El asesinato del colectivero aceleró la compulsión del kirchnerismo por cavar dentro del pozo

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Algunos lo adjudican a un proverbio chino y otros se lo endilgan a Warren Buffet, el hombre que mejor supo hacer plata en este y el pasado milenio. “Para salir del pozo, primero hay que dejar de cavar”. Es una máxima que sirve para estimular a aquellos que, en un mal momento, necesitan sosegarse y pensar cómo enfrentar con éxito la adversidad. El kirchnerismo suele hacer exactamente lo contrario cuando se topa con un problema: ante la evidencia de un error, no cambia, redobla la apuesta. En su caja de velocidades, no existe la marcha atrás. Su terapéutica suele reducirse, en definitiva, a un problema de dosis, de cantidad.

A ese principio se adapta perfecto el caso de Pedro Daniel Barrientos, el colectivero asesinado la madrugada del lunes por delincuentes que sin miramientos y con crueldad segaron su vida por una mochila, un teléfono celular y poco más. Hubo protestas, Sergio Berni apaleado sin piedad, acusaciones de complot contra la oposición, internas a cielo abierto del Gobierno, un operativo desproporcionado contra los agresores del ministro, y una acumulación de declaraciones que lo único que consiguieron fue empeorar lo que ya estaba bastante mal.

 
Fue dicho y subrayado hasta el cansancio. Todo esto ocurrió en La Matanza, el centro de gravedad del peronismo y dañó principalmente a la jefa política de esa geografía, la vicepresidenta Cristina Kirchner, y al gobernador Axel Kicillof. Mientras el PJ bonaerense y la dirigencia oficialista y de la oposición se pregunta ¿dónde está Fernando Espinoza, el intendente que hace 17 años gobierna ese municipio, el más populoso de toda la Argentina?

Corrido Alberto Fernández, las discusiones se dieron entre Kicillof , Berni, y el ministro de Seguridad de la Nación, Aníbal Fernández, que atinaron a acumular reproches y acusaciones cruzadas por la responsabilidad en atender las causas y consecuencias del fenómeno indomable de la inseguridad en el Conurbano bonaerense. Se trata de un territorio donde las crisis económicas suelen traducirse en aumento en la cantidad y violencia de los delitos. A más crisis, más robos y crímenes

La desafiante actitud de Berni, que terminó atacado salvajemente por exaltados colectiveros, fue la primera y más evidente confirmación de un desacople entre gobernados y gobernantes. No sólo porque los agresores no respetaron la investidura ministerial, sino porque el funcionario no tuvo la suficiente información o la sensibilidad para entender que su presencia en la Avenida General podría ser tomada como una provocación.

Pero a eso le siguieron las teorías de un complot porque en redes sociales Patricia Bullrich se había mostrado con colectiveros. El propio Axel Kicillof dijo en C5N que al ómnibus que manejaba Barrientos se le había cruzado un auto, que otro vehículo estaba de apoyo, que bajaron hombres con armamento sofisticado y que todo había sido “raro” porque sólo se robaron una cartera. “Parecía el robo de un blindado”, dijo. “No sé si no nos tiraron un muerto”, afirmó en otro canal de TV el propio Berni. Entre el complot, la conspiración y una villana perfecta: la precandidata presidencial del PRO.

Los videos que trascendieron del momento del robo, el testimonio dramático de una joven de 27 que con su hijita de 8 estaban arriba del colectivo y presenciaron cómo mataban a Pedro Daniel Barrientos, como también la información del expediente indican que se trató de un caso policial sin contaminación política. Ahora ¿quién esparció información de tan mala calidad? ¿Con qué fin?

Lalo Creus, un dirigente de Juntos por el Cambio que aspira a ser intendente, reconoció en diálogo con Infobae que en la protesta del lunes había militantes políticos. De su agrupación y de otras que no están identificadas con ellos. “Estaba Roque, María Rosa, gente de Vecinos en Alerta. Había una protesta porque hubo un crimen y fueron a protestar. Los carteles contra Berni y contra el kirchnerismo están hechos desde el año pasado. A eso no lo pueden llamar complot”, se quejó.

“Antes que acusar a los vecinos que sufren la inseguridad y manifiestan que quieren un mejor gobierno para sus barrios, habría que preguntarse dónde está Fernando Espinoza, que es el intendente que hace años dejó La Matanza, ni siquiera vive aquí ni se ocupa del municipio”, explicó.

Y en el pozo, siguieron cavando. El desproporcionado operativo de la Policía Bonaerense que fue a detener a los dos colectiveros que le pegaron a Berni generó estupor y rechazo. A los choferes Jorge Oscar Galiano y Jorge Ezequiel Zerda, trabajadores de la empresa Almafuerte fueron detenidos anoche por la tropa UTOI y la DDI de Morón de la Policía Bonaerense.

