Pobreza del 52,9% y la Solución Adorni: sentarse a esperar

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Los datos duros indican que, a fines de junio, 24,9 millones de personas eran pobres en la Argentina de Javier Milei: el 52,9% de la población. Hay que remontarse a 2003 para encontrar una situación peor. Dentro de esa multitud, 8,5 millones –18,1%– vivían en la indigencia, sin acceder siquiera a la canasta básica alimentaria.

Dos de cada tres menores de 14 años –66,1%– eran pobres y a más de uno de cada cuatro –27%– la panza les hace ruido todas las noches.
 
El panorama en los principales centros urbanos era, si cabe, aun más preocupante: el Gran Resistencia ranqueaba primero en el podio de la desolación, con un espeluznante 76,2%, y registraba 38,6% de indigencia; mientras, el conurbano bonaerense, la clave de la calma que exista o falte en la Plaza de Mayo, registraba 59,7% y 22,7%, respectivamente.


Según el Ministerio de Capital Humano, todo va fenómeno, pero, aún sin proyecciones listas para divulgar, especialistas consultados por este medio contaron que, en el mejor de los casos, la pobreza se consolidó en estos niveles elevados entre junio y el presente.
El cuadro completo implica que hay más compatriotas pobres que no pobres y que la clase media –el "sueño argentino"– está en vías de extinción.
¿Alerta 2001? No parece, porque las diferencias son importantes –hoy no hay un corralito–, pero los dos hechos mencionados tienen impactos profundos en términos de modificación de subjetividades, en los estados de ánimo colectivo y en la relación –con pronóstico de ruptura– de las mayorías con la política democrática.

Las actitudes del Gobierno no llaman precisamente a la calma ante la crisis social que fermenta.

En momentos en que destina millones de pesos a encuestas que le aconsejan hacer lo contrario de lo que termina haciendo, el Presidente se comporta con la desaprensión de "un dios en edad de jugar".

Mientras Yuyito González le tiraba piropos por televisión y al cabo de una jornada en la que atajó los comentarios sobre su vuelo desinteresado sobre el fuego de Córdoba y se convirtió en un trol difusor de fake news –antes se decía "mentiras"– capaces de irritar al hasta ahora fiel electorado de esa provincia, recibió en la Casa Rosada, casi al mismo tiempo en que el INDEC daba la peor noticia, a la espléndida residente fiscal en Uruguay Susana Giménez.

Se dijo "casi al mismo tiempo". Perdón, es un error: fue exactamente a la misma hora, a las 16.

Algún cráneo comunicacional de la ultraderecha debe haber pensado que la presencia de la Diva podría ser un distractivo ideal. Ojo: lo que hoy se pergeña como una picardía, mañana puede ser percibido como una provocación.

De Alberto Fernández a Javier Milei: tomala vos, dámela a mí

Aunque para Milei todo se debe a "la herencia recibida", el desastre le estalla en las manos: la pobreza saltó 11,2 puntos porcentuales desde diciembre y 12,8 en un año. Más, el propio INDEC reveló que "la distancia entre los ingresos de los hogares pobres y la canasta básica total aumentó respecto del segundo semestre de 2023". Traducido: no sólo hay más, muchos más pobres, sino que ahora son más pobres que antes.

Alberto Fernández había dejado el indicador en diciembre en el 41,7% y el de indigencia, en 11,9%. El peronista, por su parte, culpa a la pandemia, a la guerra en Ucrania y a la sequía de su último año, pero no, no fue sólo mala suerte.

Antes de ellos, con Mauricio Macri, el flagelo ya superaba el 35% y en tiempos de Cristina Fernández de Kirchner, tras una reducción meritoria, se encontraba enmascarada por el INDEC y amesetada por el impacto de una política económica que estrangulaba el crecimiento.

Citando al sociólogo brasileño Helio Jaguaribe, Eduardo Duhalde solía decir que Argentina estaba "condenada al éxito", pero que para que ese designio se cumpliera, debía acumular por lo menos tres buenas presidencias seguidas.

Al final, por la evidencia en contrario, se puede decir que tenía razón. Para dimensionar en qué medida Milei agravó el drama recibido de Fernández, cabe recordar que su antecesor inmediato había dejado a 12,3 millones de compatriotas en la pobreza. El actual presidente incrementó esa cantidad en un 27,64%. En tanto,en número de indigentes, el aumento fue del 54,28%. Notable: semejante estampida se produjo en apenas seis meses.

La masificación del hambre –anticipada largamente en los territorios por responsables de comedores que, hay que recordar, se quedaron sin provisión por la contumacia de Sandra Pettovello– ocurrió a pesar del refuerzo de la Asignación Universal por Hijo (AUH) y la Tarjeta Alimentar. Como esta asistencia efectivamente creció, corresponde preguntarse por las políticas que, pese a eso, explican el estallido de la miseria.

¿Qué hizo Javier Milei? ¿Qué hará?
Cada uno de los presidentes mencionados tiene las responsabilidades del caso; la de Milei radica en la elección de un haz de políticas específicas para salir del régimen de megainflación armado por el último peronista. A un problema, escogió una respuesta determinada que, más que la tendencia al alza de la pobreza, explica su dimensión.

