Los documentos confidenciales de Malvinas: así fue la operación que encendió la chispa de la guerra

Un empresario argentino fue a buscar chatarra a las Islas Georgias, en marzo de 1982. Clarín accedió a más de 170 documentos reservados que indican cómo ese viaje comercial fue utilizado por la dictadura argentina y el gobierno de Thatcher para lanzar una escalada que terminó en la guerra.

OPINIÓN - HISTORIA POLÍTICA Nadia Celeste Durruty y Pablo Esquivel
hoy

El verdadero origen de la guerra de Malvinas no es, como muchos creen 39 años después, la decisión personal de un militar -el ex presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri- que una mañana se levantó alcoholizado y decidió invadir las islas. Fue el aprovechamiento político-militar que tanto la dictadura argentina como el gobierno británico hicieron del viaje de un hombre que se fue hasta el confín del mundo para buscar chatarra.

Poco y nada se habla hoy de Constantino Davidoff, un empresario jubilado que quiso hacer un negocio muy particular -avalado por la justicia y la cancillería británicas- en las islas Georgias del Sur, ubicadas 1.550 kilómetros al sureste de las Malvinas.

A través de uno de sus trabajadores, Davidoff se había enterado de que en Puerto Leith, en la isla San Pedro de Georgias del Sur -igual que Malvinas, ocupadas por Gran Bretaña- había una enorme cantidad de máquinas y materiales metálicos de factorías balleneras abandonadas. Considerando la proximidad relativa al continente, hacerse de esta gran cantidad de chatarra podía significarle un negocio multimillonario.

En 1979 se puso en contacto con la firma escocesa Cristian Salvesen Limited para la compra de la fábrica, gestionó todos los trámites legales correspondientes en Inglaterra e informó formalmente a la cancillería británica sobre su desembarco allí con fines mercantiles.

Para llevar a cabo el trabajo, durante 1981 intentó contratar por lo menos tres barcos especializados -de distintas nacionalidades- para navegar por esas aguas gélidas. Hasta que en febrero de 1982 recibió la noticia de que la división Transportes Navales, dependiente de la Armada Argentina, le rentaría el buque mercante ARA Bahía Buen Suceso para el transporte de sus trabajadores, maquinarias y posterior retiro del material desguazado.

Los telegramas diplomáticos entre Londres, Buenos Aires y el gobierno de las Falkland Islands ya habían sido enviados en reiteradas ocasiones informando sobre la operación comercial que se haría en las Georgias. Sin embargo, el desembarco del buque contratado fue el primer acto del drama en escalada que culminó con el enfrentamiento bélico argentino-británico.

A 39 años del conflicto, existen pruebas para sostener que la Operación Davidoff  fue utilizada en secreto por los dos países en disputa para ejecutar los pasos siguientes que terminarían en el enfrentamiento militar. Esa escalada -cuyo registro quedó en más de 170 documentos confidenciales de ambos gobiernos, a los que accedió Clarín para esta investigación- fue la chispa de la guerra.

A sabiendas del traslado y posterior asentamiento -durante más de cuatro meses- que los trabajadores del empresario necesitarían para realizar el desarmado de la fábrica, el gobierno militar argentino pergeñó el “Operativo Alfa”. La Cancillería conocía los planes del empresario porque allí se había tramitado parte del expediente y habían intervenido en su favor en una nota que Davidoff envió al Comando en Jefe de la Armada, liderado por Emilio Massera, en agosto de 1981.

Según los periodistas Oscar Raúl Cardozo, Ricardo Kirschbaum y Eduardo Van der Kooy, autores de “Malvinas. La trama secreta”, los dos operativos se superpusieron. En realidad, en septiembre de 1981 la Armada ya había concebido un plan para sacar provecho del viaje de Davidoff y así establecer un destacamento militar -que aparentaría ser una base científica-en ese territorio disputado. Esta acción fue denominada con el nombre en código de “Proyecto Alfa”.

El plan consistía en infiltrar militares entre los obreros, con la excusa de que eran científicos. Ingenuamente, los miembros de la Junta Militar pensaban que, una vez que el buque británico polar HMS Endurance se hubiera retirado del Atlántico Sur, a partir de abril podrían sumarse infantes de marina embarcados en otro navío destinado a abastecer bases antárticas argentinas. Y así fijar una base permanente en las Georgias del Sur que contaría con la ayuda del invierno, lo que impediría cualquier acción británica para tratar de recuperarlas.

