Cristina, sos vos la que está para comerte más que tu exquisita bagna cauda

OPINIÓN - ALGO PARA LEEER José Ademan RODRÍGUEZ
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Para Cristina, quien me hizo la mejor bagna cauda del mundo y aún huelo ese aroma inconfundible que no tiene precio pero pagaría lo que no tengo para volver a sentirlo.

Ya van casi 30 años que no te veo... Y en Río Cuarto nunca estoy más de 3 o 4 días, porque ya se sabe... las visitas son como el pescado, más de 4 días, huelen mal.

 
Pero surge inevitable el recuerdo de tus famosas ''bagnas caudas'', donde la fantasía era una realidad, donde se subvertían todos los arquetipos, por los importantísimos temas de los debates sin márgenes para los inquisidores, lunáticos, hedonistas y elitistas, y menos pretensiones de rigor intelectual.

Solo en estado asambleario que merecen el tributo de nuestro asombro; como los tribalismos de barrio y las lenguas bífidas de sus comadres que miran a través de las persianas con ojos de tomografía computada. Y no éramos tan simples.

Teníamos nuestras complejidades, tanto en la forma como en el contenido argumental de los temas.
Ahí va una muestra: Por ejemplo, el caso de ese personaje fascinante que fue el Cayo Remedi, que tuvo dos denuncias por desfiguración de clítoris. La leyenda urbana, según la tradición oral, nos cuenta del impresionante pedazo que tenía entre las piernas, cual si fuera un lagarto muerto colgando entre las mismas.

 
El objetivo, aparte de lo maravilloso de la degustación, era reírnos de nosotros mismos. En un striptease de nuestro interior, en un carcajeo con efecto dominó, que se transformaba en un magma de bienestar total, abrumador, donde cada cosa tenía su medida, y cada emoción su lenguaje que nos zarandeaba. 
Así encadenábamos los temas:
El de porqué los boludos, por moda se ponen la gorra con la visera en la nuca... que se fabricó para que les protegiera de la luz, sobre todo artistas y deportistas que son los animalejos de más simiesca capacidad mimética. Es probable que tengan los ojos y el cerebro en las cervicales.

La leyenda del Matavaca, aquel jugador del Porvenir que un día mató a una vaca a raíz de un tiro libre en la vieja cancha de la liga, ahí, cerquita de tu casa... Lo cual provocó la deserción de las vacas que, despavoridas, emigraron hacia Holmberg y Las Higueras.
¿O por qué le llaman “médico de cabecera” a uno que está siempre a los pies de la cama?

 
¿Por qué al océano Pacífico le llaman así, si de pacífico no tiene una burbuja? A todas las costas que baña las azota con tifones, huracanes y maremotos.
En una de ésas, a la mamá de Jack el Destripador, cuando éste era un bebé y ella le cogía las manitas con suavidad de musgo, abrigándolas entre las suyas, se le pasó por la cabeza el deseo de que le servirían para tocar el violín o hacer ricos pasteles.
Ya me enteré que no ya estarán ni el Chucha, ni Carlitos, ni el Mario y claro, mi mejor amigo, el Zurdo Rivadero, pero nadie me robará estas noches.
Tu tío Carlitos haciendo ensayo filosófico, y vos Besos Brujos, cuando ya él se embala con el monólogo, sugiriéndole reiteradamente: "Hacéla corta, Carlitos". ¿Te imaginas un cuento hecho por el Zurdo y contado por Carlitos? Y el quilombo del origen de la vida y la evolución de las especies, con sus diferenciaciones progresivas a escala zoológica, y Darwin...
Y decía Carlitos, "Que cuando los peces echaron a andar y las víboras volaban". Una noche, después de una de sus disertaciones, el Zurdo me confesó: "¡Debe tené’ razón Carlito! Hay progreso en lo animale’. ¿No vite que el loro habla, la hiena te mata cagándose de risa, igual que el hombre, y el mono ni siquiera iegó a afeitase?” ¡Cuánta razón tenía el Zurdo en su simpleza! ''
¿Por qué siempre que te tiras un pedo cuando estás enfermo en cama llega una visita y entra sin llamar? ¿Casualidad o causalidad? ¿Horrible fatalidad?

En esa época nos convocaban tus bagnas caudas (acá en Barcelona no la conocen. Se hace algo parecido, que es la "fondue", a base de carne o queso). Eran como un rito de placer presentido que te hacía segregar saliva un día antes; no hace falta la campanita, como en el reflejo de Pavlov que ya te comenté. Un juego donde uno queda maravillado con el ceremonial previo. Era como si le tiraran promesas al paladar: coliflor, zanahoria, cardo, papa, apio, el pan cual blando lecho para la salsa que se ofrece a los labios...

