Todo ocurre demasiado rápido. El tiempo, al menos en la Argentina, parece lanzado en una vorágine irrefrenable. En sólo un puñado de días el Gobierno pasó de golpearse el pecho y jactarse por el relativamente bajo índice de inflación de febrero a padecer una crisis política interna que siembra de dudas su futuro.
El Indec difundió que el Indice de Precios al Consumidor de febrero fue del 13,2%, lo cual acentúa la tendencia a la baja partiendo desde el 25,5% de diciembre –dato que le corresponde a la gestión de Alberto Fernández- y el 20,6% registrado en enero.
Fue, de alguna manera, una victoria pírrica. Es decir que el logro se obtuvo sobre la base de enormes pérdidas, de funestas consecuencias que en la realidad se leen a través del desplome del consumo, la caída de la actividad productiva y las incipientes suspensiones y despidos en materia de empleo. ¿Había otro camino para explorar? Tal vez sí.
La merma del proceso inflacionario tiene rasgos singulares puesto que se da en los números macro pero no hay persona alguna que sienta en su bolsillo que los precios amainan. Como lo indica el manual, al que Milei se aferra sin miramientos, la señal de precios se rige pura y exclusivamente por la oferta y la demanda. Y hoy nadie demanda.
¿Cómo se explica esto? El economista Lautaro Moschet, de la Fundación Libertad y Progreso, destaca el efecto positivo que tuvo sobre el proceso inflacionario el corte abrupto de la emisión monetaria. Luego agrega: “A pesar de ello, aún seguimos transitando meses muy duros en materia inflacionaria. Un factor importante se debe a que los precios regulados quedaron muy rezagados y se ven actualizaciones de gran magnitud.
Entre ellas se encuentran las tarifas eléctricas, el transporte público y prepagas. De hecho, si uno toma los últimos 3 meses, la inflación núcleo acumulada fue de 73% mientras que los regulados crecieron 85%”.
Y recalca: “Esto nos indica que está saliendo a la luz la inflación reprimida de los últimos años y se están normalizando los precios relativos. Aun sabiendo que marzo es un mes difícil, debido a que el factor estacional suele generar presión sobre el IPC, es posible que la tendencia a la baja continúe”.
Los indicadores marchan a la baja pero los precios en las góndolas parecen ser de titanio. Si ponemos el foco sobre el rubro Alimentos, uno de los más sensibles, según los datos oficiales en diciembre el alza fue del 29,7%; en enero del 20,4% -por debajo del índice general-; y en febrero del 11,9%. A la vista no hay dudas de la parábola descendente, aunque la cotidianeidad se empecine en contradecirlo.
El fenómeno dista de ser una sensación. Tan es así que el Gobierno dejó de lado su postura liberal de permitir que el mercado se acomode a voluntad y convocó a reunión urgente a los principales directivos de las cadenas de supermercados bajo el argumento de que “los productos de consumo masivo no reflejan la baja de la inflación”.
Como las respuestas parecen no haber convencido al ministro de Economía, Toto Caputo, pues entonces dieron vuelta la página del manual y avanzaron al siguiente capítulo: apertura de las importaciones para disciplinar los precios internos. La lista es larga.
Los alimentos a importar que no pagarán IVA adicional son carnes bovinas, porcinas, aviar y derivados; pescados y derivados; lácteos y derivados; huevos, hortalizas, legumbres, frutas, verduras, frutos secos y demás alimentos primarios, especias, cereales y sus derivados, oleaginosas y sus derivados, grasas y aceites, preparaciones alimenticias (pastas, salsas, panificados, confituras, enlatados), insumos alimenticios (extractos, concentrados, cacao), cervezas y bebidas sin alcohol.
A estos se suman productos de higiene personal como algodones e hisopos, desodorantes corporales, máquinas y espuma de afeitar, insecticidas de uso personal, jabón de tocador, pañales descartables, papel higiénico, pastas dentales, preservativos, productos para bebés, protección femenina, shampoo y acondicionador. En el rubro de limpieza se destaca: detergentes, jabón/detergente para ropa y suavizantes; y lavandina, limpiadores y unos 800 medicamentos.
Los empresarios del sector productivo pusieron el grito en el cielo porque deberán competir contra industrias que fabrican con costos menores mientras ellos soportan el peso de la carga tributaria nacional, provincial y municipal, además del complejo entramado de leyes laborales y la industria del juicio. Quienes vivieron la década del ’90 saben que esto, más temprano que tarde, se traduce en quebrantos y más desempleo.
Pese a todo, es difícil que los hombres de negocios encuentren en la sociedad un atisbo de empatía. Los consumidores, escaldados por los precios hirvientes, no olvidan la renta que cosechaban esos mismos empresarios cuando en una economía cerrada a las importaciones cazaban en el zoológico.
La lógica libertaria es clara. La señal de precios es el instrumento principal en el tablero de comando de esta maltrecha nave llamada Argentina. Durante la semana el periodista Chiche Gelblung entrevistó al presidente de la Nación, Javier Milei, y tras poner como ejemplo el incremento del 150% en el servicio de la medicina prepaga, le recriminó por haber liberado todos los precios juntos en un contexto “con salarios de Biafra”. A lo cual el jefe de Estado respondió: "No le responderá la demanda".
