El trío pandemia piensa en la Casa Rosada, Macri surfea pero se distingue de Larreta

ACTUALIDAD Ricardo Kirschbaum
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El Presidente podría escribir un gran best seller político explicando cómo rifar el 80 por ciento de aprobación y, aun así, postularse para ser reelecto. Fernández ha demostrado que tiene un alto concepto de sí mismo aunque los hechos en que se debería basar esa creencia lo desmientan de manera fulminante. Esa soberbia no es exclusiva de Fernández sino que está bien arraigada en la exclusiva cúspide del oficialismo. La declinación es evidente. La fractura en el Senado, dominio de Cristina, hizo perder el invicto del peronismo en el Senado desde 1983. Otro signo y otro síntoma del síndrome de debilidad que embarga al Frente de Todos. 

¿Quién no recordará aquellas clases magistrales de salud pública comandadas por Alberto Fernández, con Horacio Rodríguez Larreta a su derecha y Axel Kicillof a su izquierda (detalles estudiados por el “equipo de comunicación” del que ningún político puede prescindir)?

Hoy, aquel trío pandemia sigue en los primeros planos, pero en situaciones muy diferentes, aunque los tres, cada uno a su manera, se anotan o los anotan, lo que no es lo mismo, para una candidatura presidencial.

Fernández continúa levantando su dedo acusador, repartiendo culpas y promesas. Esto, pese a que su magisterio sobre comportamiento social y profilaxis sanitaria quedó definitivamente machucado con los conocidos festejos en Olivos, en plena, extensa cuarentena del gobierno de científicos. Su postulación solo puede explicarse en conservar cierta expectativa porque si no insistiera, su autoridad equivaldría casi al vacío espacial. O sencillamente por default de otros potenciales candidatos quedaría solo para defender la divisa.

Es más que posible que aquel éxito de imagen disparara en el kirchnerismo los peores ictus de envidia y el temor a un Fernández independiente e imparable con aquel récord de aprobación social. Un problema policial bonaerense acabó con el trío, de cuyo origen ahora se puede sospechar y mucho. Por impulso propio o empuje ajeno, léase Cristina Kirchner, o lo que fuere, de un día para el otro Fernández le cortó víveres de la coparticipación al hasta entonces socio en el trío: el alcalde porteño Larreta.

El beneficiado fue el otro miembro del trío, Kicillof. La mano en el bolsillo de la Ciudad había sido precedida por aquel célebre discurso de Cristina sobre la opulencia porteña. Hablaba desde La Matanza -distrito que desde 1983 domina el peronismo en todas sus variantes- alguien que vivía en la exclusiva esquina de Uruguay y Juncal. Tal vez por entonces el gobernador soñara con que el dedo sagrado de Cristina lo señalara como reemplazo de Fernández en el sillón de don Bernardino Rivadavia. Hay que recordar que Kicillof solía hablar en aquellas cuarentenas más que el propio Fernández, que escuchaba impávido su monserga estudiantil.

El gobernador ofrecía su aparente sabiduría tranquilizadora a una sociedad muerta de miedo, con enfermedad y muerte alrededor. Incluso, con tono magistral, explicaba por qué no había que dar clases, aunque ya aparecían indicios ciertos de que bien se podía aflojar la cuerda con la educación, como está plasmado hoy en las cifras la tremenda crisis educativa que ayer se encargó de advertir en estas páginas Jorge Lanata. ¿Quién se hace cargo de ese otro déficit?

Hoy Kicillof tiembla si se cumple aquel deseo secreto. No es que pretenda borrarse; sencillamente cree más posible repetir la gobernación bonaerense y que del descalabro general se haga cargo otro. Se resiste pero sabe que si se lo pide Cristina, deberá asumir ir al cadalso electorales para retener como fuera el voto kirchnerista. En el momento de repliegue, el interés de la facción supera cualquier otro objetivo. Si así fuera, Martín Insaurralde tratará ser gobernador.

Fernández, pero no sólo él, sino Larreta igualmente, deben en noches de insomnio recordar aquellos viejos buenos tiempos, los de “mi amigo Horacio”, que indigestaban al ala radical del Frente de Todos y al macrismo cerril. No es la única cosa que tiene Fernández para arrepentirse, porque mientras disfrutaba de la evanescente sensación de la popularidad, sin consultar al gobernador peronista santafesino, se le dio por estatizar Vicentin, pifiando fiero. Creía que la gente lo aclamaría, según confesó luego, pero fue la reacción popular la que lo obligó a meter marcha atrás.

Eso, aunque su vice le encargó a la siempre bien dispuesta senadora mendocina Fernández Sagasti, que empujara la iniciativa estatizante, porque Cristina no sólo tiene a los jueces entre ceja y ceja, sino también al campo, aunque no todo ni mucho dejó de votar a su delfín Fernández en el 2019. ¿Son cosas del pasado? No. Siguen vigentes. Las volátiles encuestas, en todo caso, son tercas en algo: no le iría nada bien a ninguno de los multiplicados aspirantes a candidatos por la alianza de Todos.

Fernández Sagasti, que empujó esa expropiación fallida, alter ego de Cristina, suena en todos los casos como integrante de alguna de las fórmulas del oficialismo para las PASO. Allí están anotados desde Capitanich hasta Scioli, pasando por el rocambolesco Grabois. ¿Massa? La inflación de febrero volverá a castigarlo. Ya hay anticipos: Córdoba, 7,2; Santa Fe, 6,3… El ministro no podrá sustraerse de esa realidad como tampoco de los requerimientos de gastos políticos que le hagan sus socios.

¿Y Larreta? Se propone hacedor de un milagro: hacer desaparecer la grieta, hoy por hoy en la Argentina, aventura que se plantea como una tarea superior. Ordenar la economía de tal manera que la inflación sea desplazada por la estabilidad y el estancamiento por volver a crecer como alguna vez creció el país traería resultados políticos concretos que ayudarían a consolidar un proyecto que ayude a amortiguar la antinomia. Las más loables declaraciones políticas necesitan de hechos que la ratifiquen. Cómo será de difícil que, incluso, en la alta ficción del discurso político, el recién lanzado enseguida tuvo que decir: con el kirchnerismo, no.

El jefe de Gobierno no es un líder carismático ni lo será en el sentido tradicional del término; sí está comprometido con la gestión. Puede hacerse surfer o intentar aprender otras habilidades pero lo que no conseguirá el marketing político es mostrar lo que Larreta no es.

Macri trató de aguarle la fiesta apareciendo en una foto con María Eugenia Vidal, luego festejó la competencia interna al hablar del lanzamiento de Larreta y se apareció con Patricia Bullrich, jugada a ser la más dura entre las duras creyendo así interpretar lo que la sociedad reclama. Vidal, en cambio, navega en la ambigüedad. La ex gobernadora no encuentra su lugar desde que se exilió de la provincia, salvo el de estos jueguitos políticos obvios en los que ella no es la favorecida por esos avatares.

La temporada electoral ha comenzado.

Fuente: Clarin

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