No está proscripta, está condenada

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Según la Enciclopedia Británica, el historiador Cyril Northcote Parkinson fue un académico relativamente oscuro hasta publicar, en 1955, un ensayo satírico en el que enunció un principio general de funcionamiento de las burocracias: “El trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible para su realización”. Si a un burócrata le dan ocho años para hacer algo, con suerte lo hará en ocho, aunque pudiera hacerse en dos.

Parkinson trabajó durante años en la presuntuosa armada inglesa. Pudo comprobar que los funcionarios siempre buscan multiplicar sus subordinados para eludir rivales. Como todos hacen lo mismo, se va cristalizando una estructura en la que el bastón de mariscal se mide sólo por la cantidad de soldados. Sin importar si tienen trabajo alguno por hacer.

Tiempo después complementó esa idea (conocida desde entonces como la ley de Parkinson) con otra más ácida: “El gasto aumenta para satisfacer los ingresos”. Un burócrata gastará siempre hasta cubrir todos los impuestos que se inventen para financiarlo. Nunca menos.

No tan conocida como estas dos leyes, hay una tercera a la que Parkinson bautizó como el principio de trivialidad: “El tiempo dedicado a cualquier tema de la agenda es inversamente proporcional a su importancia”.

Cualquiera de esas tres leyes puede comprobarse al repasar el abanico de declaraciones carnestolendas que el Gobierno nacional ofreció como diversión del feriado. El ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, sostuvo que Cristina Kirchner no está proscripta.

“La legislación vigente establece que no está proscripta y tiene todo el derecho a participar en las próximas elecciones”, explicó. Agregó: “Quienes dicen que está proscripta, no estando proscripta, son los que quieren proscribir al presidente Alberto Fernández”.

El nuevo jefe de Gabinete, Agustín Rossi, lo cruzó: “Cristina está proscripta. Tiene una sentencia en primera instancia que la inhabilita para ejercer cargos públicos”. Rossi admite que esa sentencia no está firme. Como resume con ironía el jurista Roberto Gargarella, Rossi volvió sobre la teoría de que Cristina está proscripta porque la proscribirían.

 
En el corsódromo, faltaban por desfilar un par de opiniones. Apareció la ministra de Desarrollo Social, Victoria Tolosa Paz. Dijo que para todo el oficialismo la vicepresidenta está proscripta por una sentencia. Que no es definitiva Pero tal vez. Y añadió que el Presidente tampoco debe estar proscripto. “Es candidato hasta que diga lo contrario”, agregó, en el mismo registro del absoluto condicional. Tolosa Paz dice que claro que todo aquello y que también todo lo contrario.

De modo que en el gabinete nacional (el mismo de la inflación al ciento por ciento) surca como rayo un debate filosófico más problemático que la apuesta de Pascal, la paradoja de Aquiles o el dilema de los erizos. ¿Está proscripta Cristina? ¿Está proscripto Alberto? Al dirigente Andrés Larroque se le ocurrió una genial idea para dirimir el misterio del dios uno y trino: armar una comisión para preguntarle a Cristina.

Los peronistas de mayor edad se quedaron murmurando la versión vernácula de una frase histórica, de origen francés: “Para que algo no funcione, nada mejor que formar una comisión”. Larroque y los burócratas de La Cámpora no advirtieron que con su propuesta estaban disparando una contradicción y una reacción.

 
La contradicción es que si hay que pedirle a Cristina que sea candidata -operativo clamor mediante- es porque puede serlo. En consecuencia, no está proscripta.

¿La reacción? Si el objetivo del cristinismo era agitar la idea de la proscripción ficticia para que se baje Alberto de su candidatura no menos imaginaria, resulta que ahora los albertistas están hablando de la proscripción del Presidente.

CONTINUIDAD O COMIENZO
Ahora sí que se complica la tarea de la comisión. Parecía una changa fácil. Si Cristina respondía que acepta ser candidata a la presidencia de la Nación, podía archivarse el discurso de la proscripción y adelante con los faroles. A recaudar y hacer campaña. Si la vice (después de ver las encuestas y comprobar que la tiene difícil para ganar más allá de una interna) decide declararse proscripta, el cristinismo tendría la palabra indicada para disimular la deserción.

Pero Alberto Fernández dice (por ahora) que no estaría dispuesto a peregrinar hasta El Calafate con la comisión que indagará sobre la proscripción metafísica de Cristina.

Los antiguos jóvenes de La Cámpora son ahora gerentes del petróleo, del litio, de los planes sociales, entre otros billonarios emprendimientos. Como funcionarios, aspiran a cumplir las leyes de Parkinson: tardar todo lo que se pueda para hacer algo a favor del pueblo; gastar todo lo disponible en el intento y no aflojarle a la trivialidad a la hora de manejar su agenda. El tiempo que dedicarán al fantasma de la proscripción será inversamente proporcional a su importancia. Porque los negocios sí existen. Y la proscripción no.

Hay un guión de Les Luthiers que les cabe como anillo al dedo. Se llama La Comisión. Dos políticos son designados como gestores de una comisión extravagante para... cambiar la letra del Himno Nacional! Halagados por formar parte de una comisión importante después de tantos años de haber cobrado comisiones importantes, los políticos buscan un músico de reconocida ineptitud. Le explican que para ellos la tarea de cambiar el himno, disimulando alusiones proselitistas, es crucial para ganar las próximas elecciones. Así podrán completar su obra de gobierno.

O por lo menos comenzarla.

Fuente: La Voz, sobre una nota de Edgardo R. Moreno

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