para qué te traje!

Once meses y medio después, de esa canción no se conoce ni un acorde. El gobernador guarda la partitura bajo las siete llaves de la prudencia. No la cantará por ahora. Podrá tararearla o silbarla bajito, pero el estreno será en 2026.

Poesía al margen: recién ese año Kicillof explicitará su decisión de competir por la presidencia en 2027. Antes, la procesión seguirá por dentro. (En la gobernación hay una foto de Horacio Rodríguez Larreta. Cuando arrecia la ansiedad, la imagen del intendente porteño que se creyó presidente por defecto varios años antes de presentarse a elecciones y fracasar con éxito funciona como ansiolítico).

Paso a paso
Mientras tanto, el gobernador y su mesa política se entregan a la práctica de ejercicios de musculación; al acopio de tropas en un proceso de scouting que abre las puertas de par en par a toda expresión política que tribute a un proyecto que debe ampliarse hacia el centro y hacia afuera del peronismo, peceras ajenas en las que, además, Kicillof hace sociales institucionales con gobernadores del PRO, de la UCR y del PJ inorgánico, como el chubutense Nacho Torres, el radical Maximiliano Pullaro y el cordobés Martín LLaryora.

Al cierre de esta nota, en La Plata se agenciaban cincuenta intendentes peronistas de la provincia de Buenos Aires, zurcían conversaciones con un radicalismo ricardoalfonsinista que podría acercarles boinas blancas desencantadas con el colaboracionismo juezdeloredista y contaban un puntero en cada provincia.

En el mapa federal del kicillofismo incipiente aparecen nombres y apellidos que, en muchos casos, han perdido peso y hoy no controlan los resortes del poder de sus pagos chicos, pero suman masa crítica: el tucumano Juan Manzur, el sanjuanino José Luis Gioja, la catamarqueña Lucía Corpacci, el chaqueño Jorge Capitanich…

El 12 de este mes, el bonaerense abrazó a Ricardo Quintela en el acto de presentación de la nueva Constitución de La Rioja. El hombre de la cordillera levanta el bigote y se ofrece para presidir el Partido Justicialista, acéfalo desde la caída estrepitosa de Alberto Fernández. De la envergadura de la ambición quintelista dependerá que Kicillof pueda evitar o no el choque con el cacique noroesteño.

Aunque no cree que 2025 sea determinante para 2027, el gobernador usará las elecciones legislativas del año que viene como banco de prueba de su autonomía. Está vez, exigirá lugares en las listas para su tropa.

Enemigos íntimos
Kicillof tiene el escollo más importante en casa, en el kirchnerismo, ese cerco que no queda claro, por ahora, si está dispuesto a romper.

Es un asunto casi de familia. El gobernador no desconoce la conducción de CFK. No olvida que La Jefa lo lleva de la mano desde que lo ungió ministro de Economía en el tramo final de su segunda presidencia y que fue ella quien lo empujó al otro lado de la General Paz, a la quimérica empresa de conquistar la provincia de Buenos Aires en el mejor momento de María Eugenia Vidal, el fenómeno de la derecha moderna que terminó siendo una estrella fugaz.

Sin embargo, otra vez: tiene claro que no hay paraíso sin uso pleno del bastón de mariscal.

Otra vez: Alberto II, no.

¿Cristina obtura el salto de Kicillof, su hijo político preferido? No necesariamente, pero tiene, además, descendencia en la que deposita el legado de su liderazgo, en la que confía para custodiar los poderes del bastón de mariscala.

¿Máximo Kirchner obtura el salto de Kicillof? No necesariamente.

¿La Cámpora tiene otro plan para 2027? No necesariamente.

¿Kirchner y La Cámpora respaldan el proyecto presidencial del gobernador? Probablemente sí, pero con condiciones, con poderes limitados. Negociemos, Axel: vos gobernás, pero la partitura de la nueva canción es cosa mía. Vos al gobierno, nosotros al poder.

Así no, sabe el gobernador.

Un gerente, no.

Alberto II, no.

Después está la línea ultra, las mentes afiebradas que preferirían sacar al hijo político de la casa y pergeñan trampas (botón de muestra: el proyecto que multiplica por siete las indemnizaciones laborales en la provincia, que el gobernador se vería obligado a vetar) para poder llevarle a La Jefa, en una bandeja de plata, la cabeza de un traidor.

El equilibrio de esa guerra fría es el que Kicillof intenta no alterar: necesita tiempo para muscular.

La sombra infinita de CFK
No es un problema exclusivo de Cristina. Históricamente, el peronismo ha fallado en las sucesiones de sus liderazgos hiperpersonalistas, que han sido traumáticas. La pelea por la herencia de Juan Perón fue trágica; Carlos Menem salió del poder contra su voluntad en guerra total con Eduardo Duhalde; Néstor Kirchner tenía un plan de alternancia con Cristina que fue interrumpido por su muerte y CFK siempre está volviendo, un poco por propia voluntad, otro poco porque bajo su sombra infinita no ha florecido ni una flor.

Ahora, el “enano comunista” quiere crecer en el jardín de La Jefa, pero el jardín es un laberinto de espinas. De su habilidad para encontrar la salida o de cuánto esté dispuesto a rasparse en el camino dependerá la suerte de su bendita nueva canción.

CON INFORMACION DE LETRA P.

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