Todos queremos la paz. ¿O no?

INTERNACIONALES Antonio López-Istúriz*
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La realidad nos abre los ojos y nos muestra que la paz no es el objetivo de todos, porque hay quienes viven del conflicto, por y para el conflicto. Y por ello boicotean cada oportunidad real que surge de lograr una paz duradera cada vez que surge.

El conflicto entre Israel y Gaza ha sido uno de los más prolongados y complejos en la historia contemporánea. A lo largo de las décadas, la escalada de violencia ha tenido profundas repercusiones no solo para las partes involucradas, sino también para la estabilidad de la región y del mundo.

Como presidente de la Delegación para las Relaciones con Israel en el Parlamento Europeo siempre repetí un mantra: la paz duradera en Oriente Medio requiere de dos condiciones esenciales.

La primera es la normalización de las relaciones entre Israel y los países árabes basada en un reconocimiento del derecho de Israel a existir y de su rol esencial de contención del régimen teocrático iraní, el principal actor desestabilizador en Oriente Medio.

La segunda es que esa normalización, y la prosperidad que de ella resulte, pueda ser compartida con el pueblo palestino, un elemento esencial para la contención de Hamás y otros grupos terroristas en la región.

Todavía me acuerdo del optimismo que se respiraba al principio de aquel otoño de 2023, cuando los Acuerdos de Abraham demostraban que estos objetivos eran alcanzables. Y por eso tuvimos el 7 de octubre, una masacre necesaria para aquellos que no quieren la paz, porque su existencia depende de la continuidad del conflicto.

Tan solo unos días después de la masacre, viajé a Israel para observar con mis propios ojos la dimensión del ataque terrorista. Jamás podría traducir en palabras lo que viví en los kibutz Be'eri y Nir Oz. La brutalidad de los ataques contra civiles totalmente indefensos, incluidos niños, mujeres y personas mayores es algo totalmente injustificable. El secuestro de centenares de civiles, incluido un bebé.

En aquel momento me quedó claro que fue un punto de inflexión, y que los próximos meses serían de intenso sufrimiento tanto para israelíes como para palestinos.

La tragedia humana que ha desencadenado el 7 de octubre es inconmensurable: las muertes de miles de civiles, la destrucción de miles de viviendas, la situación humanitaria a la que se vio sometida la población gazatí, el sufrimiento de las familias de los rehenes.

Especialmente deplorable es la actitud de algunos actores políticos en todo el mundo (y de manera muy evidente en España) que, por sesgo ideológico, antisemitismo, o cínico oportunismo se negaron a condenar los ataques terroristas perpetrados por Hamás, demonizando la imagen del pueblo judío, y, de manera irresponsable, instrumentalizando la cuestión del reconocimiento del Estado palestino sin un debate serio, tan solo con el objetivo de obtener rédito político.

En el Parlamento Europeo tuve la responsabilidad de actuar como negociador de las dos primeras resoluciones aprobadas tras los ataques, y recuerdo las complejas discusiones que hemos tenido con los diferentes grupos parlamentarios (con excepción de la extrema izquierda, que incluye a Sumar y Podemos, que se negaban a participar en los debates) para buscar un lenguaje constructivo, que pudiera aportar a soluciones políticas en un contexto tan complejo.

Así hemos logrado acordar textos equilibrados y apoyados por una amplia mayoría del arco político europeo sobre el derecho de Israel a existir, la necesidad de eliminar a Hamás, la importancia de unas pausas humanitarias que pudieran aliviar la situación de la población civil gazatí sin convertirse en un balón de oxígeno para los terroristas de Hamás, el rol nefasto de Irán y sus proxies en Gaza, Yemen, Líbano, Irak y Siria para la posibilidad de una paz duradera en la región.

El acuerdo anunciado hace algo más de una semana, que permite un alto el fuego, el regreso de los rehenes secuestrados por Hamás a Israel y el incremento de la ayuda humanitaria a la población en Palestina es, en esencia, un llamado a la paz. Sin embargo, su efectividad está íntimamente ligada a las condiciones que lo preceden y a las que lo seguirán.

Para que tal acuerdo sea sostenible, es fundamental que se establezcan mecanismos de confianza entre las partes. Esto incluye la desmilitarización de grupos extremistas en Gaza, la protección de civiles, la mejora de las condiciones humanitarias y también un lenguaje de ambas partes que sea compatible con el objetivo de alcanzar la paz.

Asimismo, no se puede ignorar el papel que juega Irán en este conflicto. Ha sido un actor clave en la financiación y el armamento de grupos como Hamás, lo que ha perpetuado la violencia y dificultado la búsqueda de una solución pacífica. A través de la financiación y el apoyo logístico a grupos terroristas, Irán busca expandir su hegemonía y desafiar a actores como Israel y Arabia Saudí.

Esta dinámica no solo desestabiliza a Israel, sino que también tiene repercusiones en la propia seguridad de Europa. La llegada de refugiados, el aumento del terrorismo y la radicalización, el apoyo a Putin en la injustificable invasión de Ucrania son solo algunas de las consecuencias que pueden derivarse de un Irán fuerte y agresivo.

Desde la perspectiva de la Unión Europea, es fundamental adoptar un enfoque coherente y firme frente a la amenaza que representa Irán. Debilitar al régimen iraní es una tarea fundamental que requiere un enfoque coordinado y firme, mientras que la cooperación con Israel en materia de seguridad es esencial.

Este alto al fuego es una buena noticia, pero es imperativo que no caigamos en la trampa de la complacencia. La historia nos ha demostrado que los altos al fuego pueden ser efímeros si no se acompañan de cambios estructurales. Cualquier acuerdo que se alcance debe ser monitoreado de cerca para asegurarse de que no se convierta en una simple pausa en la violencia. La vigilancia internacional y el compromiso de los países occidentales son cruciales para asegurar que el alto al fuego se traduzca en una paz duradera.

La Unión Europea es la prueba viva de que esto sí es posible: de que pueblos antes beligerantes pueden establecer una dinámica constructiva, de respeto mutuo y de intereses comunes que les permita trascender un pasado de conflicto.

 

Antonio López-Istúriz es diputado del Partido Popular en el Parlamento Europeo *Para El Debate

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