Hoy comienza una nueva era en la Argentina

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Los anuncios del viernes 11 constituyen la medida más arriesgada y más trascendente del gobierno de Javier Milei desde diciembre de 2023. Se trata de una jugada, que contiene una buena dosis de sorpresa: el levantamiento del cepo es más contundente y la disponibilidad de fondos frescos es mayor que lo que se esperaba. También es cierto, que los anuncios se realizan con un contexto internacional mucho menos favorable que el de hace algunas semanas atrás. Por lo que la sorpresa es bienvenida, ya que la contundencia de las medidas no es ajena al contexto en el cual se toman. Entre las alternativas que se barajaban, la que aparecía como más probable terminó siendo la elegida: el nuevo régimen consistirá en una flotación con bandas de intervención.

Las ventas sistemáticas de reservas de parte del BCRA, que el viernes ascendieron a US$ 398 millones (una de las tres cifras más altas desde que asumió el actual gobierno) y el 3,7% de inflación de marzo, independientemente de los anuncios posteriores, marcaban una suerte de final anunciado de la etapa II de la estabilización arrancada en julio pasado. A partir del lunes con el final del cepo y de la mayoría de los controles cambiarios y la implementación del nuevo régimen arrancamos entonces la denominada tercera (y última?) etapa de la estabilización.

Según el comunicado oficial del BCRA, se establece una banda de flotación entre AR$ 1.000 y AR$ 1.400, con una ampliación mensual del 1%. Dentro de esos límites, el tipo de cambio flotará libremente, aunque el BCRA podrá intervenir para acumular reservas o moderar episodios de volatilidad interviniendo también dentro de la banda. En los extremos, se compromete a comprar divisas en el piso (sin esterilizar la emisión) y vender en el techo (absorbiendo pesos). Además, se elimina el dólar blend, se levantan las restricciones cambiarias a personas humanas, se habilita la distribución de utilidades a partir de 2025, y se flexibilizan los pagos por comercio exterior. El marco de política monetaria se mantiene sin emisión para financiar el déficit (Milei anunció incluso un incremento en el objetivo de superávit primario) ni los pasivos del BCRA.

Para darle sustento al nuevo régimen, el Gobierno anunció que contará con US$ 20 mil millones de un nuevo acuerdo con el FMI, de los cuales US$ 15 mil millones serán de libre disponibilidad este año. A eso se suman US$ 6.100 millones de otros organismos internacionales y hasta US$ 2 mil millones de ampliación del repo con bancos globales. El potencial total de refuerzo de reservas líquidas asciende entonces a US$ 23.100 millones.

Con este respaldo en divisas de por medio, el BCRA recupera parte del poder de fuego perdido en los últimos meses. Las reservas netas podrán volver a terreno positivo a medida que ingresen los desembolsos y siempre que el techo de la banda no resulte sistemáticamente desafiado. De todas maneras, no hay que perder de vista que una parte de las reservas líquidas adicionales deberán utilizarse para hacer frente a vencimientos de deuda en dólares en poder del sector privado por US$ 4.350 millones y pagos pendientes con Organismos Internacionales por US$ 5 mil nillones.

Bandas de flotación: lo que dice la teoría y muestra la práctica. Las bandas de flotación consisten en permitir que el tipo de cambio se mueva libremente dentro de un rango previamente establecido por la autoridad monetaria. Dentro de esos límites –un piso y un techo–, el valor del dólar es determinado por el mercado, pero si amenaza con perforar esos extremos, el Banco Central interviene (comprando o vendiendo divisas) para mantenerlo dentro de la franja. Como dijimos arriba, el BCRA se reserva la posibilidad de comprar y vender dólares dentro de la banda, en función de sus objetivos de acumulación de reservas y en casos de una volatilidad inusual. Se trata de una variante al régimen tradicional de bandas cambiarias, porque éstas son una forma de limitar la discrecionalidad (ya que las intervenciones son previsibles sólo en el piso y en el techo de la banda).

Desde el punto de vista teórico, las bandas se presentan como una solución intermedia entre la rigidez de un tipo de cambio fijo y la volatilidad de una flotación pura. Pueden servir para una transición ordenada hacia un régimen más flexible, preservando cierta capacidad de amortiguación ante shocks externos, y, al mismo tiempo, evitando un “ancla cambiaria” como única herramienta anti-inflacionaria.

Entre los beneficios que se suelen atribuir a este tipo de régimen están: (i) la posibilidad de evitar sobresaltos bruscos en la cotización sin comprometer todas las reservas del Banco Central, (ii) la ganancia de tiempo, mientras se consolida un proceso de desinflación y se ancla la expectativa de precios, y (iii) la flexibilidad para acomodar el tipo de cambio ante shocks reales o financieros, sin renunciar al control macroeconómico (algo muy importante en este escenario de fuertes turbulencias globales).

El riesgo más relevante es su potencial arbitrariedad: el piso y el techo no emergen de una regla conocida, sino que son definidos por la autoridad monetaria. En la práctica, las bandas deben lidiar con los mismos desafíos de la fijación cambiaria. Elegir el nivel adecuado para la banda demanda no quedarse demasiado cortos, en niveles que no resuelvan la apreciación real y sean rápidamente desafiados; ni irse demasiado largos, a niveles que comprometan innecesariamente la desinflación (aunque algo de over-shooting puede ser deseable las bandas tienden a limitarlo).

En un contexto como el argentino, donde la confianza se construye con mucha dificultad y se pierde con rapidez, el régimen cambiario elegido importa, pero importa aún más la percepción que se tenga sobre su permanencia. Por lo tanto, más allá de la definición técnica, el desafío es de credibilidad narrativa: lograr que el nuevo esquema no se vea como una rectificación forzada, sino como una evolución coherente del plan económico. Algo que el ministro se esforzó por mostrar en la conferencia de prensa durante la que se hicieron los anuncios y que debería mantenerse en los próximos días.

En tal sentido el levantamiento del cepo es clave a la hora de transmitir que el nuevo régimen cambiario tiene vocación de permanencia, aun cuando las bandas de intervención no convenzan por completo o se critique el nivel elegido para su techo y piso o luzcan un mecanismo algo opaco o discrecional. No es trivial, para su credibilidad, que el nuevo régimen se diferencie marcadamente del régimen actual –marcado por múltiples tipos de cambio y restricciones cuantitativas de todo tipo–, ya que eso le confiere un mayor potencial para anclar expectativas y evitar sospechas de transitoriedad.

Ahora bien, a pesar de la afirmación del Presidente Milei en su cadena nacional del viernes, es prematuro declarar cerrada la etapa de saneamiento macroeconómico. El levantamiento del cepo marca un hito clave, pero la consolidación de la estabilización requiere avanzar en una agenda de reformas que aborden los nudos estructurales que traban el crecimiento: la modernización laboral, la reforma tributaria y de las relaciones fiscales con las provincias, la reforma previsional y un marco legal que mejore la eficiencia del gasto público en todos los niveles de gobierno. Es cierto que el contexto político no ayuda. Pero si no se puede legislar, se puede al menos señalar un rumbo, construir acuerdos básicos y generar condiciones para que esas reformas estén listas cuando el ciclo político lo permita. Lo que no puede hacer el Gobierno es congelar la agenda o relegarla a un futuro incierto, justo cuando una estabilización duradera está más al alcance de la mano que nunca.

Con información de Perfil

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