A 12 años de la muerte de Raúl Alfonsín

Es sin duda alguna el símbolo mismo de la democracia y a quien le debemos que hoy podamos vivir en un estado de derecho y libertad

OPINIÓN - HISTORIA POLÍTICAAgencia de Noticias del InteriorAgencia de Noticias del Interior
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El ex presidente argentino falleció en 2009, el 31 de marzo, el mismo mes que lo había  visto nacer en 1927.

Tenía 82 años y la causa de su muerte fue un cáncer de pulmón que deterioró su salud y se agravó en sus últimos días por una  neumonía broncoaspirativa.

Más de 80 mil personas concurrieron al Congreso de la Nación para despedir al histórico dirigente de la Unión Cívica Radical, considerado el padre de la democracia.

Fue justamente su asunción presidencial, el 10 de diciembre de 1983, luego de haber ganado las elecciones, la que marcó el retorno de la democracia y permitió recuperar la institucionalidad tras el golpe del 24 de marzo de 1976. 

Raúl Alfonsín: la antorcha de la democracia

Pensemos una sociedad sin respeto por las instituciones ni por los derechos. Una que venía de años de autoritarismo y, también, de desconocimiento de las mínimas formas republicanas. En 1983 Raúl Alfonsín tenía enfrente la difícil tarea de reeducar en valores democráticos un país devastado económicamente y culturalmente. Para ello la reforma moral, tan cara a su admirado Hipólito Yrigoyen, proyectaba su espíritu en el “con la democracia se come, se cura, se educa”, una democracia independiente y nacional, una democracia como programa de cambios en la mentalidad que una compatriotas. Hoy que disfrutemos de avances en los derechos civiles, en la Ola de la Marea Verde, o que a nadie se le ocurra una solución violenta contra un régimen constitucional, se lo debemos al doctor Alfonsín “La misión de los dirigentes y de los líderes es plantear ideas y proyectos, evitando la autorreferencialidad y los personalismos. Orientar y abrir caminos. Generar consensos. Convocar a emprendimientos colectivos. Asumir con responsabilidad la carga de las decisiones. Sigan ideas, no a los hombres, es mi mensaje a los jóvenes. Los hombres pasan,  o fracasan, las ideas quedan y se transforman en antorchas de la política democrática”, decía valiente en su último discurso Alfonsín, en 2008, frente a funcionarios y políticos en la Casa Rosada que lo criticaban segundos antes “El único ex mandatario que podía caminar por las calles”, se escuchaba el día de su fallecimiento, un político que puso la ética de la conciliación en la agenda nacional. Y los argentinos en las calles se lo agradecieron con el reconocimiento eterno, Padre de la Democracia.

Raúl Alfonsín nació el 12 de marzo de 1927 en Chascomús, provincia de Buenos Aires. Hijo de una tradicional familia de la zona, en sus venas corrían sangres gallegas, galesas y malvinenses. Ingresó al Liceo Militar General San Martín por insistencia de su madre, Ana María Foulkes, y tuvo de compañeros a varios represores que luego juzgaría por crímenes de lesa humanidad, Galtieri y Anaya. Estudió abogacía en la Universidad Nacional de La Plata y allí comenzó su militancia en la Unión Cívica Radical durante la primera presidencia de Perón, en una línea cercana al discurso antioligárquico de Ricardo Balbín “Un partido que tiene por objetivos ideales la belleza, la bondad y la justicia para su patria”, citaba tempranamente al poeta Almafuerte, “tiene en su mismo las condiciones sustanciales de la humanidad. Rechaza la atomificación… sus propios adversarios no son sus adversarios; cuenta con la universalidad de las conciencias… su triunfo no será un estallido, sino una serie. Está en el futuro”  Son los años en que despunta sus pasiones por el tango, la milonga y el fútbol, donde llegó a ser marcador de punta “fuerte y habilidoso” en Deportivo Chascomús. Tras casarse con la novia de juventud, María Lorenza Barreneche, con la que iba a tener seis hijos (Ricardo uno de ellos, actual embajador en España), comienza una ascendente carrera política mientras ejerce la profesión en la ciudad de Buenos Aires, y sucesivamente es el elegido concejal y diputado provincial. Diputado nacional durante la presidencia de Illia, y presidente del partido en la provincia Buenos Aires, se destaca por sus propuestas de índole social. Luego del golpe de estado de 1966 pasa a la clandestinidad y es detenido por condenar una nueva interrupción del orden democrático.


