El kirchnerismo se desespera por sacarse fotos con Lula, pero no por aprender de él

POLÍTICA Marcos Novaro
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En la pospandemia, ganan las oposiciones, salvo muy raras excepciones. Y es lógico que así sea, pues casi ningún gobierno ha salido muy airoso que digamos de la gestión de la emergencia sanitaria y la crisis económica asociada. Siguiendo esa lógica, la victoria de Lula en Brasil es una mejor noticia para Juntos por el Cambio que para el kirchnerismo. 

De todos modos, y como era de esperar, este hizo oídos sordos a la evidencia regional y global al respecto e igual se apuró a abrazarse al triunfo del PT. Creyendo que pesa mucho más su supuesta cercanía ideológica con esa fuerza. O tal vez, lo que sería aún peor, porque se toma en serio la impostura que ha asumido frente a Alberto Fernández, según la cual el presidente es el único que se tiene que hacer cargo de los malos resultados de la gestión en curso, porque ‘él nunca escuchó los consejos de Cristina Kirchner’.

En cualquier caso, seguirle el rastro a las pretensiones del kirchnerismo a este respecto no resulta en ninguna discusión siquiera mínimamente útil ni interesante, pues es conocida su inclinación a usar cualquier argumento para justificar cualquier cosa.

El tema en cambio adquiere otro espesor cuando consideramos el curso que ha seguido la política brasileña de los últimos tiempos, y el que puede seguir de ahora en más. Porque muchos de los problemas que ha tenido y va a tener que resolver son también nuestros.

Ante todo, la polarización.

El triunfo de Lula da prueba de un principio casi universal, y es que por más polarizada que esté una competencia, el que tiene más chances de ganarla seguirá siendo el que ocupe mejor el centro político.

Bolsonaro ignoró este principio, estimando tal vez que con los buenos datos que estaba arrojando la recuperación económica le iba a alcanzar. Lula en cambio giró hacia el centro desde el momento mismo en que lanzó su candidatura, buscando aliados en fuerzas promercado y sectores religiosos, moderando sus críticas a la Justicia y sus simpatías con el populismo radicalizado de la región, incluido el kirchnerismo. Si fue convincente al hacerlo, se debió al menos en parte a sus antecedentes, y es que él había dado buenas muestras de pragmatismo y flexibilidad durante sus dos gestiones presidenciales.

Algo muy distinto a lo que sucede con el kirchnerismo, que si ha mostrado alguna vez un rostro moderado ha sido puro marketing electoral, poniendo a gente como Scioli o Fernández en las boletas, para después gobernar con las alas más ideológicas y radicalizadas de sus bases.

Otros dos problemas

La precariedad de las mayorías en la política contemporánea. Una cosa es ganar una elección y otra muy distinta sostenerse en la estima de la opinión pública. Y hay que ver cómo Lula se acomoda a esta circunstancia, porque su popularidad es hoy no solo mucho más acotada de lo que fue 20 años atrás, cuando llegó por primera vez al poder, sino que puede ser mucho más efímera, y extinguirse en unos pocos meses. Es lo que les ha sucedido a casi todos los presidentes electos en los últimos tiempos en la región, incluido Alberto Fernández. Será interesante ver cómo actúa el líder del PT para pilotear esta situación, aprendiendo tal vez de quienes no lo han hecho muy bien que digamos, como es el caso de Boric en Chile, Castillo en Perú y, claro, de nuevo Alberto Fernández. Haga lo que haga es conveniente desde ya tener en cuenta que, aunque hoy es muy ventajoso sacarse fotos con Lula, el renacido, no se puede saber si seguirá siendo provechoso mostrarlas dentro de seis meses o un año. Que es cuando los argentinos van a ser llamados a las urnas, para elegir entre la izquierda, el centro y la derecha.
Está asociada a la precariedad de los mandatos presidenciales, y es que Lula va a tener muy difícil formar una mayoría legislativa para sostener su gestión. Un problema que, recordemos, estuvo ya en el origen de sus mayores dolores de cabeza durante sus anteriores mandatos, porque fue lo que dio lugar al sistema de compra de votos de legisladores que derivó a su vez en el escándalo del Mensalao. Una cosa es comprar voluntades, legal o ilegalmente, para aprobar proyectos de ley caso por caso, y otra mucho más compleja, pero a veces a la larga más provechosa, formar coaliciones mayoritarias negociando el programa de gobierno. Hay que ver qué curso sigue Lula. Aliados potenciales de centro para negociar tiene a su alcance, pero puede buscar capturarlos con una red o con la otra, y lo que haga y los resultados que consiga van a ser muy ilustrativos para otros casos. Por ejemplo el nuestro, en que ya vivimos la política del toma y daca, porque fue la que Macri practicó también durante su mandato, y hay que ver si algo parecido se vuelve a intentar, o se va a optar por un curso distinto y más innovador, que es una de las cuestiones que más divide hoy en día a Juntos por el Cambio.
Una lección económica

Por último, una lección sobre la economía de los tiempos que corren en América Latina, a la que ya colateralmente aludimos. En las condiciones actuales no es imposible crecer, pero es mucho más difícil que 15 o 20 años atrás, y más todavía lo es crecer y distribuir al mismo tiempo.

La propia derrota de Bolsonaro lo prueba, ya que los votantes le reconocieron su esfuerzo en asegurar la estabilidad de precios y la recuperación de la actividad y el empleo, pero parecen haberlo castigado por el bajo nivel de los salarios y el muy tenue y mal repartido beneficio en términos de consumo. Tampoco el kirchnerismo ha aprendido nada en este terreno, ni de su experiencia al respecto, mucho menos de la de los demás. Pero es conveniente que desde ya la lección la asimilen quienes aspiran a sucederlo en el poder, y tienen que optar entre moldear un nuevo consenso en base a la épica del esfuerzo y la inevitable lentitud de cualquier cambio que se emprenda, o en base a fórmulas efectistas y engañosas.

Fuente: TN

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