Drama argentino: "Chocolate" termina dirigiendo la campaña presidencial

OPINIÓN RUBÉN RABANAL*
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No importa quién sea el ganador de la elección presidencial, Argentina deberá enfrentar un doloroso proceso de cambios que, por ahora, está llamado a tener consecuencias impredecibles. La crisis de la economía que golpeará más duro cuando se sinceren todas las distorsiones que la campaña electoral mandó debajo de la alfombra, no será el único problema. El país enfrenta una crisis ética de dimensiones pocas veces vista en una democracia occidental que tendrá un costo futuro seguramente mayor que el económico.  

Nunca en la historia reciente la clase política descendió como esta vez a un barro más sucio que este con operaciones cruzadas, mentiras, prebendas, corrupción, pagos ilegales, oscuros caminos para el financiamiento de las campañas y, para peor, ahora con la ayuda de la inteligencia artificial que terminó de instalar la idea de que es imposible distinguir entre realidad y ficción. El costo moral en el mediano plazo será terrible y el beneficiario directo por ahora parece ser Javier Milei aunque, curiosamente, alguno de los suyos también aparezca manchado por ese barro político que hoy ensucia todo.

 
La novedad política de esta semana no serán los últimos pronósticos de mediciones sobre el resultado del próximo domingo, ni el mensaje final de Milei, Patricia Bullrich o Sergio Massa; por el contrario el centro de la escena lo tendrá la declaración de Julio Segundo “Chocolate” Rigau. Es el nuevo famoso que subió al podio durante la campaña cuando lo detuvieron usando tarjetas en un cajero automático para sacar dinero de 48 cuentas de supuestos empleados de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires.

El problema con Rigau no es solo que con su accionar confirmó lo que se sabía sin pruebas firmes sobre el uso de nombramientos en legislaturas y cargos en todo el país para financiar cajas inciertas (de hecho algunos titulares de esas tarjetas de débito ni siquiera están enterados de su condición de empleados públicos), sino que atrás hay mucho más. El mero trámite judicial con las idas y vueltas para periciar su celular y la demora en detenerlo es un ejemplo de las sospechas que despierta el proceso.

 
Habrá que estar atentos también a las declaraciones de los titulares de esas tarjetas de débito. Ninguna fuerza política está exenta de recibir munición de esa explosión. Será otro ejemplo más de algo que los periodistas conocemos de sobra desde hace tiempo: la legislatura bonaerense ofrece un atractivo monetario de tal dimensión que muchos candidatos rechazan ir a ocupar una banca en el Congreso Nacional y prefieren quedarse allí. La rentabilidad bonaerense es infinitamente superior a la mucho más controlada Cámara de Diputados de la Nación.

La “roña” que mancha desde el escándalo Rigau es solo un ejemplo de la ruptura ética entre cierto sector de la clase política y las necesidades del público de a pie. Este fin de semana circuló una caravana de campaña por Lomas de Zamora encabezada por un barco emblema con el nombre “Bandido”. Es un recordatorio del escándalo que protagoniza el exintendente de esa ciudad y también excandidato a la legislatura local Martín Insaurralde.

El caso Insaurralde no solo provoca irritación general por la ausencia de justificación en sus ingresos para sostener ese nivel de vida en Marbella o la capacidad para comprar regalos (que además denotan por su demasía una total ausencia de buen gusto), sino porque además esos actos son la comprobación de un nivel de vida imposible de justificar por amplios sectores de la política. El paseo de Insaurralde por el Mediterráneo no generó sorpresa alguna, pero sí la confirmación de algo sabido por el público general.

A la borrachera de dólares gastados en el exterior y departamentos en Puerto Madero que increíblemente se muestran sin pensar en rendir cuenta alguna, debe sumarse otro efecto que la sociedad comenzará a facturar dentro de la lista de defectos morales: el abandono del puesto de batalla por parte de los políticos en momentos en que el país enfrenta un incendio económico y social. En otro momento de nuestra historia hubiera sido imposible pensar que un dirigente político escapara por una semana a un crucero privado por el Mediterráneo o se tomara una pausa en el Caribe en medio de una campaña o semejante crisis cuasi hiperinflacionaria como la que vivimos. No nos asustemos entonces cuando, en la desesperación,  el impacto contra la clase política termina beneficiando opciones que ni siquiera pueden terminar de definir propuestas.

Mas allá de todo este ruido está la realidad del día a día de las góndolas de los supermercados, las PyMEs y grandes empresas paralizadas porque no pueden importar y el temor general a no saber cómo será el futuro. La dirigencia no aporta mucho para aclararlo.

Quedó claro en el último debate presidencial: el horror de lo que viene es tan grande que ninguno de los candidatos se anima a decir qué medidas deberá tomar en los primeros tiempos de su gobierno.

La ruptura económica es de una dimensión pocas veces vista en la historia argentina y no tanto por lo que el público ya conoce, como el impacto de la inflación y el dólar desbocado en sus bolsillos, sino por lo que el actual Gobierno barrió debajo de la alfombra e inexorablemente habrá que limpiar.

Tanto Patricia Bullrich, como Javier Milei y Sergio Massa saben muy bien lo que es la bomba de las Leliqs, la ya inconmensurable deuda del Banco Central que crece además a la velocidad de una tasa de interés que se multiplica y aún así no logra frenar ni el dólar ni la inflación. Es solo uno de los puntos a atacar por el próximo gobierno, pero será mucho más complicado enfrentarlo si quien llega no define una batalla cultural que termine con la realidad que “Chocolate” hoy le esta mostrando al país.

*Para MDZ

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