CRECIMIENTO
Era sabido y lo estamos viviendo: el primer trimestre de gestión iba a ser duro en materia de correcciones. Ahora también nos enteramos que el ajuste llegó para quedarse, al menos por un largo tiempo. Así las cosas, dicen los expertos que la economía podría llegar a diciembre con un índice de inflación fluctuando entre 0 y 5% mensual.
La cifra surge increíble para un país que padece desde largo tiempo –en realidad, casi toda su historia moderna- el azote de la inflación. El número despierta ilusiones. Pero como ya fue dicho, la otra cara de la moneda será la recesión y el desempleo. Con lo cual vale preguntarse: ¿cuán sustentable será este escenario? ¿Qué pasará cuando la economía empiece a crecer y estimule la demanda? ¿Volverán a saltar los precios?
Por lo pronto, ese parece ser un capítulo aún lejano. La nota de tapa del suplemento de Economía es un reportaje a Fausto Spotorno, economista de la consultora Orlando Ferreres y director de la Escuela de Negocios de la UADE. Allí el experto deja en claro que el crecimiento no forma parte de la primera fase del plan económico. Hoy los ejes son talar el déficit fiscal y sofocar la inflación, puesto que en la visión liberal y monetarista una cosa lleva a la otra.
Lanzados a pensar en el día en que la economía se ponga nuevamente en marcha, surge el interrogante de cuáles serán los motores que la harán crecer. Aquí los economistas no dudan: el driver serán las exportaciones, concentradas en el sector agropecuario, la minería y la energía. El consumo interno, dicen, tendrá que esperar.
El dato no es menor porque entonces podríamos tener un país sin inflación y con fuerte ingreso de divisas, una economía con saludables números macro y una población con poco empleo y empobrecida. Una sociedad cristalizada en la necesidad y el rebusque. Más adelante, estabilidad mediante, llegarían las famosas inversiones que podrían impulsar el empleo. Pero de esto ya hemos oído hablar muchas veces antes.
Los expertos entonces coinciden en que, como proyecta el gobierno, la economía impulsada por las exportaciones podría experimentar un fuerte crecimiento en V, un rebote inusitado, mientras que la recuperación del consumo interno seguiría la forma de la pipa de Nike, como una Jota levemente inclinada. “Tiene que empalmar el crecimiento macro con el crédito en el segmento micro para fogonear el consumo”, recalcan.
¿HASTA CUANDO?
Los ajustes económicos socavan el capital político. Lo sabe todo el mundo y ya lo está experimentando el gobierno libertario. Por ahora, buena parte de sus votantes resiste las estrecheces como una manera inevitable de ir hacia un futuro mejor. Pero el resto de la sociedad duda.
El último informe del Humor Social, elaborado por la consultora D’Alessio Irol, destaca que “la evaluación negativa de la situación económica actual bajó 3 puntos respecto de enero, pero se mantiene en niveles muy elevados (81%). El optimismo y el pesimismo se dividen en mitades: al tiempo que un 50% cree que la situación empeorará, un 47% sostiene que estará mejor”.
Y añade: “A casi tres meses de haber inaugurado su gestión, el gobierno de Javier Milei cosecha una aprobación del 43% y una desaprobación del 52%. Esto implica una caída de 7 puntos en la aprobación y un incremento de 8 puntos en la desaprobación en relación con diciembre de 2023”.
La inflación es el tema que más preocupa a los encuestados con el 87%, mostrando una leve tendencia a la baja en los últimos tres meses. Le siguen la incertidumbre económica (72%) y la inseguridad (63%). De los diez temas que los argentinos evalúan como más acuciantes, ocho corresponden a asuntos económicos.
La vicepresidente Victoria Villarruel encabeza el ranking de imagen positiva con el 53%. Le siguen Patricia Bullrich con el 48% y Diana Mondino con el 47%. Con respecto al mes pasado, la imagen negativa del presidente creció 4 puntos. He aquí, tal vez, una de las razones de esta crisis política interna que experimenta hoy La Libertad Avanza. Los números empoderan a la vice, la gestión desgasta la cara visible del presidente.
En medio del mayor ajuste fiscal de la historia nacional quizás los argentinos, la sociedad, la gente, el pueblo –póngale el nombre que quiera al colectivo-, aún los que rechazan el liberalismo, aún los que no siendo libertarios votaron a Milei, podrían mirar con ilusión el proyecto si vieran en el gobierno un equipo monolítico, un plan sin fisuras. No es precisamente lo que emergió en los últimos días con la tensión en torno al Senado.
Crisis entre presidentes y vicepresidentes hemos tenido muchas a lo largo del actual período democrático. Sobran los ejemplos. También las dudas. En el caso actual, ¿por dónde conectan políticamente un presidente libertario que desdeña al Estado y busca reducirlo a su mínima expresión, converso al judaísmo, con una vice del palo militar –hija de un comando veterano de la guerra de Malvinas-, que cree naturalmente en el rol del Estado y es católica?¿Existe en esa convivencia un proyecto político común y posible? Pronto lo sabremos.
*Para La Prensa