Fernando Dente: “No soy esos artistas de antes, que no tenían vida”

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Después de un 2022 sin respiro, de gran desborde laboral y emocional, Fernando Dente no solo se animó a la conducción en este nuevo año, sino que también logró focalizar todas sus energías en proyectos que lo identifican y que se complementen entre sí. Uno, y en calidad de debut, es Noche al Dente, programa que comanda todas las noches por América. El otro es la dirección del musical Heathers. Y el restante, la dirección, junto a Tommy Pashkus, de su propia escuela de arte, IAM.

Ahora, acepta la invitación de una charla distendida, para hablar de de todo sin eufemismos. Llega al estudio un tanto cansado pero con el entusiasmo intacto, a días de su incursión en el mundo de la conducción televisiva. Admite sentirse desbordado y con una creencia propia que hoy le juega en contra, porque afirma que siempre fue muy insistente con la formación. Recuerda que creció viendo a un montón de conductores y actores sabiendo que eran gays, pero que no lo contaban porque era tabú. Y confía: “A mí me gusta irme un fin de semana con mi novio. Yo crecí en ese mundo donde es raro tener una pareja sana, estar feliz”.

El amor, la sexualidad, la familia y las pérdidas. Su mirada sobre la actualidad. Un Dente auténtico, con la madurez de sus 33 años, una orfandad que lo hizo parirse de nuevo, la libertad de amar sin simulacros y trabajar de lo que ama. Al fin, es la muestra de un botón de felicidad.

—¿Cómo está en esta nueva etapa de conductor?

—Desbordado (risas). Es como que todos los días no es una función nueva, es una obra nueva. Hay programas que tengo más de un invitado, y hay un equipo de trabajo que es de primera línea, que tiene la enorme humildad y generosidad de hacerme parte. Entonces, estoy en todo. Porque me gusta, pero porque también me sirve para después estar relajado al aire, sentirme informado, entender cómo va a ser el programa. Estamos construyendo el formato al aire. Entonces, no puedo dejar de hacer paralelismos con el teatro y toda la vida en el teatro: descubrí que estar preparado es lo que permite que yo esté en mi mejor estado de performance. Por eso, la formación, el saber lo que uno tiene que hacer. Descubro que n la televisión también se aplica: no sé si podría, al menos ahora, bajar a hacer el programa en vivo y que pinte lo que pinte. Un poco de eso hay porque esa es la gracia de la espontaneidad, de estar presente con el otro, pero entender cuál es el programa, a dónde quiero ir con ese invitado, percibir su energía.

—¿Cómo le llegó la propuesta del programa?

—A fines del año pasado. En el 2022 tuve un año de colapso laboral, maravilloso, pero de muchísimo trabajo. Fue el año que más trabajo tuve. Estaba en el reality ¿Quién es la máscara?, el reality de Telefe en el que estábamos todos adentro de muñecos enormes.Yo estaba todo vestido de unicornio blanco sin la máscara, estaba yendo a ponérmela para ir al estudio y me llega un mensaje de José Núñez, hoy mi productor ejecutivo y general, diciéndome que tenía ganas de tener una reunión conmigo. A la semana nos juntamos, me dijo que ellos veían en mí un potencial conductor. Él en particular. Y me estaban ofreciendo un formato para plataformas. Y en un momento de la charla me dice: “Porque a vos tele de aire no creemos que te guste, ¿no?”. La miré a Paula (Aisenberg), mi representante, lo miré a él y le dije: “¿Cuándo?” (risas).

—Tal vez ellos creían que usted no se animaría a la conducción.

—Tal vez. A mí me encanta la tele: soy un niño de los 90, crecí viendo tele. Mi mamá, cuando yo empecé primer grado, empezó a estudiar Abogacía. Yo iba a un colegio jornada simple. Mis hermanos tienen entre 10 y 15 años más que yo. Mi papá trabajaba todo el día. Entonces, la señora que trabajaba en casa y me cuidaba se iba a las tres de la tarde, así que desde esa hora hasta las ocho, estaba enfrente de la tele.

—¿Se acuerda qué miraba?

