Mujica fue un agitador disfrazado de austero

OPINIÓN Rubén Sánchez
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 José Mujica ha muerto. Y con él se va una figura que, lejos de representar lo mejor del Uruguay, simbolizó el retroceso, la mentira romántica y el encubrimiento ideológico de un pasado oscuro.

No hay lugar para la hipocresía ni para los homenajes vacíos. Mujica no fue un sabio del pueblo. No fue un estadista. No fue un trabajador. Fue un agitador disfrazado de austero, un hábil declarante que construyó su carrera política sobre el resentimiento, la ignorancia funcional de muchos y una maquinaria de marketing sentimental.

¿Austero? ¿Sencillo? ¿Campesino de alma pura? No. Fue un profesional del no-trabajo. Nunca desempeñó una labor honesta y sostenida. Nunca levantó una empresa, ni enseñó a niños, ni salvó una vida, ni creó una sola fuente de empleo. Solo vivió de la política y del mito que ayudó a forjar: el de la revolución fracasada convertida en fábula tierna. Pero esa fábula, en la realidad, nos costó aviones, trenes, industria, soberanía y futuro.

Durante su presidencia, el Uruguay perdió más que bienes materiales. Perdió rumbo. Mujica no dejó ni una sola gran obra de infraestructura. No dejó reformas educativas, ni sanitarias, ni de transporte. No dejó futuro. Dejó una ley de marihuana que convirtió a las farmacias en bocas de droga. Dejó violencia. Dejó jóvenes perdidos en discursos paternalistas mientras el narco se adueñaba de los barrios.

Su primera aparición en la prensa no fue como dirigente, ni como obrero, ni como pensador. Fue como delincuente. Capturado con profusos antecedentes, entró a la historia por la puerta del crimen, no de la gloria. Así empezó. Así vivió. Así gobernó. Y así termina.

Los grandes medios dirán que fue un símbolo. Que fue amado en el mundo. Que fue un “presidente pobre”. Pero los uruguayos que caminamos estas calles, que sufrimos su legado, sabemos la verdad: fue el peor presidente que tuvo la República. Y el tiempo, que no perdona ni a los ídolos de barro, terminará por mostrarlo aún más claro.

Hoy murió Mujica. Que descanse en paz el hombre. Pero que no descansen nuestros recuerdos ni nuestra memoria. Porque si algo merece el Uruguay es recordar con claridad quiénes nos hundieron en nombre de la igualdad y la justicia.

No conozco el mundo de los muertos. Pero asegurense de que nadie escape de él.

Esta es mi última palabra sobre José Mujica. Con la frente alta, con la voz firme, con la verdad que arde: nunca fue un ejemplo. Solo fue una vergüenza.

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