Los detalles del plan que Roberto Lavagna prepara para Sergio Massa

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Superávits gemelos en el 2024 y reducir a menos del 50% la brecha cambiaria a diciembre del próximo año. Esas son las máximas irreductibles del plan económico que un equipo encabezado por Roberto Lavagna le está preparando en silencio (pero no tanto) a Sergio Massa.

La idea del candidato a presidente y el exministro de Economía de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner, es que, dependiendo de las circunstancias electorales (lo que digan las encuestas confiables para el oficialismo) ir mostrando lentamente las cartas del plan durante la campaña. Pero ir anunciando decisiones más profundas entre el 19 de noviembre y el 10 de diciembre, cuando todo debería ir instrumentándose con celeridad.

 
Lavagna trabaja con el equipo que acompaña a Sergio Massa desde que asumió el año pasado. Sin sorpresas, al menos por ahora, sus agentes de tareas son el viceministro Gabriel Rubinstein; el titular de Aduana y megamano derecha de Massa, Guillermo Michel; el jefe de asesores y responsable máximo en los tiempos de negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI); Leonardo Madcur; el secretario de Finanzas Eduardo Setti; el hombre del massismo en el Banco Central, Lisandro Cleri; y el titular del INDEC, Marco Lavagna.

A éstos podrá sumarse algún técnico especialmente habilitado por el tándem Massa- Lavagna. Pero hay algo juramentado. La explicación de sumar gente al equipo dependerá de que se pueda explicar al público en general, y a la coalición oficialista en particular (incluyendo el kirchnerismo) que se trata de algún economista o profesional necesario para cumplir una tarea. No para cubrir alguna repartición política. Esto incluye nombres en un largo listado como Guillermo Nielsen, Martín Redrado, Daniel Marx, Emmanuel Álvarez Agis, entre otros.

 
Ortodoxia y heterodoxia
La principal característica de lo que se está trabajando es cierta heterodoxia, pero sustentándose en una máxima de la ortodoxia que, Lavagna, en su momento aplicó a rajatabla en el momento de asumir responsabilidades en el Palacio de Hacienda, cuando a comienzos del 2002 debió volver de su rol de embajador ante la Unión Europea (UE) ante un llamado doble de Duhalde y Raúl Alfonsín.

Considera Lavagna que es indispensable que la próxima gestión económica, sin eufemismos y con un plan creíble, vaya a la búsqueda de al menos un equilibrio fiscal sólido y sustentable, y un superávit "crocante" de dólares en el Banco Central.

Lo primero puede ser medido en promesas cumplibles que se vayan efectivizando durante el primer semestre del 2024, pero que se basen en medidas realistas y concretas. Lo segundo es más urgente. Sabe Lavagna que si no comienza a mostrar rápidamente ingreso de divisas líquidas, contantes y sonantes en los primeros meses del próximo ejercicio, se expondrá a presiones cambiarias del mercado financiero y paralelo. De esas que hacen temblar las credibilidades del plan más mentado.

20 años no es nada
Lavagna recuerda sus primeros pasos en el Palacio de Hacienda en 2002, cuando aún resonaba la salida de Jorge Remes Lenicov, el hombre que pasó a la historia por haber ejecutado el plan de ajuste más feroz de la democracia, lo que lo llevó a deber renunciar a su cargo, pero que le dio a sus sucesores el plafón sólido para poder salir sin inflación de la post convertibilidad.

El exministro reconoce siempre la tarea de Remes Lenicov, y en la historia repite que fueron las medidas del duhaldista las que le permitieron lo más importante al comienzo de su tarea: que los ingresos fiscales superen a los gastos. Hubo una ayuda inevitable de un factor exógeno vinculado más a la capacidad de resiliencia de la Argentina y sus fuerzas productivas, a cierta fortuna en la elevación de los precios internacionales y a la licuación de pasivos, luego de la megadevaluación duhaldista.

Ese factor se llamó soja, cuyas exportaciones récord con precios internacionales irrepetibles y un gasto público licuado con el fin del uno a uno, le permitieron a Lavagna (junto con su prudencia fiscal y un manejo hiperprofesional creíble y serio del ministerio) forjar el último plan económico realmente exitoso que tuvo el país. 

Sabe Lavagna que las circunstancias ahora son diferentes, que no habrá un Remes Lenicov y que la soja milagrosa del 2002 no existe. Además, que el gasto público está en niveles récord contra el PBI. Por eso el Lavagna que trabaja en estos tiempos es más cercano al de fines de su gestión, cuando su relación de administración de la economía con Néstor Kirchner estaba en un punto terminal.