El objetivo final, sin embargo, era Malvinas. Al comienzo de la dictadura, el almirante Massera había presentado un plan que después fue archivado por el Ejército. Esta intención fue luego retomada por el almirante Jorge Isaac Anaya, por entonces jefe de Operaciones Navales y luego sucesor en el cargo de Massera como cabeza de la Armada. Anaya estaba alineado a los planes de su antecesor y se había comprometido a apoyar a Galtieri en la sucesión de Viola si éste sacaba del archivo el plan de la Armada sobre Malvinas.

La noticia sobre la operación comercial de Davidoff y la chatarra de las Georgias resultó un anillo al dedo para aquellas intenciones.

Del lado británico, la operación Davidoff recibía las furibundas críticas de una corriente inglesa hostil que había organizado un lobby en contra de la transferencia pacífica de las islas a la Argentina, luego de que Margaret Thatcher, al asumir su gobierno, se mostrara favorable a la idea de que Gran Bretaña se deshiciera de varias de sus ocupaciones coloniales. Ese lobby estaba liderado por la Marina Real, la Falkland Islands Company (FIC por sus siglas en inglés) -la mayor empresa comercial de las islas- y el gobernador instalado en las islas, Rex Hunt.

El principal defensor de esta teoría del lobby es el comodoro Rubén Oscar Moro, hoy de 85 años, único secretario y redactor del Informe Rattenbach al finalizar el conflicto bélico en el Atlántico Sur. Aquel informe, a cargo del teniente general Benjamín Rattenbach, fue el dictamen de una comisión militar que analizó las responsabilidades políticas, militares y estratégicas de la guerra de Malvinas.

Moro -autor de La guerra inaudita, editado en 1985- recibió a Clarín en su casa de Mar del Plata. “De no haberse producido la operación de Davidoff, los ingleses no hubiesen tenido un motivo para justificar el envío de la flota más poderosa de su historia a las islas Malvinas”, sostiene.

Según se desprende de los documentos confidenciales, cuando Margaret Thatcher tomó el poder, reunió a los miembros de su gabinete y les dijo que proyectaba desprogramar el 40 por ciento de la flota naval y que quería terminar con todas las posesiones coloniales de la Corona alrededor del mundo. Las Malvinas estaban entre ellas. De hecho, la República de Rodesia, en el sur de África, logró la independencia gracias a esa política.

De acuerdo con la teoría del comodoro, estaba claro entonces que la formación de este complot entre la Marina Real y la Falkland Islands Company, entre otros sectores, fue un instrumento para impedir, en principio, el retiro del buque polar HMS Endurance estacionado en Puerto Stanley y la venta del portaaviones HMS Invincible a Australia. Un conflicto bélico en aguas lejanas le demostraría a Thatcher la necesidad de mantener la flota británica a cualquier precio.

La entrega de la soberanía del territorio de ultramar formado por las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur le implicaría a la Falkland Islands Company la pérdida del histórico monopolio económico que ejercía sobre estos archipiélagos. Concentraba el comercio, el tráfico y la explotación ovina que, con el tiempo, se había transformado en un poder paralelo al de la autoridad colonial británica.

Moro sostiene que “el lobby del Reino Unido aprovechó el tratado comercial de Davidoff, cuyo equipo de 41 obreros desembarcó el 19 de marzo del ‘82 para trabajar en las islas Georgias con todos los documentos en regla y autorizados por la Embajada Británica en Buenos Aires. Pero el ex gobernador Hunt informó el hecho como un incidente “urgente”. Y aunque sólo debía informar a su jefe, el embajador británico en Buenos Aires Anthony Williams, extendió la alarma a la Royal Navy y al Ministerio de Relaciones Exteriores británico”.

Los sucesos en las islas Georgias -presentados como una “invasión” argentina- hicieron que Thatcher, que atravesaba una reprobada gestión económica y una fuerte caída de su imagen- vislumbrara un golpe de timón: entró en alerta y decidió que ya no achicaría el tamaño de la Armada británica, como pensaba hasta pocos días antes.

Davidoff tiene hoy 77 años y vive a pocas cuadras de la estación Sarandí, en Avellaneda. Allí recibió a Clarín.