—A Nacha (Guevara), a Reina (Reech), por supuesto. Después Caramelito, Chiquititas, Cebollitas; veía Intrusos. Veía todo. Veía, veía, veía tele. A (Antonio) Gasalla cuando era chico. Poné a Francella. Bueno, Marcelo (Tinelli), por supuesto. O sea, consumía mucho. Hasta me sabía las publicidades. Es una foto muy típica de mi generación también, donde no había tablets, no había computadoras, entonces era la tele. Después del primer programa recibí muchos mensajes de mis nuevos colegas, conductores que admiro. Periodistas. En el que estuvo La China (Suárez), que es un personaje muy buscado, yo pensaba que los periodistas debían estar pensando que todo lo que le preguntaba era lo anti periodístico, porque yo no soy periodista, yo estoy ahí en un rol de anfitrión, de conductor y de ser humano. y lo que quiero lograr con la gente que viene al programa es que se sienta cómoda y poder tener una charla. En el teatro, siempre fui muy hincha con la formación. No creo en lo angelado: sin una formación, no se sostiene. Y acá estoy: me tengo que guardar las palabras porque no soy un periodista ni soy un conductor formado. En eso, soy muy consciente. Por eso, trato de no ser pretencioso en lo que quiero hacer en el programa, pero sí ir construyendo al aire un alter ego mío, que sea este conductor y este entrevistador.

—Ahora que está dentro de la televisión conduciendo, ¿cómo ve el medio?

—Es rarísimo (risas). Es rarísima la tele. Es rarísima en el mejor de los sentidos. Porque fui miles de veces a la tele, trabajé en tele, pero cuando estás como conductor… Es un lugar donde se trabaja mucho. Mucho, como te diría constantemente. En el teatro vos tenés el momento de ensayo, que son dos meses muy intensos, y después las funciones, a las que llegás una, dos, tres horas antes. Acá es todos los días, y a la noche el programa. Siempre lo respeté pero me genera mucho más respeto ahora. Hay gente que trabaja mucho, mucho, mucho, mucho sin parar. La gente de producción, la gente que está delante de cámara. Es mucho más equipo de lo que me imaginaba o de lo que parece de afuera.

—¿Cómo se maneja con las críticas en general, por ejemplo ahora que arrancó con la conducción?

—No leo. A las chicas (de la producción) les pido por favor que no me manden nunca nada.

—O sea que no se lleva bien con las críticas.

—No. De chico hubo un momento que lo padecí y me di cuenta de que no me servía de nada atravesar eso. Pero con críticas me refiero a las críticas de alguien que no conozco, o alguien que expone una crítica. Después, soy el primero que al que le importa hablar con la gente, que me digan cómo me ven. Sobre todo en esta nueva etapa donde soy novel. Pero de alguien que no forma parte del equipo no es válida para mí su crítica. Obviamente la gente puede decir “me gusta”, “no me gusta”. No estoy hablando del público, estoy hablando de periodistas o notas que salgan de críticas de cómo conduzco, cómo es el programa. Son opiniones. Creo que es muy tentador entrar en ese laberinto y me di cuenta de que en algún lado me quedan.

—Lo condiciona…

—Me queda, me queda en un lugar. Entonces prefiero que ni esté.

—Pero ¿en algún momento le molestó demasiado la crítica?

—Sí, cuando era más chico una vez…

—¿La recuerda?

—Sí. Protagonizaba Tango feroz en el teatro Tabarís y salió una crítica como a las dos semanas del estreno, y para esa altura ya había venido mucha gente del rock que lo había conocido a Tanguito, a Nacha Guevara, y me habían dicho las cosas más maravillosas que no me habían dicho en mi vida. Yo tenía 22 años. Y sale la crítica que decía que la obra era perfecta, el único problema que tenía era su protagonista. Y yo dije: ”¡Uff!”. Y me dolió. Y dije: “Bueno, ¿qué puedo sacar de esto? Nada. Es súper válido que no le haya gustado pero no creo que sea una crítica de la que uno pueda aprender”. La crítica es la de un director, la de un productor, la del equipo, porque es como que alguien opine de tu familia desde afuera. ¿Qué sabés? Yo te la tomo, pero no sabés cómo es la movida. Y ahí aprendí una frase, beso a todos los periodistas que hacen crítica de teatro, que dice: Los críticos de teatro terminan envolviendo huevos en la verdulería. Es dolorosa pero es una linda venganza para ese turro que me puso eso (risas).

—¿Quién era?

—No me acuerdo. ¿Cuál es la diferencia entre eso y el hater que podés tener en redes? Que por ahí está escrito con más pompas. Hay críticas que son maravillosas porque son un análisis, es de una persona inteligente, interesante.

—Cuénteme, ¿en qué momento de su vida se siente?