No se puede soslayar que Milei decidió en diciembre una de las mayores devaluaciones de la historia: 54%. Esto equivalió a un salto del billete verde del 118%.

¿El tipo de cambio estaba atrasado? Sí, pero la cuantía de la depreciación de la moneda nacional fue una decisión, algo que puede afirmarse no solamente porque así lo reconoció el propio mandatario en su momento, sino porque se dio dentro del cepo, es decir dentro de un marco controlado por el Banco Central.

Ya en aquel momento numerosos observadores calificaron esa medida de desmesurada. Sin embargo, tenía una lógica: el fogonazo inflacionario que provocó –un fenómeno llamado passthrough, archiconocido, pero que Milei suele negar– fue la llave que le permitió licuar jubilaciones, salarios en el sector público, depósitos en moneda local y pasivos del Banco Central. Todo, en aras del ajuste perpetuo.

Así, el IPC del 25,5% de diciembre, del que el actual gobierno no se hace cargo, es tanto producto de lo que habían dejado Fernández y Sergio Massa como de lo obrado por el nuevo jefe de Estado.

En paralelo, Milei estableció una radical modificación de los precios relativos. Dólar alto –al inicio, luego erosionado por la propia inflación, al punto que hoy ha retornado prácticamente a su nivel previo a la devaluación–, salarios y jubilaciones pulverizados ex profeso, tarifas en impactante alza y servicios totalmente desregulados en educación y salud privadas, así como en telecomunicaciones y otros rubros. Cabe recordar las pataditas de Toto Caputo contra las prepagas, fugaces y falaces, tanto que la diferencia que se les ordenó devolverles a los clientes se hizo en cómodas cuotas erosionadas por la inflación, y que hoy no existe autoridad alguna que regule nada en esa materia.

Milei se declara anarcocapitalista, pero el Milei realmente existente es un hombre que se permite todo el intervencionismo que considera necesario: persistencia del cepo, reducción forzada de los tipos de cambio paralelos, rechazo a la homologación de paritarias libres…

En síntesis, su programa no es ni ortodoxo ni heterodoxo, sino que se define simplemente por la búsqueda de maximizar las ganancias de los sectores empresariales más concentrados a expensas de las mayorías.

Lo dicho no implica bondad o maldad, sino proyecto. Para el Presidente, la economía ya no debe crecer por el empuje de la demanda, sino por el de la inversión. Lo que es un misterio es cuál sería para él el driver que estimulara a los empresarios a enterrar dinero teniendo en cuenta que el mercado doméstico seguirá estando entre fresco y frío y el exterior, limitado por un tipo de cambio no competitivo, al menos en tanto el mercado financiero no haga tronar el escarmiento. Lo que queda es lo que explicó el rebote –mes a mes– de la actividad en julio: el de los sectores primarios y extractivos, avaros en la creación de puestos de trabajo.

La resistencia del Gobierno a cambiar el rumbo para revertir el deterioro social encuentra un precedente reciente en el veto a un magro aumento de las jubilaciones y, en estas horas, un caso testigo.

En medio de un conflicto salarial grave con docentes y no docentes de las universidades nacionales y cerca de aplicarle otro veto a la recientemente aprobada ley de financiamiento, intentó frenar la huelga en curso y la protesta prevista para el 2 de octubre con una oferta de aumento del 6,8% para el mes que viene. La propuesta fue rechazada: esos ingresos se ajustaron nominalmente entre noviembre del año pasado y julio último 58,2% frente a una inflación que acumuló 154%. Sin salario, ¿hay lucha contra la pobreza?

En todo lo mencionado radican las decisiones de Milei que, sumadas al desaguisado del gobierno del Frente de Todos, explican el drama actual de millones de familias. Y habrá más: Federico Sturzenegger dijo que el ajuste recién comienza y habló de la inminencia de deep (profunda) motosierra". En tanto, voceros oficiosos buscaban despejar, en la noche de este jueves, la versión de que la renuncia del ministro de Salud, Mario Russo, se debe a una pelea por recursos.

Si lo anterior explica en alguna medida qué se hizo, cabe preguntarse –en medio de la desesperación de los movimientos sociales y de la Iglesia– qué se hará.

El silogismo de Manuel Adorni
Mientras el país llora sobre la leche –literalmente– derramada, hay que decodificar el discurso del Gobierno, en el que habita una cierta lógica, por llamarla de algún modo, expresada inmejorablemente por Manuel Adorni.

El vocero presidencial dijo el 13 de agosto que, para el Gobierno, "la inflación es un tema que, desde lo técnico, está terminado porque hicimos todo lo que había que hacer para solucionarla".

Este jueves, antes de la divulgación del índice, señaló que "la mejor manera de luchar contra la pobreza es, primero, luchar contra la inflación".

Traducción:

Primera premisa: al eliminar el déficit fiscal y la emisión monetaria, el Gobierno ya hizo todo lo necesario para liquidar la inflación.
Segunda premisa: la eliminación de la inflación –técnicamente concretada– es condición necesaria y suficiente para la reducción de la pobreza.
Conclusión: lo único que hay que hacer para que la pobreza desaparezca es sentarse a esperar.

CON INFORMACION DE LETRAP

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