En su juventud se había dedicado a la extracción de cables telegráficos submarinos que se extendían desde Argentina hasta Río de Janeiro, en Brasil. Supo ser un hombre de buen pasar económico, pero no sólo terminó en la ruina endeudado de por vida por no poder llevar adelante el negocio en 1982 -para el cual había invertido todos sus ahorros- sino que aún siente que fue señalado como “el culpable de haber causado el conflicto bélico”.

En el living de su humilde departamento -cuya dirección es la misma que figura en sus contratos comerciales de fines de la década del ‘70- atesora 22 cuadros torcidos con diplomas sobre su participación en congresos, seminarios y conferencias sobre el conflicto en el Atlántico Sur. Además, abundan mapas de las islas, mensajes patrióticos de excombatientes de Malvinas, sables colgantes, y también una imagen de Juana de Arco, su referencia ineludible, símbolo de “resistencia” ante las adversidades.

Davidoff recibió a Clarín vestido de impecable camisa negra, pantalón y zapatos blancos. Se presentó como piloto de avión y ex dueño de dos buques de ultramar, aunque se encargó de aclarar que nunca formó parte de las Fuerzas Armadas.

Enseguida recordó cómo fue su primera idea de que podía hacer un negocio en el Atlántico Sur. En uno de sus viajes por trabajo, se le acercó uno de sus contramaestres:

—Davidoff, usted que es un hombre que compra chatarra, ¿por qué no se fija el tema de las Islas Georgias?

—¿Qué hay ahí?

—Uff… no se imagina.

Se trataba de una enorme fábrica abandonada en Puerto Leith llena de máquinas y metales con los que fabricaban caza balleneros y también producían aceite de ballenas. “De inmediato inicié las gestiones ante la Embajada Británica en Buenos Aires hasta que viajé a Puerto Stanley en 1978, a través de un vuelo de LADE (Líneas Aéreas del Estado) desde Comodoro Rivadavia”, expresó Davidoff.

Durante su estadía en ese lugar inhóspito y desolado, Davidoff se reunió con el entonces gobernador de las Malvinas, sir James Roland Walter Parker, quien lo contactó con la firma escocesa propietaria de la factoría abandonada: Christian Salvesen Ld. de Edimburgo. Finalmente, el 19 de septiembre de 1979 firmó el contrato por el cual le transferían las instalaciones balleneras en desuso, con vigencia de cumplimiento hasta el 31 de marzo de 1983. Dicho acuerdo fue legalizado en Londres ante el escribano público Ian Roger Frame.

“En agosto de 1981, me llamaron del Ministerio de Relaciones Exteriores en Buenos Aires para averiguar qué gestiones estaba haciendo con los británicos. Yo estaba tranquilo porque el acuerdo que se había firmado en 1971 entre Argentina y Gran Bretaña tiene un párrafo que dice: ningún acto o actividad comercial que desarrollaran ambos países serviría como fundamento para asentar o denegar la soberanía sobre las islas”, recuerda Davidoff.

Moro sostiene que “los funcionarios intervinientes, conocedores de las actividades de Davidoff desde la anterior gestión de Oscar Camilión como canciller, decidieron apoyar sus planes y consideraron que la actividad mercantil no era un antecedente desfavorable en la disputa por el dominio de los archipiélagos”.

Davidoff jura que nada de esto imaginaba -el aprovechamiento político de su viaje-, cuando en 1981 empezó a buscar un buque idóneo para navegar hacia aquellas aguas, trasladar al personal de trabajo, y cargar las grúas y elementos de corte necesarios para el desarme de la factoría. De acuerdo con su testimonio, intentó contratar primero al buque británico HMS Endurance apostado en Puerto Stanley, pero recibió una lógica negativa.

Finalmente, “el 26 de febrero de 1982 contraté al buque mercante Bahía Buen Suceso de la división Transportes Navales, que depende de la Armada, cuya tripulación era de marinos no militares. Este barco hacía viajes regulares hacia el sur de Argentina y era el único medio disponible”.

Con el entusiasmo de iniciar un nuevo negocio, el 9 de Marzo del ’82 lo llamaron de la Armada para avisarle que en dos días zarparían, para lo cual debía alistar al personal y proporcionar la documentación exigida por los británicos. De acuerdo a su relato, Davidoff cumplimentó el trámite y sumó la Tarjeta Blanca -un permiso tipo “pasaporte” que pedirían las autoridades inglesas- de los 39 obreros y dos ingenieros que viajarían.