—Estoy muy contento. Te dije que el año pasado me pasó por primera vez de sentirme quemado. Llegar al teatro, llorar un poquito en el camarín del cansancio y subir a hacer la función, y decir: “Che, hay algo que le pifié acá”. Tuve muchos proyectos superpuestos. Me encontraba haciendo muchas cosas. O la presión de apretar lo que tenía que apretar también, porque el teatro musical tiene eso, tenés que apretar lo que tenés que apretar. No podés apretar un poquito menos porque desafinás. Porque te caés de la pirueta. Porque tenés que estar ahí.

—Estar atento y alerta al 100 %.

—Exacto. Y dolor porque es algo que amo, que me define y estaba ahí sufriendo y dije: “Bueno, paremos”. Y este año siento que logré que mi cabeza esté en tres proyectos que me identifican, y que hablan, y se hablan entre ellos. Hay algo entre esos tres que me genera una armonía en el cuerpo y en la cabeza. Poder ocuparme de esas tres cosas. Disfrutarlas. Acompañarlas. Hacerlas crecer. Y, particularmente, solo uno demanda de mi presencia física constante que es la conducción. A mí hacer teatro me demanda mucho estar en el escenario y el año pasado descubrí que mientras pueda voy a tratar de hacerlo cuando tenga energía para todo. Porque también tengo una vida que me gusta vivir, y aprendí con los años que no soy esos artistas de antes, que no tenían vida; la vida es el teatro. Yo lo amo, es mi pasión, es mi motor. Pero a mí me gusta irme un fin de semana con mi novio. Hay artistas que esto que digo les puede dar fobia y picazón porque como que alimentar el ser social está muy mal visto dentro del arte.

—¿Sí?

—Ese ser social. Porque después está el otro ser social que te va a decir ir a museos, ver películas, vivir la vida. Que también es verdad.

—Pero, ¿quién dice cómo es vivir la vida?

—Hay un romanticismo de (sostener) que los artistas somos solitarios, no construimos familias, o vamos por este lado. Y yo crecí en ese mundo donde es raro tener una pareja sana, estar feliz.

—¿Es raro?

—Bueno, no sé si raro, pero es como que te miran como si estuvieras mintiendo. “Te estás mintiendo. No podés dedicarte a esto”. Yo entiendo la felicidad de otra manera también. Estoy aprendiendo a encontrar la felicidad ahondando también en lo oscuro, en las miserias, en los dolores, en las penas. Creo que de eso aprendo mucho. Y justamente tener esos espacios en mi vida, esos espacios con mi novio, esos espacios donde me alejo del trabajo, son los que me permiten ahondar en esos lugares. Porque si yo estuviera todo el tiempo trabajando no ahondo, por como soy yo, en esos lugares.

—De esos los momentos hondos, oscuros, ¿de cuál fue que aprendió más?

—Creo que, primero tengo mucha resistencia a ir para abajo. No porque esté arriba todo el tiempo, cero, pero me duele mucho estar triste. Sé que suena muy dramático esto, pero me pasaron tantas cosas de tan chico, tengo una carpeta en la computadora del corazón de los dolores, en la que siempre me dio miedo entrar, y que empiece el efecto dominó. Como de unir infancia, pérdida de madre, pérdida de padre. Entonces siempre que estoy ahí, como que voy medio agarradito, como bajando la escalera desde la baranda. Me da miedo llegar al fondo y ver qué pasa ahí, qué hay ahí. Entonces a la distancia sí puedo ver que hubo un momento que fueron de mucho dolor, cuando falleció mi papá. Que mi mamá ya había fallecido hacía unos tres años, una cosa así. Y cuando falleció papá fue la primera vez que sentí la orfandad. Me quedé sin ninguno de los dos. Y fue un gran momento de empoderamiento, fue como: “Bueno, ahora me toca a mí. Ahora depende de mí a como dé lugar”. Y eso estuvo bueno, con dolor por supuesto.

—¿Qué recuerda de su mamá? ¿Si lo estuviera viendo hoy qué pensaría que le diría?

—Me ve, sin dudas.

—¿Qué le diría?

—Mirá, me pasa algo muy loco, cuando estoy muy feliz por algo, no sé cuál sería la medida exacta para decirlo pero la medida más, más, más chiquita del segundo, la micromilesísima de segundo, siento que está viva. O sea, (pienso): “Le voy a escribir”. Y me pasó el día del estreno, así, como tres momentos. Son así, momentos o que se conectan los planos, no sé qué será. Estaría chocha. Ya me estaría diciendo que soy directamente el Jimmy Fallon argentino. Mi mamá tenía una frase que decía: “Vos sos el mejor objetivamente”. Y yo le creía (risas).

—¿Y su papá?