 
Hacia 1970 funda al Movimiento de Renovación y Cambio, que frente el oficialismo balbinista, promueve una línea cercana a la socialdemocracia francesa, comprometida con las libertades civiles, aunque sin tanto énfasis en los derechos sociales, y con eje en los valores democráticos, en aquellos tiempos violentos de la guerrilla urbana y el Terrorismo de Estado naciente. Apoyado en el partido y los militantes jóvenes, en particular los universitarios de Franja Morada, incluso se habla de una alianza con sectores marxistas liderados por Agustín Tosco, Alfonsín redacta uno de sus principales documentos en 1973, “La contradicción fundamental”, “Yrigoyen convocó al pueblo a luchar contra la minoría defensora del privilegio… en la actualidad el problema fundamental de los argentinos sigue siendo el mismo. La minorías defensoras del privilegio dispuestas a todo con tal de mantener su prerrogativas, enfrentas a la mayoría del pueblo argentino… la democracia o la dictadura militar, justicia social o minorías privilegiadas, liberación o dependencia, pueblo o antipueblo. Esta la contradicción fundamental en la República Argentina de nuestros días”, un diagnóstico basal a superar en su programa futuro de gobierno. Este texto sumado a las reflexiones de “¿Por qué, doctor Alfonsín?” (1987), y los artículos reunidos en  “Memoria política” (2009), tal vez sean sus aportes duraderos al pensamiento nacional.

“La veda política la vamos ir levantando entre los que salgamos hacer política con hechos concretos”, decía bravo Alfonsín a la periodista Mona Moncalvillo en la revista Humor 1981, en plena dictadura, “la política de Martínez de Hoz es como si hubiera caído una bomba neutrónica al revés, los seres estamos vivos pero se ha deshecho todo nuestro alrededor. El aparato productivo de la Nación…-ni hablar- del problema gravísimo de los desaparecidos, que merece una respuesta del gobierno”, remataba el doctor que trabajaba como abogado ad honorem, presentando habeas corpus por las familias de desaparecidos, y en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Fallecido Balbín en 1981, Alfonsín se consolida líder indiscutido del radicalismo y se opone a la Guerra de Malvinas, uno de lo pocos con el ex presidente Frondizi, en lo que sostiene un intento de los militares de perpetuarse en el poder. La trágica derrota argentina acelera los tiempos electorales, “para recuperar nuestra democracia no hubo que tomar la Bastilla”, se lamentaría posteriormente ante la falta de cohesión y convicción social en sus años de presidente,  y la hora cero de la democracia argentina va perfilando a su paladín “Argentinos, vamos todos a volver a ser dueños del país. La Argentina será de su pueblo.  Nace la democracia y renacen los argentinos… que nadie se equivoque. Que la lucha electoral no confunda nadie: no hay dos pueblos. Somos uno… este será el tiempo del poder para la democracia” manifestaba en los discursos Alfonsín y cerraba con el Preámbulo de la Constitución argentina -el mismo tallado en su bóveda de La Recoleta “Procuremos entre todos afianzar la democracia que se inicia levantando las banderas de la unión nacional porque necesitamos de todos los argentinos para superar nuestros problemas”, decía la noche del 30 de octubre, apenas se supo su victoria con el 51%, “nosotros anhelamos formar un gobierno de unidad nacional” Y desde esa noche Nunca Más perdimos la fe en la democracia como instancia y constructora de ciudadanía.

 


 
 

El primer gobierno democrático concreto argentino
La presidencia de Raúl Alfonsín cabe ser analizada desde diversos puntos de vista, un gobierno apoyado en la democracia real como nunca se había visto en el historia argentina, fundado en intencionalidad política del respeto a las instituciones, los derechos individuales y el liberalismo, en principio. Una alternativa resulta la histórica que nos indicará momentos de fuerte aceptación, la denominada primavera democrática hasta 1985, luego las turbulencias económicas y políticas derivadas del Plan Austral, y que finalizan con el regreso triunfal del peronismo renovado en 1987,  y finalmente el declive incontenible con la hiperinflación, caos social, saqueos ¿organizados? y entrega anticipada del poder a Carlos Menem el 8 de julio de 1989. Otra manera de encarar la descripción sería a través de los ejes que recorrieron los seis años de gestión, entre las que podemos relevar la agenda de los derechos humanos, y  su concomitante cuestión militar, el manejo económico y la política exterior.