Como prueba de su accionar legal, Davidoff mostró a los periodistas de Clarín un ejemplar original del Falkland Islands Review —más conocido como el “Informe Franks”— que es la historia oficial del Reino Unido sobre la guerra de Malvinas.

Hizo hincapié en la lectura del párrafo 168, en el cual se lo desliga de responsabilidades en el conflicto e informa que el empresario había enviado, entre otras, una notificación formal a la Embajada Británica de Buenos Aires el 9 de Marzo de 1982. Tal como se lee en inglés, el reporte dice que “…41 trabajadores partirían hacia la Isla Georgia del Sur el 11 de marzo en el ‘Bahía Buen Suceso’, un buque de apoyo de la Armada, y permanecerían por un período inicial de cuatro meses. (…) La Embajada reportó sobre ello al gobernador y al Ministerio de Relaciones Exteriores…”.

El cálculo de los días de viaje no falló. De acuerdo al relato de Davidoff, el capitán del buque Osvaldo Niella atracó el viernes 19 en el muelle abandonado del antiguo establecimiento ballenero en Puerto Leith. Un lugar gélido y aislado del Atlántico Sur.

Niella realizó el atraque sin enarbolar pabellón, ya que la República Argentina consideraba a los archipiélagos como territorio propio y en disputa. “De haberlo hecho, podría haber sido considerado como un acto de reconocimiento de soberanía británica en las islas”, reconoció Davidoff.

La tripulación y los integrantes del grupo descendieron y descargaron todas las herramientas de mayor volumen en unas horas. Luego de esto, el buque volvió con los dos ingenieros y su capitán Niella. Los obreros -según ellos, espontáneamente y sin indicación de nadie- izaron una bandera argentina en un viejo remo y entonaron las estrofas del Himno Nacional para darse ánimos, ya que debían permanecer aislados muchos meses en aquel lugar hostil, desolado y con vientos helados.

“El izamiento de nuestra bandera no tuvo intenciones ni entidad alguna de reivindicar soberanía sobre las islas, contrariamente a lo aludido tiempo después en medios oficiales y de prensa británicos”, sostuvo Moro.

Del lado inglés no lo vieron así. El libro The Official History of de Falklands Campaign consigna que los chatarreros desembarcaron “en un modo que desafiaba la soberanía británica, lo que provocó esta cadena de eventos”.

La versión oficial inglesa de la guerra también asegura que los obreros argentinos llegaron “sin autorización” y que pocos días después “los británicos reciben información que confirma que Argentina había colocado un número sustancial de fuerzas especiales en el mar, dirigiendo su atención hacia Malvinas, con intención de invadir la colonia…”.

Davidoff continuó con su relato sobre lo sucedido aquel 19 de marzo: “Tres horas después del desembarco, aparecieron cuatro miembros del Organismo de Exploración Antártico Británico -BAS por sus siglas en inglés- que habían sido notificados con anticipación por Hunt y la Embajada Británica en Buenos Aires sobre el arribo del buque”.

Le pidieron al capitán que arriara la bandera, no alterara las señales, cargara los elementos ya descargados del buque y presentara a todos los obreros en Grytviken -una bahía al sur de Puerto Leith, separadas por una cadena montañosa- para hacerles sellar el pasaporte. Para la patrulla del BAS, las tarjetas blancas no tenían ningún valor de visado y, encima, les imponían condiciones para ver si ‘aun así los dejarían trabajar’”. Y agregó orgulloso: “Hizo muy bien el capitán Niella en negarse a sellar los pasaportes ya que, de esa manera, les estaríamos cediendo las islas a los británicos. Era entregar la soberanía”.

Durante la entrevista, el empresario negó rotundamente la presencia de militares e infantes de Marina entre su tripulación, que según fuentes británicas habrían viajado junto con su personal en el buque ARA Bahía Paraíso, como parte del “Operativo Alfa”. Sin embargo, de acuerdo con la versión de “Malvinas, la trama secreta” se mantenían las dudas acerca de si había personal militar entre los trabajadores de Davidoff. Desde el BAS se reportó a Londres que algunos argentinos que estaban en las playas pedregosas de la isla vestían uniformes de infantes de la marina, junto con otros 50 o 60 civiles.