Se hacían pausas en las bagnas caudas como en los teatros... o en el amor, que después del cigarrillo se entra en la segunda sesión. Ninguna de las féminas riocuartenses tiene tu peso específico.
A pesar de que no te gusta estar en boca de nadie, ¿quién puede negar, Cristinita, que al fin sos vos la que estás para comerte y no desperdiciar absolutamente nada (como ocurre con el cerdo)? Pero morfarte elegantemente, como un buen gourmet, sin roerte las costillas y contarlas detenidamente... una a una, de puro mimoso, hasta donde la columna vertebral cambia de nombre.

 
No lo tomes a mal. Son piropos gastronómicos típicos de nuestro país, que por algo fuimos un país modelo de exportación de alimentos: “Esa mina está papa”, “¿Sabes que a la Zully se la morfa el Cayo?”, “¡Qué pechugona era la Nonocha!”, “¡La Chirola sí que era churrasca!”, “¡Y que pan dulce!” se dice al culo de una mujer (al que aún le llaman cola por creer que culo es una mala palabra); paradojas de gente que nunca pasó hambre, y entiende que para amar hay que estar bien comido.

En Barcelona, el niño dice “pene” con toda naturalidad; para nosotros la sinonimia del vocablo es fuente inagotable de asociación con embutidos, hortalizas y frutas: chorizo, chunchula, nabo, zanahoria, banana, batata, carne en barra, pedazo...

La bagna cauda era una fiesta de jugos gástricos, y también terapia de grupo, pues cuántos entuertos, conflictos y depresiones se han curado (al menos temporalmente) chupando y comiendo con la gente y el paisaje adecuado, porque a veces se come bien pero la gente no te ayuda a hacer una buena digestión. Es una de las dietas más saludables pues, salvo lo hipercalórico de la crema de leche y lo hipertensivo de la sal de las anchoas, posee la propiedad anticolesterol del ajo y el poder de arrastre intestinal de las hortalizas y las verduras. ¡Y el vino! que puede terminar en caricia o eructo (por eso de que el ajo repite), pero ¡qué importa! si es bienhechor, elimina los radicales libres de oxígeno que envejecen y, al ser vasodilatador, protege las coronarias (esto no lo difundes mucho, pues un día habrá un negro que le dará treinta y siete puñaladas en la oreja a la mujer). Pero la mejor manera de prevenir un infarto es morirse de cáncer.

Tu bagna cauda era además democrática, respetaba las autonomías: con total libertad picabas lo que se te antojaba, carne de pollo o verdura, ¡y encima te babeabas, te relamías! Ni te jodían como cuando se comen, por ejemplo, pastas: que los tallarines tienen que estar "al dente", o que no hay que cortarlos pues es una herejía, deben enrollarse en la cuchara; ¿y el asado? que si con juguito, o más seco; o que para desarticular el pescado hay que hacerlo con el cuchillo aplanado... No había nada frito, ni se sazonaba con mayonesa, ketchup o mostaza, que son los aditivos comunes a toda comida insípida o descastada. A lo sumo, un leve toque con la tinta amoratada de tus labios… A pesar de todo lo expuesto hay gente que la rechazaba, pues te decían que todos revuelven en la misma olla, o que da mucha sed al otro día, por las anchoas, o que el repollo les carga de gases... Cada uno con sus razones que merecían respeto. Ya se sabe, en cuestión de gustos... hay demasiado escrito, aunque las papilas gustativas de los argentinos tienen tendencia monogastronómica vacuna, que obra como “vacuna” contra la variedad dietética. Y bueh... de carne somos...
¡Qué capacidad de tolerancia, Cristina! No era fácil, no, poner la mesa. Y de paso, vigilar que no se te desborde la olla, y sin perder la compostura jamás.  Hasta tenías un tiempito para guardar los aros en una cajita al ponerte el delantal de cocinera.

 
Y la puesta en escena de tu presencia estelar donde se te veía como un rojo clavel puesto en el ojal de la noche, y tu voz arrastrando las erres y las elles de pollo y repollo, pero cambiándolas por ese acento aporteñado que obliga a fruncir más los labios; te salía más "canchero" el ¡poyyyyyo o repoyyyyyo! Y luego, a la hora del postre, te preocupaba siempre si el helado cuajó con el bizcocho y las vainiyyyas. Y luego, "¿whisky o champán, chicos?", decías con una carcajada en fa sostenido, por alguna salida del Zurdo. Eres tan astuta que con una simple pirueta de pronunciación ("¿les corto más repoyyyo?") permites pensar que naciste en Avellaneda en vez de General Cabrera, o por ese simple arabesco fonético permites ubicar a Cabrera a pocas cuadras de Mataderos... Cuestión de simples elucubraciones.

