“La justicia es como las serpientes…sólo muerde a los descalzos”

OPINIÓN Heretz NIVEL
justiciaCiega

Siempre he creído que el Sistema Republicano de Gobierno es, al menos hasta ahora, el que mejor se adapta a nuestra idiosincrasia como nación y que, por lógica consecuencia de su instrumentación, la separación e independencia de Poderes es la garantía más importante con la que cuentan los ciudadanos para vivir en una sociedad justa, libre y soberana.

 

Nuestra historia política nos ha mostrado que, aún en aquellos períodos en los que tuvimos gobiernos de facto, el único Poder del Estado que ningún dictador se animó a disolver fue el Poder Judicial. Esto último, sumado a mi formación jurídica, me ha llevado a pensar que, si bien los tres Poderes tienen, por mandato constitucional, el mismo rango, el Judicial es, en la práctica, el que resume en sí mismo el valor de lo “justo”, aquello que hace posible que podamos vivir en sociedad, que seamos capaces de interactuar con nuestros semejantes, dentro de un estado armónico que le impone límites al derecho de cada uno, que bien es sabido termina dónde comienza el derecho del otro.

 

Asimismo, sabemos que sin justicia no hay democracia, pero también que el poder, ya sea el político o el económico, lucha a muerte para ponerla a su servicio. Es una vieja historia. La humanidad ha intentado sin éxito todo tipo de soluciones, tal y como ponen de manifiesto las representaciones de la justicia, pero no parece que hayamos avanzado mucho.

 

En las primeras imágenes de Egipto, Grecia y Roma, aparece la justicia con los ojos bien abiertos dando a entender que tiene que verlo todo, incluso las intenciones más recónditas de cada cual. Fueron siglos de confianza ciega en la justicia hasta que se dieron cuenta de que ésta veía a medias. Como sólo tenía ojos para determinados intereses, mejor vendarla para dejar claro que no se enteraba de nada. Hay un grabado de Durero, ilustrando el libro “La nave de los necios” de Sebastián Brant (1494) donde aparece alguien, precisamente un loco, poniendo por primera vez la venda a la justicia para denunciar un tiempo poblado de picapleitos que colapsaban la justicia; también de jueces corruptos, abogados incompetentes y juristas que habían convertido la justicia en un zoco. Dice José María González, autor de un libro imprescindible sobre estos temas, “La mirada de la justicia”, que esta obra fue el primer “best seller” de Europa.

 

Pero la justicia no se podía dejar en manos de los locos así que los más sensatos pensaron que la venda debía cambiar de significado y pasar a ser símbolo de la imparcialidad. Aparecen entonces en los palacios de justicia esa imagen conocida de una bella señora con los ojos vendados, sosteniendo con una mano la balanza y empuñando con la otra la espada que representa la fuerza dispuesta a defender la independencia del juez. El cambio de imagen no sirvió de mucho porque, como decía Mandeville, el autor de “La fábula de las abejas”, escrito en el año 1705, (cuyo subtítulo es “vicios privados, virtudes públicas”) la justicia aunque ciega, no carece de tacto y, si se la unta de oro, se inclina a voluntad del pagador.

 

A esas alturas de los tiempos, ni con venda ni sin ella. Hay grabados de la época barroca que representan a la justicia con una gasa transparente de suerte que vea lo suficiente para enterarse de lo que pasa pero no tanto que la visión la impida ser imparcial. No debió de funcionar porque enseguida aparecieron imágenes de la justicia tuerta o disfrazada de prostituta ofreciéndose descaradamente al mejor postor. Saavedra Fajardo, autor de “Empresas Políticas”, un libro editado en 1640 para educación de príncipes, expone la idea de que las salas de justicia tienen que tener una mirilla discreta desde la que el soberano pueda vigilar si los jueves imparten justicia en su nombre, es decir, a su servicio o no. Existen, aún hoy, países como España, que por su cultura católica todavía no ha sacado a la justicia de las iglesias; y dan en el clavo al colocar la justicia a los pies del poder. Hay que reconocer que se ha intentado de todo. Los revolucionarios franceses, hijos del siglo de las luces, no quería justicias ciegas sino guiadas por la luz de los nuevos tiempos. Los alemanes, sin embargo, preferían una alianza entre la justicia ciega y el ojo solar de la ley que todo lo ilumina.

 

La autoridad de la justicia es indiscutible. Sin ella no hay sociedad que se sostenga, pero le cuesta ser independiente, imparcial, haciéndose cargo por igual de todas las injusticias. El peligro viene de los que quebrantan la ley y también de los que la administran. Revisando las representaciones de la justicia a lo largo de los siglos llega uno a la conclusión de que la relación entre justicia y poder se parece a la que hay entre policías y ladrones. Los malos siempre están por delante. Si dibujamos a la justicia con los ojos abiertos para que vea bien las injusticias, los malos consiguen que sólo mire sus intereses; si le ponemos la venda para que sea imparcial, ellos consiguen que la venda sirva para no enterarse de nada.

 

Además de lo ya mencionado, cabría agregar que en muchas ocasiones, muchas más de las que es posible imaginar, el verdadero poder no se encuentra en la cabeza de quien lo ejerce simbólicamente, aunque ostente todos los atributos con que la ley lo inviste, sino que se posiciona por encima, generalmente operando en las sombras, pero con fuerza suficiente como para hacer de las suyas a su gusto. Y, justamente es aquí en dónde la Justicia, como mayúsculas, como valor y como pata indispensable del Sistema Republicano debe actual como último garante de cualquier ciudadano, tanto del más pudiente como del que se encuentra en estado de indigencia, para que la frase de Eduardo Galeano que reza: “la justicia es como las serpientes…sólo muerde a los descalzos”, sea sólo eso, una frase y no una realidad.

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