—Mi papá ahora sería donde más baboso estaría. Porque tenía una cosa con la tele también, le gustaba. Y me venía a ver a todas las obras de teatro y siempre me preguntaba: “¿Y al Martin Fierro te nominaron?”. “Pá, no, para el Martín Fierro tengo que estar en la tele, en el teatro es el ACE”. Y de hecho mi último recuerdo de él es que yo estaba yendo a lo de Mirtha (Legrand) y me lustró los zapatos para ir. Y después, cuando limpiamos su departamento tenía bolsas con recortes míos y toda la bola. Eran dos papás muy babosos, muy orgullosos, y yo creo que también, sobre todo mi papá porque con mi mamá yo hablaba mucho, pero mi papá estaba fascinado con haber descubierto que esa era mi vocación de verdad. Cuando uno es más chico reclama mucho a los padres, después vas creciendo, y si bien no soy padre, yo reclamaba. Y mi papá era el que me esperaba a las diez de la noche cuando terminaba teatro. Era el que me llevaba. Era el que me lo pagaba. Y yo tampoco le contaba a él lo que significaba para mí. O sea, él podía intuirlo pero… Pero yo tampoco es que hablaba con él como hablaba con mi mamá. No tenía por qué entender cuánto calaba eso en mí. Pasa que si hoy mis papás vivieran a mí me daría mucha vergüenza ser como soy en la tele (risas).

—¿De verdad?

—Te juro. A mí me liberó mucho también. Pero pasa mucho eso. Porque la mirada de los padres, que era muy amorosa, a veces la mirada muy amorosa también pesa porque hay chistes que hoy hago que los haría igual pero sería como: “Ay, lo vio mi mamá, ay, lo vio mi papá, qué fiaca”. Pensá que mis papás eran grandes cuando me tuvieron. Mi mamá tenía 36 y mi papá 43. Pero sí creo que aceleró un proceso de salir mi yo más honesto.

—¿Cuándo fue o sintió que era 100 % honesto?

—No sé si fui todavía yo 100 % honesto. No sé si llegué a ese lugar. Creo que uno es como un proceso. De ir descubriéndose. Si te tuviera que poner una imagen es como si la honestidad absoluta, si es que existe, de quién es uno, la identidad de uno, está como adentro y son las capas de una cebolla. Me gusta pensar que en mi camino voy aprendiendo a ir sacándome esas capas para que cada vez esté más en la capa delantera. Lo voy descubriendo.

—De todas las capas que se sacó, ¿cuáles fueron las que más le costaron?

—Creo que la de mi sexualidad. Después de sacármela, me di cuenta de que era pesadita. Cuando estaba con esa capa no sentía el peso, pero cuando conté que era gay me di cuenta de que sí.

—¿A qué edad fue?

— A los 28. Lo conté públicamente.

—¿Y qué pasó?

—(Me sentí) mucho mejor. Sentí que había bajado 15 kilos.

—No pasó nada.

—No. Pasaron todas cosas buenas. Eso fue lo llamativo, no es que yo no lo hacía porque tenía miedo de que pasaran cosas, era porque había entendido o me habían hecho entender que de eso no se hablaba. Había comprado ese buzón y había empezado a trabajar de muy chico. Tenía miedo de que no me llamaran para las novelas. Lo que de alguna manera sigue pasando hoy. Menos, pero sigue pasando.

—¿Sigue pasando?

—Sí, obvio que sigue pasando. Hay chicos que no, que lo viven con mucha naturalidad, con mucha libertad. Quiero ver, no sé, en Tucumán, en un barrio, si todos los chicos de 15, 16, 17 años que son gays pueden decirlo, y subir una foto con el chico que les gusta o con quien estén. Nosotros vivimos en Palermo, en Buenos Aires, la capital de un país. Cuando yo lo dije mucha gente me dijo: “Qué valiente”, y yo digo que no, valiente es otro. Yo no. Acá, ¿quién me va a decir algo malo en la cara? No tiene que tener dos dedos de frente. Aparte me muevo en un ambiente donde también está muy avalado. Pero hay gente de mi edad, contemporánea a mí, que es abogada o trabaja en deporte y no lo dice. Digo, como estaba yo, con la capa anterior. Y mismo en la televisión: es un espacio muy fértil también para empezar a mostrar cosas nuevas. A mí me parece que está buenísimo que yo esté hoy en el prime time de un canal de aire y que le mande un beso a mi novio y que muera ahí. No a mi amigo; a mi compañero.

—A mi pareja.

