Detrás del prócer: cinco anécdotas sobre José de San Martín

Más allá de su excepcionalidad, el 'Libertador' de tres países y uno de los principales gestores de la emancipación latinoamericana vivió como un hombre idealista que se caracterizó por su valentía, inteligencia, honradez y fraternidad

OPINIÓN - HISTORIA POLÍTICA Nicolas MUNILLA
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José de San Martín fue uno de los principales gestores de la emancipación sudamericana del siglo XIX, por lo que es considerado el prócer más importante de la Argentina. Su vida ha sido objeto constante de investigación, debates y controversias, las que más de 150 años después siguen enriqueciendo y acrecentando la figura del Libertador.

Su vida estuvo plagada de múltiples episodios interesantes que forjaron su obra y legado en toda la región, y que también demuestran las cualidades de un hombre idealista que se caracterizó por su valentía, inteligencia, honradez y fraternidad. 

El mal negocio español
Corría el año 1811. Mientras Buenos Aires y otras ciudades de América del Sur estaban sumidas bajo revoluciones criollas iniciadas el año anterior, San Martín se encontraba en España ultimando los detalles de su retorno al Río de la Plata para unirse a la causa patriota, esperando que las autoridades del Ejército español autoricen su baja luego de veintidós años de leales servicios, incluyendo su participación en la Guerra de Independencia Española contra las fuerzas napoleónicas.

Para lograr su objetivo, el entonces capitán agregado al Regimiento de Caballería de Borbón pidió su retiro en grado de teniente coronel y anunció que su intención era marcharse a la ciudad de Lima, una estrategia que le permitía ocultar sus verdaderos propósitos. Aunque los documentos que certificaban esta solicitud fueron quemados, otros archivos permiten reconstruir este momento.

El escritor Juan Marcelo Calabria explicó a MDZ que “en esos informes se deja leer entre líneas la situación desesperada y la profunda miseria que vivía en España en ese momento, pródigo en una guerra de sangre contra los ejércitos napoleónicos que lo estaba dejando muy falto de recursos”.

“Esto se da cuando San Martín ya se ha enterado de los sucesos que han acaecido en América con las revoluciones, entre ellas la Revolución de Mayo, y decide volver a su tierra a prestar sus servicios en la causa por que se iba a empeñar”, añadió.

Sus superiores españoles facilitaron la solicitud de retiro y aplaudieron la decisión de San Martín de retornar a Lima para ‘proteger’ los supuestos intereses del teniente coronel en la capital peruana. Un documento fechado el 26 de agosto de 1811 dice: ‘Después de confirmar que José de San Martín ha servido veintidós años al Ejército español, y en que sus méritos particulares de guerra por los que merece consideración, estima, ya que son fundados los motivos que expone para solicitar su retiro, y pasar a la ciudad de Lima con el objeto de arreglar sus intereses perdidos y abandonados por las razones que manifiesta, y asegurar su subsistencia y la de sus dos hermanos que quedan sirviendo en los ejércitos de la península. [...] Sin esta causa tan justa no creo pediría alejarse de nuestra lucha este oficial antiguo y de tan buena opinión como ha acreditado principalmente en la presente guerra’.

Calabria revela que “el viaje a Lima era solo un pretexto que San Martín exponía para que el Ejército español finalmente le diera la baja, dado que su familia jamás había estado allí y él no tenía ningún tipo de bienes ni intereses en esa ciudad”. Por ende, “comprendemos que es una estratagema de San Martín para obtener impulso en su causa”, reiteró.

Sin embargo, detrás de esa rápida aprobación se entreveraban otras causas ligadas a la coyuntura económica que afrontaban las fuerzas militares leales a la Corte de Cádiz en 1811, según el documento antiguo: ‘A esta gracia por producirle al mismo tiempo al erario el ahorro de un sueldo de agregado que disfruta este capitán de caballería, ya que sobrecarga la nómina de oficiales y hay sobrantes de éstos en todas las clases’.

Uno de los superiores de San Martín dejó bien en claro el beneficio del retiro del entonces coronel: ‘Por mi parte hallo fundado el motivo que expone para pedir su retiro y traslación a América, pues cuando las causas de conveniencia lejos de perjudicar al servicio, producen un bien conocido al Estado en general, deben ser atendibles como sucede en este individuo cuyo interés se ha abandonado por la imposibilidad de manejarlo inmediatamente, no rinden con perjuicio suyo y del rey como hacendado contribuyente los beneficios económicos que podrían aportar a la Corona’. 