En el plano de los derechos humanos, el presidente Alfonsín decretó inmediatamente el Juicio a las Juntas, y los cabecillas guerrilleros, “los dos demonios” por crímenes de lesa humanidad. Era la primera vez en la historia de la Humanidad que un pueblo conseguía juzgar a sus dictadores, y subversivos, con sus propios tribunales civiles.  Primaba la noción de un castigo ejemplificador en las cabezas y un intento de pacificación nacional. En la realidad, el resultado fue un incremento de los reclamos de la sociedad civil por justicia, en parte producto del detallado y demoledor informe de la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) -incluso con versión televisiva de desgarradores testimonios de ex detenidos desaparecidos-, y que empezó a jugar en contra del gobierno. Cinco altos jefes recibieron condenas, algunas de reclusión perpetua, y quedaron en prisión, mientras juzgados de todo el país empezaban abrir causas contra los subordinados.En 1986 se sanciona la Ley de Punto Final que no conforma a los uniformados de todas las fuerzas, muchos de ellos involucrados en torturas y apropiación de menores "Compatriotas: ¡felices Pascuas! Los hombres amotinados han depuesto su actitud. Como corresponde serán detenidos y sometidos a la justicia. Se trata de un conjunto de hombres, algunos de ellos héroes de la guerra de las Malvinas, que tomaron esta posición equivocada y que han reiterado que su intención no era la de provocar un golpe de Estado (…) Para evitar derramamientos de sangre di instrucciones a los mandos del Ejército para que no se procediera a la represión, y hoy podemos todos dar gracias a Dios; la casa está en orden y no hay sangre en la Argentina", diría el presidente el domingo de Pascuas de 1987 por el alzamiento “carapintada” que derivaría en la Ley de Obediencia Debida, y que no evitaron nuevos alzamientos en  1988, en enero y diciembre, y 1990. El gesto de incipiente liberalismo se extinguió en el gobierno que promovió la Ley de Divorcio, la Patria Potestad Compartida, la Ley Antidiscriminatoria y el Segundo Congreso Pedagógico Nacional, y hubo un giro conservador notorio, que se coronó con el represivo Consejo Nacional de Seguridad, después del intento de copamiento del cuartel de la Tablada, en 1989.

“Debemos ayudar a nacer al nuevo sindicato, que tendrá poderío material y económico, pero deberá tener, fundamentalmente, contenido humano. El nuevo sindicato deberá organizarse de abajo hacia arriba, afirmando sus raíces en las bases  y en el interior de la República” exclamaba el doctor Alfonsín ante un estupefacto Congreso de la Nación en 1983, en un programa económico que intentará refundar las bases del trabajo argentino. En simultáneo, propone un plan económico similar al nacionalismo del presidente Illia en un mundo que había cambiado, y con un país que soportaba una severa deuda externa que erosionaba el PBI (Alfonsín tuvo la chance histórica de declarar “deuda odiosa”, o ilegítima, la contraída por el Estado nacional durante la dictadura,  ya que contaba en 1984 con el apoyo de Estados Unidos y otros países latinoamericanos. No lo hizo), y un aparato productivo destruído como lo había descripto 1981. Ninguna medida funcionaba, obstruida por el peronismo y el empresariado, en tanto que los sindicatos se reagruparon, y combatieron duramente al gobierno con trece paros generales, una hostilidad que tampoco pudo desarmarse cuando el presidente Alfonsín incorporó sindicalistas al gobierno. De todos modos estas protestas están fundamentadas en una caída libre de la economía interna, salarios muy por debajo de la inflación, y aplicación de planes neoliberales del Fondo Monetario Internacional, Plan Austral y Plan Primavera, que no dejaban respiro con una población aquejada por cortes de luz y desabastecimiento. Durante ese gobierno comienzan los programas de la modernización del Estado, con la petrolera YPF en primer lugar, y que transcurrido la década inspirarían las privatizaciones menemistas. También se impuso la retórica de la ineficiencia del Estado, alejándose definitivamente de la matriz estatista, nacional y popular que sostenía su propio partido en la obra de su señero Yrigoyen,  amparado en la “convergencia democrática para redefinir los ámbitos y competencias de las distintas administraciones del Estado, el sistema económico y la seguridad social, una convergencia que asocie en objetivos comunes las fuerzas políticas de distinto origen, sin afectar su individualidad”, y que incluía el traslado de la capital de la Nación a Viedma-Carmen de Patagones, en el inicio de la Patagonia “Como unidad política y territorial, la Nación se asentaba en el precario dominio de un grupo sobre los demás, y no en la deseada articulación de todos en un sistema común de convivencia”, refería el presidente en el famoso Discurso de Parque Norte de 1985, inspirado por los intelectuales del Grupo Esmeralda, entre ellos Juan Carlos Portantiero y Beatriz Sarlo, y no tan alejado de aquel de 1973 que proponía superar las antinomias, “Argentina sido siempre un país donde la intransigencia, más allá de la necesaria para preservar principios, eran considerada una virtud, donde la expresión “no transar” se multiplicó en lema de los más variados signos y dónde negociar era considerado una traición”, remataba el discípulo de intransigentes como Alem, o el mismo Yrigoyen.