—A Nico, mi novio. Mi suegro me manda bombones, mi suegra me manda flores. Los amo con toda mi alma. Los dos trabajan en el Mercado Central: los dos me presentan a todo el mundo como su yerno, no como “el amigo de Nico”. Primero, me emociona profundamente y me empodera, me hace sentir muy amado y sobre todo por la angustia que por ahí sentía de chico de pensar que no iba a poder vivir ese tipo de vida.

—¿Qué le diría a estos chicos que no tienen su misma realidad?

—Lo único que puedo decirle a cualquier persona es que le deseo que pueda encontrar la manera de vivir feliz. En felicidad. Cuando uno más honesto es, más feliz es. No siempre ni en todos lados, por el mundo en que vivimos, es verdad, se puede, porque en algún lugar te pueden matar, te pueden pegar, te pueden hacer pasar un mal momento. Hay que ver cuándo uno está listo para salir a pelear esa batalla.

—¿Cuál fue la gota que rebalsó el vaso o que decidió decir: “Esta es mi verdad”?

—Yo estaba por empezar un programa, una serie en Disney, después de diez años más o menos de haber estado con ellos por primera vez y dije: “Che, me van a ver un montón de generaciones nuevas, de chicos chicos”. Yo muy fascinado también con las nuevas generaciones y cómo se movían, con esto de que se enamoran de las personas. Que también debe ser un quilombo ser padre y acompañar eso. No me quiero ni imaginar. Pero yo decía: no quiero que me vean en mis redes y vean cómo que hay una parte mía que mis compañeros heterosexuales, por ejemplo, van a mostrar que yo no, y que no crecieran, como crecí yo, viendo un montón de conductores o actores sabiendo que eran gays pero que no lo mostraban. Es un poco tabú eso. Y yo crecí en esa sociedad y me hice conocido mintiendo y diciendo que estaba enamorado de Emma Watson, porque pobrecita, no sé, la elegí así al voleo. Y después dije que no quería eso. Hablé con Disney. con gente que quiero mucho y que me conocían de muy chico. Y yo pensando que les tenía que pedir permiso me dijeron: “¿Vos estás loco que nos estás pidiendo permiso? Hacé lo que quieras. Nosotros te apoyamos en todo. De hecho te alentamos a que hagas, nos parece hermoso”. Y lo hice y estuvo buenísimo.

—¿Cómo se ve como papá?

—Me veo como papá. No me preguntes cuándo porque eso no lo veo (risas).

—Como ciudadano, como argentino, ¿cómo ve el país hoy?

—Qué difícil responder eso. Mirá que es algo que por suerte nunca me preguntan. Te voy a hacer una respuesta que por ahí…

—Lo que sienta…

—Creo que lo que tenemos como mina de oro somos los argentinos. Que estamos mal gobernados es moneda corriente. No sé si es algo que alguna vez se va a pasar o es una enfermedad crónica con la que estamos aprendiendo a vivir, pero yo siento que en este momento, y creo que el mundial tuvo mucho que ver, porque hubo algo donde todos tuvimos una causa en común, que sufrimos y que después nos trajo una recompensa. Y algo de esa sensación de la conquista, creo que nos dejó en un muy buen lugar a todos. Yo estoy convencido de que vamos a aprender a vivir con estos gobernantes y a pesar de nuestros gobernantes. Y hablo de una parte de la sociedad que somos los que tenemos comida todos los días y un techo para dormir. El resto es desesperante, cuando entrás a pensar en eso. Pero creo que los que tenemos la posibilidad de tener una casa y un techo somos los que nos vamos a terminar ocupando de los que no. Es como una sensación que tengo. No hablo de fundaciones, hablo de la empatía enorme que tenemos como país. Yo viví afuera, viajé: no hay como nosotros. De verdad que a nosotros nos importa. Por más de que los porteños tengamos mote de egoístas, digo, hay un punto donde a la gran mayoría, que somos la clase media de verdad, nos importa. Porque vivimos en plena crisis, entonces sabemos que hoy es él, mañana vamos a ser nosotros. Digo, hay como una cosa de entender eso. Que yo elijo no poner esa solución en nuestros gobernantes... Debe ser muy difícil hacer política al menos en Argentina. Debe ser muy frustrante y triste para el que de verdad tiene esa vocación.

—Por último, vio que en la playa pasan los avioncitos y escriben algo en el cielo. Si pudiera contratar el avión y escribir algo para que todos los argentinos lo leyeran, ¿qué le gustaría escribir?

—Elijo creer.

FUENTE: INFOBAE.COM

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