“Es decir que el Ejército autorizó la baja de San Martín no solo porque se ahorraba un sueldo, sino porque además le permitía a un hacendado atender sus intereses en Lima y así acrecentar sus propiedades y tributar más impuestos al Rey y a las arcas del Imperio Español”, subrayó Calabria.

Pasión por los libros
Durante toda su vida, José de San Martín fue un apasionado por la lectura, especialmente al considerarla como una herramienta para la educación, en consonancia con el ideario de la Ilustración al cual adhería fervorosamente, por lo que estuvo abocado a la fundación de bibliotecas mediante la donación de libros.

En la obra 'Valores humanos de José de San Martín. Su misión americana', la historiadora Fabiana Mastrángelo rescata los estudios realizados por Antonio Gutiérrez Escudero en donde se menciona que el General del Ejército de los Andes tuvo dos bibliotecas personales. Los fondos de la primera lo acompañaron desde España a Buenos Aires y Mendoza, y luego siguieron por Chile y Perú, donde terminaron en la Biblioteca Nacional de ese último país. En cuanto a la segunda, supuestamente formada en sus últimos años en Europa, terminó siendo donada en 1856 por su yerno Mariano Balcarce a la entonces Biblioteca Pública de Buenos Aires, actual Biblioteca Nacional Mariano Moreno.

Su preocupación por la educación y la literatura quedó expresada en varios documentos. Cuando en 1817 el Cabildo de Santiago de Chile le ofreció un obsequio de 10.000 pesos en oro, San Martín pidió que esa gran cantidad de dinero sea destinada “a un establecimiento que haga honor a V.S. y a ese benemérito reino: la creación de una biblioteca nacional que perpetuará para siempre la memoria de esa municipalidad”.

Durante el cruce de los Andes, por otro lado, el líder del Ejército libertador dictó un testamento fechado el 23 de octubre de 1818 donde, entre otras cosas, ofrece en donación sus libros a la ciudad de Mendoza para la creación de una biblioteca que ya había ideado antes de partir a Chile. “Que la librería que actualmente posee y ha comprado con el fin de que se establezca y forme en esta capital una biblioteca, quede destinada a dicho fin, y se lleve a puro y decidido efecto su pensamiento”. Cuatro años más tarde, el 9 de julio de 1822, se fundó en esta ciudad la biblioteca pública provincial, que hoy lleva su nombre.

En 1821, mientras ejercía su mandato como Protector del Perú, San Martín fundó la Biblioteca Nacional de Lima y donó 700 libros de su propia colección para el acervo inicial que ya contaba con 11.000 ejemplares provenientes de la copiosa biblioteca que las autoridades del antiguo Virreinato del Perú habían confiscado a los jesuitas en 1767.

En un decreto publicado el 16 de mayo de 1822, San Martín expresó: “Los días de estreno de los establecimientos de ilustración, son tan luctuosos para los tiranos como plausibles para los amantes de la libertad. Ellos establecen en el mundo literario las épocas de los progresos del espíritu, a los que se debe en la mayor parte la conservación de los derechos de los pueblos”.

San Martín en Waterloo
Bien es conocido que José de San Martín y su hija Mercedes se instalaron en la ciudad de Bruselas en 1824, donde residieron hasta principios de 1831, cuando el Libertador y su familia se mudaron a Francia, debido a los temores de la joven por los coletazos de la revolución del año anterior que había declarado la independencia de Bélgica.

Además del fallido retorno a Buenos Aires en 1829, durante su residencia en Bruselas San Martín realizó varios viajes, algunos motivados por su salud (los tratamientos contra la artritis que recibía en la localidad de Aix), por la educación de Mercedes o por el solo hecho de pasear. 

En el capítulo homónimo a este título, publicado en el libro 'San Martín. Más allá del bronce', de Juan Marcelo Calabria y Roberto A. Colimodio, se describe uno de los últimos viajes que el prócer realizó en Bélgica. Durante julio de 1830, San Martín recibió la visita en Bruselas del diplomático chileno Miguel de la Barra, que le había servido bajo su mando como alférez en la batalla de Maipú. De la Barra se encontraba en Europa gestionando (sin éxito) el reconocimiento de la independencia de Chile ante el rey francés Carlos X, y viajaba acompañado de su hermano José María, que era su secretario.