 
Los ajustes conservadores en el pensamiento del presidente Alfonsín hicieron que pierda el sustento de los electores independientes que los llevaron al poder, más allá de que podemos discutir la profunda coherencia con su ética de conciliación. Esto hizo que no se aprecie en su momento quizás la mejor política exterior argentina desde la década del veinte, con el Tratado de Paz y Amistad con Chile, firmado el 23 de octubre de 1984 y que finiquitaba sin armas un conflicto centenario, ratificado por el voto popular; la firma de numerosos tratados internacionales sobre derechos humanos, incorporados en la constitución desde 1994;  la firme política contra el apartheid sudafricano; la participación en el Grupo Cartagena por la renegociación de la deuda externa;  la colaboración argentina en el grupo de apoyo a Contadora, destinada promover la paz en Centroamérica, repatriación de científicos y la creación del Mercosur. Además una firme postura ante los avances imperialistas aunque estuvo condicionada con la tambaleante economía interna. 3620% anual de inflación, 47.3 % de pobreza, 17.5% de indigencia, al finalizar su mandato, licuó el capital político de Alfonsín al igual que la moneda nacional.

 


 
Doctor Alfonsín, estadista
En la primera parte de los noventa, Alfonsín observa la merma peligrosa en votantes del partido radical, y renuente,  proyecta un acercamiento con el presidente Menem, que sería el origen del denominado “Pacto de Olivos” de 1994. Menem consigue la ansiada reelección y Alfonsín introduce en la Constitución algunos mecanismos que contrapesan presidencialismo, como la jefatura de gabinete o normativas estrictas para el uso de los decretos del Ejecutivo, más derechos de tercera y cuarta generación, que se relacionan con la solidaridad. Sin embargo el objetivo de conciliación fracasa, Alfonsín es seriamente cuestionado en su mismo partido, y se refugia en su Fundación Argentina para la Libertad de Información, desde donde publica nuevos libros de análisis político. En el declive del gobierno menemista participa en la conformación de la Alianza con Carlos Álvarez y Graciela Fernández Meijide, el espacio político de convergencia que catapultaría a Fernando de la Rúa, un antiguo rival conservador dentro del radicalismo, a la presidencia de la Nación en 1999. Recuperado de un grave accidente automovilístico en Río  Negro, Alfonsín mantiene una posición subalterna en la gestión errática del presidente De la Rúa, ocupando la presidencia el Comité Nacional radical, y obtiene un escaño como senador de la provincia de Buenos Aires en octubre de 2001, aunque renunciaría al año siguiente. Designado vicepresidente ex officio de la Internacional Socialista, el ex presidente acumula honores  en el país y el mundo, entre ellos uno especial otorgado en defensa de la democracia y los Derechos Humanos por la Fundación Príncipe de Asturias de España.

El debacle institucional y social del 2001 nuevamente proyecta la estatura de estadista de Alfonsín e impulsa, en conjunto con el presidente provisional Duhalde,  la Ley de Emergencia Económica y de Reforma del Régimen Cambiario, que permitía salir de la crisis terminal. La presidencia siguientes de Néstor y Cristina Kirchner ubican al líder radical en una posición crítica, en especial en la discusión que sobrevino por la anulación de las Leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Su último accionar dentro del partido fue apoyar la fallida candidatura de un extra partidario, Roberto Lavagna, que había sido funcionario de su gobierno, y también de Duhalde -por recomendación suya- y Néstor Kirchner, en la elecciones presidenciales de 2007. El veterano líder radical sufría viendo a su querido partido fragmentado y enfrentado. Con la salud seriamente debilitada por cáncer de pulmón, Raúl Alfonsín fallece en Buenos Aires el 31 de marzo de 2009. Casi 80 mil personas acudieron a las exequias en el Congreso Nacional.

“Tenemos libertad, pero nos falta la igualdad, tenemos una democracia real tangible, pero incompleta e insatisfactoria. No ha cumplido aún con algunos de sus principios fundamentales, no ha construido aún un piso que incluya a los desamparados y disminuidos", remataba en su último discurso de octubre de 2008. Como Urquiza, como Alvear, soñó con un solo país, regenerado éticamente, mancomunado en voluntades. Con las tapas de los diarios a la vista, no es difícil aceptar que aún estamos distantes de la democracia que soñó el Padre de la Democracia.  

Con texto MARIANO OROPEZA para Serargentino
 

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