Tú sí que hacías un culto al olor y al sabor, Cristina. En tu cocina, pegada al comedor, se sentía mejor el aroma de lo que se está cociendo. Sabías mezclarlos con verdadera destreza gastronómica. Yo me hacía la idea (falsa, por cierto) de que era tu pequeño "homenaje" a mi estadía en Argentina. En una de esas, eras tan benévola que a lo mejor, como no tenías nada más atractivo que hacer esa noche, pensaste: "Por una noche, ¡qué me cuesta hacerlos felices y tratar de intentarlo yo también!". Así debe haber nacido tu primera bagna cauda, y luego se convirtió en acto irrenunciable de la temporada invernal.
Era la cena de los amigos que te daban la sensación de tíos obsequiosos de esos que no tienen hijos, y tú eras la sobrina predilecta. "Tíos-amigos" capaces de gestos inimitables, pues yo soy sólo un pintoresco gesticulador (como un coleccionista de tics diferentes) entre señores del gesto que saben cuándo ser elegantes (no en el vestir), o callarse a tiempo, o poner distancia con los canallas o fanfarrones, o darte soluciones sin alardes, ni necesidad de que se lo pidas, de diferentes maneras, que pueden ir desde ofrecerte la palma de una mano amiga, o una palabra, u ocupar algunas horas (algunas de tantas veces) poniendo el oído atento a los repasos reiterativos del abuelo, o dedicar casi un día para arreglarte un coche a punto de fundirse...
Tengo que reprocharte algo: la última vez que estuve en Río Cuarto no quisiste que paráramos en ese boliche que está enfrente la cancha de la liga, cruzando la calle ancha.

Sólo quería beberme una cerveza y morfarme un sandwich (un sangüiche) de salame o mortadela, de esos de cuando aprendimos que el mejor plato es el hambre. Sentado en la vereda, de buena gana hubiera detenido a cualquier desconocido de mi época, con cualquier pretexto: "Dígame jefe, ¿usted no iba al Colegio Nacional allá por el cincuenta y tantos?". Le hubiese invitado a tomar una cerveza para que me contara cosas. Hubiese querido que un niño me pidiera que le alcanzara la pelota que cruzó la calle desde el baldío, payanearla y devolvérsela con el empeine. Y si pasara una pareja de colegiales que me pidiera un cigarrillo, les daría dos y uno para la oreja, o todo el atado pues siempre ando con la idea de dejar de fumar; parejita que en una de esas se va para el río y me pide un cigarrillo antes de quedar sucia de besos y arena, como dijo Lorca.

Una vez hecho esto, irme a pie hasta tu casa, tranco a tranco, para detenerme en los detalles, porque las calles no se patean, se incorporan al alma. Da gusto caminar, pues en coche no se puede observar nada, se llena todo de polvo. Sentirme escoltado por las margaritas blancas y amarillas que crecen al borde del camino; el olor a geranio, las damas de noche, las moreras... Y vos a mi lado. Deslumbrarme con la coquetería de una naranja asomada al muro; luego, de un saltito, arrancarla y, después de "amasarla" con el pie y ablandarla contra la pared, meterle el dedo, chuparla y jugar con ella. ¡Qué sensación más hermosa domesticar con el pie una naranja! ¿A qué niño no le gustaba?

 
¿Sabías que tu barrio Brasca es el mismo donde transcurrió parte de mi infancia? O es colindante, no recuerdo bien. Yo viví entre los seis y los siete años en la calle Gumersindo Alonso, y en el Colegio Ameghino que está a la vuelta cursé primero superior. Aunque a diferentes edades, hemos respirado el mismo aire de pinos y sauces reverdecidos. Y es por ahí, por tu zona, donde se diluye el escaso perímetro urbano, donde Río Cuarto extingue sus toques de ciudad. No se sabe bien si termina algún camino o comienza el que conduce al centro. Si es un barrio nuevo o una reminiscencia que conserva quizás alguna pulpería de criollos o un almacén de esos con olor a queso fuerte, fiambrera, madera enmohecida y moscato, y cuatro o cinco gatos en la puerta ...

Ya tengo 81 años, me estoy poniendo blando, cierro los ojos... y me imagino que se acabó esta pandemia, le diré a Chuchita que me haga una llave de fantasía para entrar otra vez a tu casa por sorpresa y que hagas la bagna cauda.

Me gustaría que fuera un sábado y soleado, que lujo verte de nuevo. Aquella mañana será espléndida, el cielo será límpido, y hasta una nube solitaria te guiñará desde lo alto, juntaré por el camino un ramito de flores silvestres para ti, flores que aparentemente mínimas hacen grandioso con su primor el paisaje, que se resiste a ser árido, y dan color a la tierra, como anunciando que aún puede ser salvada.

Todos, en mayor o menor medida, buscamos en la vida paraísos que siempre son "artificiales", porque el paraíso no existe. Y al final, descubrimos que somos esclavos de cosas tristes, amargas, materiales, vulgares... Pues para tener ese azul, el de la playa de Sitges o el de la orilla de sauces de Río Cuarto, no hace falta dinero: sólo alguien que te lleve de la mano o te enlace la cintura.

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