Junto al cónsul chileno en los Países Bajos, Pedro Palazuelos, los hermanos De la Barra se reunieron con San Martín, “a quien anteriormente había visitado yo en Londres cuando estuvo allí de paso para Buenos Aires. El General nos presentó en la Sociedad de Comercio de que era miembro y adonde con él y Palazuelos nos reuníamos a comer y leer los diarios todos los días y enseguida al Paseo del Parque a ver algunas cosas del pueblo”, recordó José María en un libro posterior.

Palazuelos organizó una visita al campo de batalla de Waterloo, al que también fue invitado San Martín, y De la Barra escribió una simpática viñeta sobre el 'guía' que les tocó en la ocasión: “Cabalga el General San Martín con gallardía y es un consumado jinete [...]. San Martín nos explicó la batalla de un modo tan claro y preciso, y al mismo tiempo pintoresco, que parecía que hubiera estudiado mucho las campañas de Napoleón en el terreno mismo. Nos dimos cuenta perfectamente del primer ataque y victoria de Napoleón y enseguida el cambio completo del plan, por la aparición de Blecher. Criticó el General los movimientos como sólo él sabe hacerlo. Era hermoso oír a San Martín explicando sobre el terreno a Napoleón. Regresamos al galope en una hermosa tarde de verano, con San Martín erguido y silencioso a la cabeza. Parecía que el recuerdo de sus victorias embargaba por completo la mente del gran expatriado”.

Guerra contra Moreno
No se trata de una disputa entre ambos próceres, dado que nunca se llegaron a conocer (Mariano Moreno falleció seis meses antes que San Martín partiera de España), sino un duro conflicto epistolar entre el Libertador y el hermano de éste, Manuel, a raíz de un chisme.

Según relata el historiador Daniel Balmaceda en su libro 'Espadas y corazones', San Martín recibió en 1834 un mensaje del canciller peruano en Francia, Casimiro Olañeta, por boca del ministro chileno Miguel de la Barra, sobre que el embajador argentino en Gran Bretaña, Manuel Moreno, lo acusaba de participar de un complot para establecer monarquías en los países latinoamericanos.

Molesto por verse involucrado en esa falacia, San Martín acudió a Olañeta para constatar la veracidad del rumor, y el embajador del Perú se lo confirmó: le explicó que Moreno le había escrito sobre el asunto en una carta, pero no podía probarlo porque la había destruido. De todos modos, el ‘Padre de la Patria’ confió en la palabra de Olañeta sin saber que, en realidad, era todo una treta elaborada por el diplomático peruano que sí se prendía en todas las conspiraciones.

El general le escribió al embajador argentino una extensa carta en la que decía que “usted ha calculado que el general San Martín [se refería a sí mismo en tercera persona] es un vil intrigante [...]. Su conducta no puede calificarse más que en uno de estos dos modos: o es usted un malvado consumado o ha perdido enteramente la razón”. A todo con la dureza de sus palabras, San Martín le pidió a Moreno que viaje de Londres a su residencia en Boulogne sur Mer para que le pida los “esclarecimientos que son consecuentes” al conflicto y de hecho, en una posdata, insinúa la posibilidad de un duelo: “Usted venga a lavar su honor que aquí lo espero”.

Manuel Moreno le respondió a San Martín expresándole su “asombro” y “pena” por las acusaciones. Le explicó que sí era verdad que le había enviado una carta a Olañeta, pero negó rotundamente comunicarle algo sobre un presunto complot. Incluso le envió un borrador de la misiva que le mandó al peruano, donde solo mencionaba que San Martín había viajado a Madrid. Creyendo que esa explicación demostraba su inocencia, Moreno le pidió al general exiliado que dejara constancia del desagravio por escrito y, finalmente, expresó que su investidura gubernamental le impedía realizar cualquier tipo de duelo.

Tras leer la respuesta de Moreno y creer que había llegado demasiado lejos, San Martín no se retractó y le envió otra carta diciendo: “Concluyamos de una vez este desagradable asunto, diciéndole que admito la seguridad que me da de que no ha tenido jamás la idea de ofender mi honor, pero es preciso convenir en que usted ha obrado con una ligereza extraordinaria y que espero sea esta la última vez que usted toma mi nombre para nada”. Para San Martín estaba claro que Moreno era el culpable de su malestar, mientras el verdadero responsable, Olañeta, ni siquiera le figuraba sospechoso.

