La Argentina, una historia entre elecciones y el FMI

POLÍTICA - ECONOMÍA Daniel Marx para El Cronista
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Desde la restauración de la democracia en Argentina registramos dos ocasiones en las que hubo que enfrentar complejidades en marcos similares, aunque no iguales al actual. En ambos casos, las resoluciones tuvieron evoluciones traumáticas. En estos días tenemos una tercera instancia con elementos que se repiten. Basado en ciertos aspectos de las experiencias pasadas, señalaremos algunas lecciones que podrían ser útiles para una salida menos traumática teniendo en cuenta las condiciones actuales. 

Primer caso: 1988

El oficialismo venía de perder las elecciones legislativas de fines de 1987 y enfrentaba una oposición política férrea, aunque sin propuestas económicas claras, con ambiciones importantes de poder. En ese marco, hubo serias dificultades en llevar adelante las iniciativas del gobierno, aunque este mismo, en determinados momentos, mostraba ciertas vacilaciones sobre elementos claves del rumbo económico a seguir.

En lo que hace a las cuentas externas del país, hubo caídas importantes en las exportaciones. Como consecuencia de sequias e inundaciones, los volúmenes de la cosecha agrícola se redujeron un 28% al sumar las caídas registradas en los dos años precedentes. Las tasas de interés de bonos a 10 años del Tesoro de Estados Unidos alcanzaron niveles superiores al 9% anual, afectando flujos y el costo del capital hacia los países emergentes, que, a su vez, estaban en negociaciones con acreedores bancarios externos para reestructurar la deuda. Localmente, el déficit fiscal primario era del 4,1% del PBI con muy limitadas posibilidades de financiamiento dadas determinadas situaciones irregulares en algunos tipos de deuda. El mercado cambiario era múltiple, con una brecha fluctuante, con registros de 40% entre el tipo de cambio comercial y el financiero a fines de 1988. El FMI evaluó que no era conveniente discutir un nuevo programa económico porque, entre otros motivos, debía contemplar objetivos de mediano plazo que el gobierno no podía comprometer. Si bien el Banco Mundial tomó una actitud más activa en la evaluación y fondeo de un programa macroeconómico, con el correr del tiempo, este se interrumpió. Luego, la evolución general fue tal que estuvo en peligro la estabilidad institucional, más allá de la continuidad ordenada del gobierno. La inflación llegó al 388% en el año 1988 y alcanzó niveles de hiperinflación en el período siguiente, con severos efectos sobre los demás indicadores económicos y sociales.

Segundo caso: 2001

La coalición gobernante resultó derrotada en las elecciones para miembros del Congreso Nacional en ese año. Por ley, el peso argentino estaba atado a una paridad fija con un dólar estadounidense que se venía apreciando notablemente desde 1998. Las cuentas externas estaban bajo presión. Brasil, principal socio comercial, había pasado por una depreciación de su moneda en enero de 1999. Con precios de exportación deprimidos, por ejemplo la soja alrededor de u$s 180 la tonelada. En consecuencia, la Argentina tuvo caídas de PBI desde 1999, con deflaciones en precios y sin sobreponerse a pérdidas de competitividad. Particularmente, durante 2001 hubo señales confusas en expresiones de varias importantes autoridades gubernamentales sobre la naturaleza de los problemas económicos y cómo superarlos.

Además, la relación entre las autoridades locales y el FMI estaba signada por desconfianza mutua, que hacía muy difíciles los diálogos, más aún negociaciones, en momentos en que existían fuertes limitaciones en materia de financiamiento. Aun cuando los registros estadísticos señalan un superávit fiscal primario de 0,8% del PBI en 2001, era difícil contar con la confianza en inversores locales y extranjeros. En ese ambiente se resintió profundamente el tejido social y hubo una disgregación política notable, que luego desembocó en una severa crisis política y económica. El año 2002 terminó marcado por inestabilidad social y política extraordinaria, ruptura del régimen de tipo de cambio fijo, caída del PBI del 11% y presiones inflacionarias.

En la actualidad: 2021

Acaban de transcurrir elecciones que mostraron descontento con la situación actual. En materia política, los signos partidarios del oficialismo y la oposición son distintos a los vigentes en 1988 y 2001. De alguna forma la población en general ha incorporado consciencia -aunque quizás no lo suficiente- que son necesarias modificaciones del estado actual y la tendencia que muestra la economía. En particular, al considerar las experiencias del pasado y los muy elevados costos que significó la corrección de los desequilibrios.

A pesar de ello, varios integrantes del Gobierno sienten que corregir algunos de los desequilibrios en precios relativos afectaría negativamente su sustento político. El problema es que la discrepancia entre los precios administrados por decisiones gubernamentales y los de equilibrio económico es mayor ahora que en las instancias descriptas para 1988 y 2001. Además, la diferencia tiende a aumentar con el paso del tiempo. Sin embargo, la eventual corrección en el presente no implicaría alteraciones en los contratos como ocurrió en algunos momentos del pasado.

El contexto externo para el comercio argentino -incluyendo precios y volúmenes para el agro y competitividad en servicios- y la liquidez internacional, incluyendo los flujos hacia los países emergentes son mucho más favorables que en los momentos de los casos históricos referidos. De todas maneras, resta resolver cómo enfrentar las próximas amortizaciones de deuda con el FMI y, particularmente, concebir e implementar un programa que dinamice la economía incorporando, entre otros, condiciones para motivar ingresos de moneda extranjera en el mercado cambiario local.

Incorporando estos elementos, la recuperación del liderazgo pasaría por plantear una visión de largo plazo, donde se pongan en marcha las condiciones faltantes que habiliten un crecimiento amplio (inclusivo) sostenible de la economía argentina. Ello en un marco en que se den condiciones de estabilización, de reglas de funcionamiento y formación de precios. Esto contrasta con el juego de suma cero (base de discusión planteada tradicionalmente por el FMI). De esta manera, los arreglos de corto plazo a enfrentar serían considerados como correcciones con costos que hay que mitigar, pero necesarias para pensar en un futuro más promisorio.

Así se evitarían los traumas que ya conocimos en la historia y, principalmente, se preservaría la institucionalidad ganada

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