Las informaciones se contradecían de acuerdo a los intereses que se ponían en juego. Desde Buenos Aires se aseguraba, en línea con lo que sostuvo Davidoff, que no había personal militar alguno. El embajador británico Williams le advirtió al canciller Costa Méndez que este incidente se trataba de algo serio para su gobierno. En tanto que los tironeos en las negociaciones por el regreso del buque con los obreros comenzaban a escalar en intensidad.

Siguiendo con el relato de Davidoff, Niella se volvió en el buque con los dos ingenieros y los obreros se quedaron a trabajar, pese a las maniobras del BAS para que se retiraran. “No hicieron ni el uno por ciento del trabajo encomendado, ya que fueron expulsados por los británicos a Londres en un buque tanque. No fueron retenidos como prisioneros de guerra ya que eso les pasa a los militares, no a los civiles como era todo mi personal contratado”, aseguró Davidoff.

Las hostilidades en las relaciones diplomáticas entre Argentina y Gran Bretaña llegaban a puntos de no retorno. Williams le comunicó a Costa Méndez la decisión de que el buque HMS Endurance fuera a las Georgias para retirar a los argentinos que allí permanecían, y eventualmente trasladarlos a Grytviken, donde podrían entrar legalmente.

Por el lado argentino, trascendió también la posibilidad de que el navío Bahía Buen Suceso fuera apoyado por el ARA Bahía Paraíso, con infantes de marina que respondían al capitán de fragata Alfredo Astiz, quien fuera condenado luego por su papel en la feroz represión ilegal de la dictadura argentina, participando en operativos en los que desaparecieron dos monjas francesas y una adolescente sueca.

Davidoff admitió a Clarín que, aunque en su buque no viajaron militares, “los obreros que yo había contratado me contaron luego que, varios días después de haberse instalado, les golpearon la puerta de noche y, cuando fueron a abrir, sorprendidos, vieron que eran el capitán Astiz y sus 14 infantes de marina”.

-¿Qué les dijeron?​

-Que habían ido en defensa del Estado argentino y de los obreros, a quienes los ingleses querían expulsar embarcándolos en el buque HMS Endurance.​

Eso prueba que el “Proyecto Alfa” se cumplió en paralelo al Operativo Davidoff, y que los militares argentinos aprovecharon el viaje del empresario para desembarcar en las Georgias.

En línea con Moro, el embajador Atilio Molteni, veterano diplomático de carrera que en 1982 se desempeñaba como encargado de negocios de la Embajada Argentina en el Reino Unido, sostuvo -durante una entrevista vía zoom con Clarín- que “las negociaciones por las Malvinas comenzaron a ir bien desde 1965 cuando los ingleses aceptaron negociar la soberanía. Luego, durante el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía, el gobierno inglés comenzó a desprenderse de muchos de sus territorios colonizados y Malvinas estaba dentro de ese paquete”.

En el 82 “hubo un lobby desde las islas, con intereses de Hunt y de quienes las explotaban allá: las compañías petroleras y la comisión antártica británica”, especificó Molteni. En línea con el embajador, Moro complementó esta afirmación: “El exgobernador malvinense no estaba al servicio de la Corona, sino al servicio de la Falkland Islands Company, a la que le interesaba seguir usufructuando el comercio totalitario que tenía de los archipiélagos. Ellos manejaban las importaciones y exportaciones de todo el territorio”.

El arribo del buque argentino a las islas Georgias del Sur, y su posterior detención por la patrulla del BAS, fue el factor desencadenante -el “factótum”- que permitió a todos los sectores del lobby inglés avanzar con la escalada del conflicto. “Estaba todo en regla. Ellos se excusaron en una serie de cosas para decir que era ilegal”, afirmó Moro, indubitable.

Hunt, la autoridad máxima en las islas jugó fuerte y a fondo. En la carta que envió el 21 de marzo de 1982 al canciller Lord Carrington, entre otros, mencionó como desembarco “ilegal” al trasbordo de la delegación de Davidoff.

Según Moro, este primer mensaje de Hunt permitió al Ministerio de Defensa y a los medios británicos utilizar calificativos como “invasión”, “violación de soberanía” e “inadmisible”. “Esto indujo al Parlamento y a la prensa inglesa a informar sobre el incidente de manera maliciosa y falsa. Una prueba clara de la operación de falsa bandera”, afirma Moro.