Caja única fiscal
Lavagna trabaja en medidas concretas para lograr la meta de un equilibrio fiscal en el 2024, con un inicio de tareas creíble para los actores económicos que mirarán al plan con un detenimiento cercano a una inspección de relojería. Lo primero que impulsará este plan será, tal como adelantó MDZ, es la "Caja Única Fiscal, aquella propuesta que lo terminó de enemistar con Kirchner y que resultó su Waterloo con la gestión kirchnerista de primera instancia.

Es una idea que a comienzos de 2004 Lavagna intentó aplicar, en medio de un gabinete donde ya había perdido gran parte de su poder de control de ingresos y gastos en manos del propio Kirchner y de lugartenientes del entonces presidente como Julio de Vido, ya mandamás del otrora poderoso Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios.

Roberto Lavagna, en los tiempos de Eduardo Duhalde, mantenía un control férreo de las cuentas públicas, garantizando desde el 2002 un superávit fiscal que a la postre se mantuvo hasta el 2005. Y que llegó en algún momento a proyectarse en un 3% del PBI. Un nivel que a los ojos actuales parece una utopía.

Cree el exministro y su gente, que para el 2024 habrá cuestiones que ayudarán, como una mejora en los ingresos con gastos algo congelados (e ingresos potenciados por la inevitable inflación), una inevitable actualización tarifaria y un mayor control general en obra pública; algo que el exministro siempre considera como una sangría evitable de recursos por efecto de la mala administración.

Pero que para que todo esto se consiga, es necesario que el control global del gasto, no sólo para la Nación, sino para las provincias, se controle 100% bajo la órbita del Ministerio de Economía. Y con un plenipotenciario poder de decisión de decir No.

En aquellos tiempos del kirchnerismo naciente, Lavagna lo definía como un "Vivir con lo nuestro Fiscal", basado en terminar con las "gerencias de gasto público" que comenzaban ya a nacer y desarrollarse en casi todos los ministerios. Lo que descubriría Lavagna más adelante, es que esas cuentas corrientes no obedecían a picardías contables y fiscales para potenciar disponibilidad de efectivo por los nuevos funcionarios del flamante kirchnerismo, sino que eran creadas y habilitadas por el propio Kirchner viene de una idea original del 2004.

Eran tiempos de inflación anual de 6% y de superávit fiscal de 3%, de un Lavagna poderoso y de un Kirchner en formación. Nunca pudo poner en práctica su idea, porque el propio presidente de entonces se lo impidió. Luego, tras la victoria legislativa del 2005, Kirchner tomó el poder total, y Lavagna fue invitado a renunciar. 

Lavagna le afirmó además a Massa que la vía del control fiscal, es más efectiva que la intención de avanzar en el Congreso con la reducción o eliminación de beneficios impositivos para sectores industriales y financieros. Ambos ya saben que las únicas dos cajas que quedan con suficiente como dinero para que tengan importancia fiscal en su demolición, son el programa de promoción de Río Grande, Tierra del Fuego, y las exenciones para mutuales y cooperativas.

No es políticamente viable que un gobierno de Sergio Massa pueda desmantelar ambos beneficios, con lo que la tarea debería dirigirse para otros costados. Están sobre la mesa ideas de mayor presión tributaria sobre Bienes Personales, ganancias de algunos sectores, generalización del impuesto a la Herencia ya aplicado en la provincia de Buenos Aires y alguna medida más, vinculada con la presentación de un plan de redistribución del ingreso que de efectivos resultados fiscales.

El exministro asegura que no habrá mayores problemas para lograr el equilibrio entre ingresos y gastos en el 2024. Y que si bien la meta del candidato del oficialismo de un superávit de 1% en el próximo ejercicio es algo exitista (probablemente en 2023 supere levemente el 2% cuando según lo pactado con el Fondo Monetario Internacional (FMI) debía limitarse al 1,9%; el próximo año será mejorada sustancialmente la meta de un déficit de 0,9% firmada por Martín Guzmán en aquel acuerdo ya algo caído de Facilidades Extendidas de marzo 2022.

La proyección lavagnista habla de un equilibrio en 2024. Y con eso, aseguran (y probablemente el mercado acepte y avale), será un ejercicio fiscal primario de misión cumplida.

Fuente: MDZ. Nota de CARLOS BURGUEÑO

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