Donald Trump, Javier Milei, los medios y la trampa de camuflar la sinrazón

OPINIÓN Juan Rezzano
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En una columna que publica en El País titulada Trump no es un genio del mal, la periodista Marta Peirano sostiene que los medios de Estados Unidos se esfuerzan por "gestionar la incoherencia que domina la campaña" y, en el intento de darle sentido al sinsentido, terminan manipulando al público. ¿Hacen lo mismo en la Argentina de Javier Milei?

Peirano cuenta que se dio cuenta de que eso estaba ocurriendo en 2019, con el ahora candidato presidencial todavía en la Casa Blanca, cuando asistió a una conferencia de Lenore Taylor, directora de The Guardian en Australia, que dijo no estar “preparada para la alarmante incoherencia del presidente” y se declaró "estafada por medios que llevaban años tapando sus desvaríos". "No los medios afines a su persona o vinculados a su agenda política, como Fox News o Breitbart, sino los medios liberales, incluyendo el suyo: The Guardian, The Washington Post, The New York Times...", dice Peirano en su columna y cita una frase inquietante de su colega australiana: “Me di cuenta de cómo los periodistas que cubren a Trump editan y analizan sus palabras para encajarlas en párrafos secuenciales e imponer sentido donde es difícil de detectar”.

 
Peirano cita también al editor jefe de The Atlantic, Jeffrey Goldberg, que llama "sesgo hacia la coherencia" a ese mecanismo que denunciaba Taylor. “Funciona así: Trump suena como un loco, pero no puede estar loco, porque es el candidato presunto a la presidencia de un partido importante, y ningún partido importante nominaría a alguien que está loco”, explica el periodista y completa: “Por lo tanto, es nuestra responsabilidad suavizar su retórica, identificar cualquier atisbo de significado, tomar a la ligera sus declaraciones extrañas y racionalizarlas”.

La periodista y escritora "Rebecca Solnit tiene una etiqueta mejor: sanewashing", añade la columnista de El País y cita a la editora de Harper's Magazine: “Su incapacidad para ser coherente queda prácticamente oculta para el público, a menos que esté escuchando directamente o leyendo medios alternativos”.

Normalizando a Javier Milei

Durante un tiempo que incluyó a la campaña, las tres instancias electorales de 2023 -con el batacazo libertario como un hito que pateó todos los tableros- y los primeros pasos de un gobierno distinto a todo lo conocido aun en un país prolífico en acontecimientos disruptivos, es probable que los medios hayamos caído en la trampa que describen Peirano, Taylor, Goldberg y Solnit en el asunto Trump.

Así se desprende del ejercicio de repasar las coberturas de la presentación de Milei en el Congreso sin prestar mayor atención a los detalles que la que le dispensa la media de quienes consumen información política en un contexto signado por una vida cotidiana que hace del tiempo un bien demasiado finito y por un bombardeo de noticias que confunde más que esclarecer.

 
De esa cobertura surge la idea de un presidente que, aunque mantiene ciertos rasgos de excentricidad, no es más que un hombre que se ha presentado ante la Cámara de Diputados a explicar el plan de gobierno delineado en un proyecto de Presupuesto. Como en la película Notting Hill, cuando la superestrella Anna Scott (Julia Roberts) le dice al librero William Thacker (Hugh Grant) que solo es una chica parada frente a un chico pidiéndole que la quiera. Se nota que algo no cierra.

Intereses non sanctos aparte de aquellas corporaciones expertas en realizar contorsiones para justificar cualquier cosa que lleve agua para sus molinos, es probable que esté primando, a juzgar por lo que se desprende de la cobertura de este domingo como botón de muestra, la necesidad de presentar como razonable -acaso, incluso, como un mecanismo de defensa para zafar de vivir en estado de shock, que resulta una condición pésima para la salud- la sinrazón de un presidente que les dice ratas miserables en la cara a las personas que han sido elegidas por la sociedad para representarla, a las que trata de idiotas por equivocarse en operaciones matemáticas básicas, a las que acusa de tener, como corporación -todas, sin distinción-, un plan diabólico para enriquecerse a costa de arruinar el país; que convierte al Congreso en un circo cuya función inicia con el presidente de la Nación modificando su voz, en un juego que solo divertiría a un niño; que se golpea el pecho y disfruta al anunciar que su receta es el ajuste perpetuo, cueste lo que cueste, para honrar el dogma del déficit cero aunque para eso deba hundir en la pobreza al país entero mientras fustiga a "los políticos" que lo antecedieron -a todos, sin distinción- justamente por sus recetas "empobrecedoras" mientras se espera que la pobreza alcance al 53% de la población y la indigencia, al 20%, y que exhibe una presunta erudición con citas falsas de eminencias universales. Normalizar lo anormal, ésa es la cuestión.

 
Naturalizar a Javier Milei: ¿por casa cómo estamos?

 
En Letra P nos corren las generales de esta ley. El dilema es un tema de debate permanente: insistir sistemáticamente en la denuncia de lo insólito, de lo irracional, de lo que hemos descripto como un riesgo serio para la convivencia democrática y vivir en guardia constante, manteniendo a nuestra audiencia en vilo, o naturalizar todo eso para bajar el nivel de estrés. (Edi Zunino, maestro de periodistas, organizaba la sección política de Perfil alternando notas duras con otras más livianas, de color, y para defender ese criterio dibujaba en el aire una onda con su mano: decía que el diario no podía saturar a quien lo leía, sino darle descansos para que pudiera avanzar sin sufrir un pico de presión).

Sebastián Iñurrieta, editor de la redacción central de Letra P, lúcido observador de este tiempo distópico, suele pedir que no intentemos analizar a Milei con la lógica de la política tradicional. Es un consejo inteligente: quien parte de premisas falsas llega a conclusiones falaces.

Con todo, en la búsqueda de deconstruir el sistema de valores y conceptos que guían nuestros razonamientos, anida el riesgo de que, en lugar de hacer más eficiente el análisis, naturalicemos el sinsentido y aceptemos mansamente a un presidente que agrede, insulta, discrimina, reivindica dictaduras salvajes, manda a golpear a personas adultas mayores que reclaman jubilaciones que no las condenen a la muerte por inanición o por interrupción de tratamientos médicos; que desprecia las instituciones de la democracia y alienta a hordas odiadoras que ceban la pulsión de violencia de personas con severos problemas de manejo de la ira; que dice jugar todas las mañanas con un perro muerto y dice, una y otra vez, que es el máximo referente mundial de la libertad, solo empardado, justamente, por Donald Trump, el desquiciado cuya incoherencia la prensa estadounidense se esfuerza por "gestionar" para que lo que escribe no resulte tan inverosímil.

En Letra P, Marcelo Falak, que ha descripto como nadie, desde sus estados embrionarios, la emergencia de la ultraderecha en la Argentina, enumeró las razones que permiten sospechar que Milei tiene un problema de "carácter" -así dicen en Estados Unidos cuando las capacidades de un gobernante son puestas en cuestión- que lo convierte en un riesgo para el país y sus habitantes. ¿Cuántas veces conviene que Falak escriba sobre eso, sobre todo si la dirigencia elegida en las urnas para representar a la sociedad -las ratas miserables- no está dispuesta siquiera a asomarse al tema y, en cambio, consagra las políticas oficiales con votos en el Congreso?

 
Parafraseando a Jeffrey Goldberg, Milei suena como un loco, pero no puede estar loco, porque es el presidente elegido por el 56% del electorado y ningún electorado elegiría a alguien que está loco.

¿Será eso o será que estamos estafando al público gestionando sus incoherencias?

 

 

* Para www.letrap.com.ar

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