Por fin se hizo la luz en la ONU gracias a Milei y Bukele

POLÍTICA Zoé Valdés*
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Dos discursos muy distintos entre sí, aunque acordados al unísono en lo esencial, como una gran e inolvidable pieza musical para deleitoso instrumento, resonaron por fin luminosos y milagrosos en el recinto de Naciones Unidas (ONU), en Nueva York. Esos discursos fueron los de Javier Milei y Nayib Bukele. Cada uno en su estilo. El primero metódico mediante lectura y avanzando en su primer Gobierno, el segundo desde la memoria y los hechos contundentes que lo avalaron para un segundo mandato como presidente.

Ambos, con su particular proyección de futuro mediante la realidad que hoy gobiernan, cuestionaron el pasado reciente, otrora glorioso, de esa organización; lo hicieron sin griterías ni aspavientos. La serenidad primó en el estilo de ambos, dejaron claro que ese aplomo emana de la inteligencia y que será lo que marcará la trayectoria de sus mandatos. Y lo que debiera ser el trazado de cada gobernante en sus países.

«No soy un político», primera bofetada con guante de cabritilla proferida por el presidente argentino, frente a esa ralea de políticos inútiles y politiqueros cuya agresividad ha marcado una institución que se creó para la gestión y la paz. «Soy un economista», subrayó airoso, con un segundo guantazo con el dorso de la mano, dejando caer de tal modo que en el mundo en el que vivimos, tan necesitado de todo menos de políticos insulsos (los que más bien sobran), se debe empezar a pensar en que hay que ser algo más que simples políticos cuando se llega a la gestión política mediante elecciones democráticas. El objetivo de Milei no es ser político, es ser un buen gobernante para Argentina, sin dejar de ser el buen economista liberal que es.

Las cachetadas se multiplicaron frase a frase. Opiniones meridianas con relación a Israel, quien por obra y gracia de la maldad islamo-comunista ha pasado de ser el país agredido al modelo de genocida que necesitan las masas acéfalas e instituciones plagadas de miserables como la ONU para desatar su ira y su maldad, redirigiéndolas hacia sus objetivos que no son otros que la decadencia y la destrucción de Occidente.

Lo mismo con relación a Ucrania, país invadido y conducido a una guerra por uno de los dignatarios —pude haber escrito jerarca— de los países RIC (Rusia, China, India) y esa pretendida multipolaridad que anhelan imponer los izquierdosos y los timoratos. Javier Milei no las teme porque no las debe, esa es su principal ventaja, habló en el gran salón de la ONU, como mismo ha hablado siempre, como si sus interlocutores tuvieran su mismo nivel, lo que significa un tratamiento muy respetuoso para esos oyentes.

Con Milei habló Argentina y habló el mundo. Denunció a la tiranía de Cuba y a la dictadura de Venezuela, hay que agradecerlo. Con Milei habló la vida frente a la muerte, habló la libertad frente al mundanal 'pobrecismo' de las élites totalitarias. Sí, tuvo que llegar y presentarse otro argentino, el bueno, para borrar el discurso repleto de abusos, homicidios y fusilamientos de aquel argentino, Che Guevara, el malo.

Milei borró de un plumazo cualquier vestigio en la memoria colectiva de aquella arenga matona del Che, décadas atrás en ese mismo recinto, en el que invocaba su perenne sed de sangre. Con Milei la verdad sustituyó a la mentira, la vida se coronó con sus palabras muy por encima de la sombría decadencia degollina de la destrucción del ser, del espíritu, de la humanidad. Milei significó a la existencia de la sabiduría mediante ideas y no consignas. Porque el poder de la palabra posee su culmen en la oratoria, y porque orar es saber.

Nayib Bukele se centró más en su país, El Salvador, su intervención no fue leída (confío más en lo escrito) y, sin embargo, resultó asombrosa. De un plumazo puso al mundo delante de su propio espejo, con tan sólo referirse a su país como aquel al que apenas unos pocos podían antes situarlo en un mapa, pues no conocían más que la violencia ejercida por las 'maras', y cuya percepción ha cambiado radicalmente mediante una política de pacificación a través la eliminación de las bandas criminales.

Recordó que algunos argumentaban que él había encarcelado a miles, pero que para esos él tenía la respuesta: en verdad había liberado a millones, a todo un pueblo, devolviéndoles la tranquilidad de la que en la actualidad el llamado «mundo libre» no puede precisamente vanagloriarse, de la que carecemos. Aplausos de pie, porque lo soltó muy calmado a sólo pocos metros y en el corazón de una ciudad que se muere, que de la Gran Manzana que fue sólo queda la podredumbre provocada por el abandono de sus gestores.

Nayib Bukele hizo también borrón y cuenta nueva, de un tajo tumbó aquel discurso tan celebrado del orate Fidel Castro en pasados años, ahí mismo, en el que se refirió demagógicamente a los niños que en el mundo no tenían un pedazo de pan, cuando en Cuba los niños tampoco tenían, ni tienen sesenta y cinco años más tarde, un bocado de pan y mucho menos el sueño de un vaso de leche que ellos mismos prometieron, sobre todo su hermano Raúl Castro.

Bukele, quien debiera rectificar sus erradas opiniones sobre la seguridad, la educación y la salud castristas, evidenció que un pequeño país puede vivir de sí mismo, de un buen Gobierno, justo, honesto, sin tener que ir por el mundo mendigando mediante el uso de un supuesto bloqueo norteamericano que ni siquiera existe. Bukele precisó con la corroboración de su diligencia que el único bloqueo de un país mal gobernado, de un estado fallido, de una tiranía, radica en la existencia de la tiranía que conduce a ese país al abismo.

No quepa dudas, por fin la ONU vibró con la oratoria de esos dos grandes gobernantes que hablaron por todos, para mujeres y hombres, porque para que alguien hable por mí si son hombres tienen que ser como ellos; y si son mujeres debieran reencarnar en Margaret Thatcher y Golda Meir. Cualquiera no debiera hablar por nosotros.

*Para El Debate

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