Del lado argentino, el cable 332/333 “secreto” y “muy urgente” del 21 de marzo enviado desde Buenos Aires por el Director General de la Antártida y Malvinas con destino Londres, establecía que el Bahía Buen Suceso no era de la marina de guerra, sino de transportes navales que realizaba actividades comerciales. Allí dejaron por sentado la imposibilidad de Davidoff de conseguir otro transporte adecuado para su emprendimiento, que no había personal militar a bordo del barco y que no se había llevado a tierra armas de fuego, como había informado la patrulla del BAS.

“La operación comercial la conocían el gobierno argentino y el gobierno británico. Lo sabían todos. No sé por qué diablos operaron de esa manera”, se lamenta hoy Davidoff, ante Clarín.

Mientras tanto, el lobby seguía su curso en el Parlamento británico. Molteni daba cuenta de cómo se conformaba un discurso altisonante en ambas Cámaras y enviaba telegramas de aviso sobre el curso, el tenor de los debates y las decisiones que tomarían las autoridades.

“La cancillería argentina trabajó fuertemente con la británica, pero nunca nos atendió el Parlamento del Reino Unido. Entonces nosotros estábamos en dificultades porque los que toman las decisiones están en ese órgano político. No fuimos eficaces. Todas las propuestas que recalaban allí fracasaron rotundamente”, reconoció el embajador durante la entrevista telefónica para esta investigación.

En el cable 656 del 25 de marzo que envió a las delegaciones del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea, Molteni resaltó que, en una moción textual firmada por 53 parlamentarios de la Cámara de los Comunes, se pedía por una declaración en “términos unívocos” sobre la mantención soberana de las islas. Exigían el reaseguro de que el gobierno de Thatcher enviaría a la Fuerza Naval Real, “de suficiente fuerza para repeler cualquier intento del gobierno argentino de anexarse estas colonias británicas por la fuerza”.

El Informe Rattenbach calificó como hecho desencadenante previo a la guerra a la decisión adoptada por la Junta Militar el 24 de marzo, cuando el gobierno argentino se sintió agredido por el envío de un buque armado para expulsar a los trabajadores de Puerto Leith. Entre otras resoluciones tomadas, se decidió que no retirarían a los ciudadanos argentinos que fueron a trabajar a las Georgias y se decretó la orden de desembarcar al grupo del buque ARA Bahia Paraíso -liderado por Astiz- “para proteger al personal que está en Leith e impedir que sean embarcados por el Endurance”. Esa era la Operación Alfa.

Las instrucciones a las fuerzas operativas eran elocuentes y expresaban una decisión final que ya estaba fijada: “Tomar las medidas para ejecutar la ‘Operación Azul’ el jueves 1° de abril en horas nocturnas, con flexibilización al viernes 2 o sábado 3”. El “Azul”, así denominado por la Armada, fue el proyecto general que luego fue conocido como “Operación Rosario”, por su fase de desembarco y de toma inmediata de las Malvinas.

Comenzaría en la mañana del 28 de marzo, cuando las tropas del Ejército y de la Armada marcharan rumbo a las islas bajo las órdenes del comandante de la operación, el general Osvaldo García. Los soldados argentinos saldrían desde Puerto Belgrano, mientras que la flota tomaría rumbo hacia el Sur con destino incierto. Cuatro días después, el 1° de abril, se anunciaría oficialmente a las embarcaciones cuál sería la misión.

 “Los primeros agresores fueron los ingleses con la operación de falsa bandera que planificaron para cuando arribara el personal de Davidoff a la isla y así justificar un ataque en su contra. Además, Thatcher se estaba jugando el puesto. Si ella le decía que no a la Marina y al Parlamento, no duraba más de 48 horas”, insistió Moro.

Las cartas estaban echadas y el 2 de abril era inminente. La operación del lobby de uno y otro lado había surtido efecto: los buzos tácticos argentinos desembarcaron en las Falklands con la idea de llamarlas Malvinas para siempre, el Reino Unido desplegaría su flota como no lo había hecho desde la Segunda Guerra Mundial y cientos de combatientes -argentinos y británicos- darían su vida al son de una guerra inédita, montada sobre la acción de un hombre que viajó al fin del mundo para comprar chatarra.

Por  Nadia Celeste Durruty y Pablo Esquivel para Clarín

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