“Despacito, no soy un malandra, soy un chofer de colectivo”, dijo Galiano mientras los efectivos policiales ingresaban con armas y escudos a su domicilio y los tiró al piso tanto a él como a su hijo. “Bajen las armas”, también se lo escucha decir. Sobre esto también hubo versiones confusas, porque primero, en el kirchnerismo se acusó a la Policía de la Ciudad y hasta el flamante ministro Eugenio Burzaco de ese exagerado operativo contra trabajadores de la UTA que, si bien no se habían puesto a disposición de la Justicia, no demostraron en ningún momento ser delincuentes peligrosos o que estuvieran dispuestos a escapar.

La propia Cristina Kirchner, que se había mantenido en silencio durante la semana ante este hecho terrible de inseguridad y con consecuencias políticas de alto impacto, se refirió al asesinato de Pedro Daniel Barrientos. Publicó en sus redes sociales un mensaje donde vinculó el terrible crimen con el intento de magnicidio que sufrió hace siete meses.

“Acabo de ver por televisión el operativo policial donde se detuvo a uno de los colectiveros que agredió salvajemente al ministro de Seguridad de PBA. Me dicen que se trató de un operativo conjunto de la policía de CABA con la Bonaerense. ¿Era necesaria la magnitud del operativo y el tratamiento que se le dió al detenido, como si se tratara de aprehender a un narcotraficante en su bunker?”, planteó la vicepresidenta.

Y agregó: “Alguien me escribe… textual: ‘Al copito que quiso matar a cfk lo trataron mejor que a un colectivero que le metió una piña a berni (sic)’. Claro que lo trataron mejor: lo detuvieron los militantes no la policía y yo tuve la suerte que no tuvo Barrientos, la bala no salió”, publicó la ex presidenta en sus redes sociales.

La vicepresidenta vinculó así dos casos impactantes de violencia contra la política que se registró en los últimos meses en la Argentina, en medio de un clima de creciente polarización. Fernando Sabag Montiel, el fallido magnicida, y Brenda Uliarte, su cómplice y presunta instigadora, los denominados “Copitos”, vivían en un monoambiente de Villa Zagala, en el partido bonaerense de San Martín. Los colectiveros que atacaron a golpes a Berni y que son víctimas de manera habitual de delitos violentos recorren todos los días una geografía similar, en Villa Luzuriaga, La Matanza.

Frustración y fin de época
Para la analista de opinión pública y directora de Trespuntozero, Shila Vilker, las trompadas contra Berni se inscriben en una línea que va desde lo simbólico a lo real y concreto, desde la impugnación ideal al impactante rechazo físico de la política. Es un camino en el que están los escraches violentos, el atentado fallido contra Cristina Kirchner y la paliza al ministro más visible de la gestión Kicillof. “Hay un in crescendo peligroso que puede, incluso, cambiar la forma de hacer campaña”, dijo.

Esa repulsión por la política y los políticos es la manifestación más brutal de algo que está debajo y que, para Vilker, no es tanto incertidumbre, sino un rasgo marcado de pesimismo, de ausencia de futuro, por ser sujetos a los que no se les proporciona soluciones ni prestaciones para que la vida sea menos angustiosa. “Hay un síndrome del malquerido en la sociedad, que reciben promesas que no se cumplen y que acumula frustraciones”, afirmó la experta.

“Ha muerto un hombre bueno por promesas incumplidas y la política es la culpable. Así se puede resumir este hecho, que es el asesinato de un colectivero que deriva en la agresión salvaje y conmocionante a un funcionario”, abundó Vilker y agregó: “La piña te hace pensar en la idea del enojo, de la furia, pero esto no es solo furia, es resignación, desapego, pesimismo, bronca”.

Pero lo que le agrega complejidad a la secuencia es que todo está atravesado por el fenómeno peronista. No es sólo el lugar, La Matanza, que es un distrito peronista. No es sólo el ministro golpeado, que es peronista. Y los agresores, que de no serlo de modo militante y conscientes responden a una genealogía sindical-peronista. El gobernador afectado, que es peronista. La provincia y la Nación. Todo está teñido de las lógicas, las relaciones, la geografía y la vida peronista.

“Hay una crisis de fin de época, donde aparecen problemas nuevos que no son abordados ni resueltos por la política. Ni siquiera en campaña”, advirtió la analista. Mientras CFK y Kicillof o Gabriela Cerruti responden con fantasiosas teorías conspirativas o frases de ocasión, faltan las respuestas efectivas o propuestas para enfrentar una inflación galopante, asaltos que terminan en asesinatos, narcotraficantes fuera de control, y salarios ofensivamente bajos.

No terminan de entender lo que está pasando. Mientras tanto Milei crece por los errores ajenos y porque expresa un fenómeno que está ocurriendo en todas partes del mundo: responden al enojo de la gente frente a una democracia que no da respuestas. Hay una demanda de cambio genuina, porque la sociedad está pidiendo que cambie algo de verdad”, explicó Vilker.

Para la directora de Trespuntozero “un problema que tiene la política clásica es que el discurso se hace inescuchable, no hace sentido. Hay una lengua muerta de la política”.

Fuente: Infobae

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
Así detenían a los choferes de colectivos

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