Pero la cuestión no terminó allí. Moreno continuaba herido e irritado por la acusación de San Martín, por lo que aprovechó una ocasión en la que recibió en Londres una carta para el Libertador escrita por Balcarce, la cual tenía pegado otro sobre. El embajador ordenó que no las despegaran, y le escribió a San Martín en un tono sutilmente sarcástico: “Como al separarlas puede romperse el sello de la de usted y según lo ocurrido ya, usted no dejaría de suponer que habría sido violentada o que habría sufrido tentativas, debo pedir a usted que comisione aquí a una persona que reciba dicha carta [...]”, y advirtió que la embajada “ni debe ni quiere encargarse más de la correspondencia de usted”.

San Martín no se quedó atrás: “Usted hace muy bien en tomar esas precauciones pues por este medio pone a cubierto no solo su honor, porque en mi sana opinión le es a usted desconocido, pero sí sus costillas, pues estaba bien resuelto a visitarlas (único medio que puede emplearse con un hombre como usted) si volvía a notar en mis cartas la notoria curiosidad que usted emplea en todas las que caen en sus manos”. También lo trató de “pícaro consumado” y señaló que “el coraje de usted solo lo reserva para intrigas y picardías”.

Sin embargo, el prócer aparentemente nunca envió esa última carta a Moreno: simplemente despachó un comisionado a Londres para buscar el sobre y el incidente finalizó.

¿Quién confeccionó la Bandera de los Andes?
Luego del Congreso de Tucumán y la Declaración de la Independencia, a mediados de 1816 llegó a Mendoza una carta del comisionado de los ejércitos, José Garzón, donde se informaba la autorización para el uso de la bandera creada por Manuel Belgrano, como también se dio vía libre al Ejército de los Andes para confeccionar un pabellón propio siguiendo los colores ya establecidos. 

La historia oficial ampliamente enseñada en las escuelas de todo el país, explica que en la noche del 24 de diciembre de 1816 se llevó a cabo una reunión social en la casa de Laureana Ferrari de Olazábal, donde José de San Martín (como gobernador de Cuyo y líder del Ejército andino) desafió a un grupo de mujeres para que confeccione una bandera militar que serviría como enseña para el cruce de la cordillera. Según este relato, las patricias mendocinas consiguieron las telas y cosieron el emblemático pabellón, todo en una semana, por lo que el 5 de enero de 1817 se hizo el juramento en la Iglesia Matriz con la bendición del capellán Lorenzo Güiraldes.

Esta narración se basa en una carta que Ferrari de Olazábal escribió en 1856, es decir cuarenta años después del episodio, y que permaneció oculta hasta 1923, cuando fue comprada por el Museo Histórico Nacional. Sin embargo, el profesor Fabián Agostini, vicepresidente de la Junta de Estudios Históricos Filial Maipú, señaló a MDZ que “una carta que se escribe tanto tiempo después adolece algunos errores y recuerdos tergiversados, por lo que su contenido está muy cuestionado”.

Entonces, ¿cómo se creó la Bandera de los Andes? Agostino indicó que en los últimos años “han aparecido otras fuentes, como la de una persona apellidada Antúnez que lleva al Archivo General de la Provincia una carta de Gregorio Puebla fechada en 1830, que habría sido dirigida a la Gobernación, donde menciona que quienes realmente habían confeccionado la bandera eran las monjas del Monasterio de la Buena Enseñanza (actual Compañía de María), dado que fungían como las maestras de labor de las patricias”, quienes presuntamente solo se encargaron de comprar las telas y otros elementos necesarios para la confección del pabellón.

De hecho, tampoco la bandera habría sido creada en una semana. Investigaciones posteriores indican que la confección del pabellón del Ejército de los Andes debió ser una tarea extremadamente compleja, teniendo en cuenta además que se añadió un reverso. “Se cree que no tardaron menos de tres meses”, manifestó Agostini.

Bibliografía
Balmaceda, Daniel (2015). Espadas y corazones. Buenos Aires: Sudamericana

Calabria, Juan Marcelo y Colimodio, Roberto A. (2017): San Martín. Más allá del bronce. Buenos Aires: Edición de Autor

Mastrangelo, Fabiana (2016). Valores humanos de José de San Martín. Su misión americana. Buenos Aires: Victorioso Ediciones

(*) Para MDZ

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