Lo que está haciendo Nicolás Maduro con Venezuela y el destino de millones de seres humanos, rebasa lo insoportable. Ejerce el poder careciendo de legitimidad de origen y también de desempeño. Se enquista en los poderes públicos de forma ilegal, descarada y desafiante ante los organismos internacionales creados para salvaguardar los sistemas democráticos del mundo y preservar los derechos humanos de las personas.
Actúa con la prepotencia de los que no tienen escrúpulos a la hora de cometer delitos y con un cinismo irritante, trasladándole a los que se resisten ante semejante habilidad, la autoría de todos los males que él mismo representa.
Es el tutelado de una cúpula política que mantiene bajo aprehensión, por más de seis décadas, al oprimido pueblo cubano. Maduro es un traidor a la patria con todas las de la ley. Les sirve incondicionalmente a los castristas como pago al favor recibido de ser impuesto como el sucesor de Hugo Chávez. Por eso lo que falta en Venezuela no puede escasear en La Habana, sobre todo petróleo, medicinas y alimentos.
A la vez mantiene una alianza declarada con el eje del llamado mal que integran Rusia, Irán y Corea del Norte. Nunca ha disimulado ni escondido sus vínculos con los grupos narcoguerrilleros de la FARC y del ELN de Colombia. Dentro del país, ha constituido una corporación criminal que lo somete, aunque se crea que es él el que impone las reglas del juego. Esa mafia se nutre del dinero proveniente de la economía oscura, más lo robado impunemente a la nación.
Para hacer valer sus tropelías cuenta con un cinturón de grupos represivos bien surtidos. Podrán faltar insumos en los hospitales, no habrá como reparar acueductos o termoeléctricas para garantizar que haya agua potable y luz eléctrica, pero nunca debe regatearse el presupuesto para importar armas, municiones, bombas lacrimógenas, perdigones y todos los instrumentos o herramientas indispensables para hostigar ¡hasta matar!, si es menester, a los que osen protestar contra ese purulento régimen.
Esa es una paradoja muy alarmante que deben tener en cuenta los analistas u observadores que miran desde lejos el panorama venezolano. En ese país riquísimo empobrecido, los maestros huyen despavoridos porque sus salarios son paupérrimos y las instalaciones de las escuelas lucen deterioradas, pero lo que si nunca ha de estar falto es la masa de dinero para financiar los grupos de la muerte, esos colectivos armados hasta los dientes y con licencia para disparar a mansalva.
Los recursos que sacan del poco petróleo que comercializan lo destinan para asegurarse de que esos pelotones de policías, militares y mercenarios cumplan la tétrica tarea de asaltar las viviendas de los activistas que resguardaron las mesas de votación y que cumplieron la misión histórica de acopiar las actas que dicen la verdad del resultado electoral que le asigna el triunfo a Edmundo González Urrutia.
Nicolás Maduro ha sido corresponsable del mayor saqueo de recursos públicos en la historia de la humanidad. No exagero con esa sentencia. Es la verdad. Y sigue desvalijando porque se regodea entre los miembros de su pandilla exclamando «no pasa nada». Maduro está acusado de cometer más de siete mil ejecuciones extrajudiciales y un montón de crímenes de lesa humanidad y resulta que no pasa nada en la Corte Penal Internacional. Esa lenidad o lentitud para aplicar la justicia debida estimula a ese sátrapa a continuar acometiendo asesinatos, tal como ha ocurrido en estas últimas semanas poselectorales en Venezuela.
Lo insólito es que es el fiscal de la dictadura el que aparece proclamando acusaciones por aquí y por allá contra los lideres de la resistencia venezolana. De forma insolente ese repudiable personaje que se hace llamar poeta, le endilga a María Corina Machado y a Edmundo González Urrutia los delitos consumados por ellos en nombre de esa mal llamada y agotada falsa revolución. En síntesis, la represión ha cobrado una dimensión inédita en Venezuela, el acoso es generalizado.
A los policías o mercenarios les dan aquiescencia para que hagan lo que se les antoje para sacar dinero extra, o sea pueden además de violar los derechos elementales de una persona, arrebatarle sus bienes personales o tasar una cifra en dólares para no llevarlos a prisión. ¿Las pruebas? Basta cualquier imagen o texto en sus móviles que los relaciones con la lucha opositora en Venezuela. Todo ese cuadro ha sido descrito con detalles por el Grupo de Determinación de Los Hechos de la ONU, así como por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA. Todos esos procedimientos encajan en un alarmante terrorismo de Estado.
Lo que está a la vista lo compara cualquier ciudadano con la pena que le aplican a una persona que se atreva a arrebatarle un móvil a un transeúnte. Inmediatamente es detenido y reducido a una cárcel para que purgue la pena correspondiente. En el caso de Maduro, la situación es de una dimensión colosal. Pretende apropiarse para siempre de un país. Le está robando la vida a miles de personas. Le esta arrebatando la ilusión a millones de ciudadanos, pretende quedarse con el destino de un país lleno de reservas petroleras, gasíferas, y de oro, entre otros recursos.
Maduro perdió ante los ojos del mundo unas elecciones en las que María Corina y Edmundo González compitieron en medio de una desventaja descrita por el panel de expertos de la ONU y por el Centro Carter. Sin embargo, aunque prácticamente todo el mundo sabe que fue derrotado y que, transcurrido casi un mes desde el pasado 28 de julio, Maduro mantiene escondidas las actas que revelan su fracaso continuista, el autócrata persiste en hundir a ese bravo pueblo en la miseria, lo mata de hambre y también a balazos, y todo lo ejecuta con el mayor desparpajo.
Ahora lleva adelante la judicialización de las actas, remata en su bazar de sentencias chapuceras todo el proceso electoral, promoviendo el despojo de potestades constitucionales asignadas a este poder. Constitucionalmente es a este ente al que le corresponde llevar adelante el proceso de votación, de escrutinio, totalización y proclamación del candidato ganador en esos comicios del 28J. Pero Maduro abusa y abusa, animado por la impunidad que le protege, y toca esa pieza y esa tecla que colocó en el Poder Judicial, figura más que comprometida con sus andanzas dictatoriales.
Pero no se va a salir con la suya. Resistiremos, haremos valer nuestra bien labrada victoria. Hay un liderazgo sólido y firme, una estrategia que está administrando inteligentemente los tiempos para mantener a flote esta épica que aún no ha llegado a su final.
*Para El Debate